Entre hojas secas y copos de nieve

15: Chocolate caliente

Boo pauso la película que se reproducía en la televisión, escuche como se sonaba la nariz e hipaba en medio de un sollozo. Estaba tapada por completo con una cobija que la abriga del frio y que le mantenía oculta. Por más que ella quisiera esconderse sabía que desde hace mucho rato había empezado a llorar por la conmovedora historia del perro que renacía una y otras vez, conociendo nuevos seres humanos que les brindaban su amor y otros, su indiferencia. Era muy triste ver como nunca olvidaba a su primer humano e incansablemente lo buscaba en cada nueva oportunidad de vida.

Eche a un lado la cobija que me cubría y jale la de ella. De inmediato quedo al descubierto su apariencia desaliñada, con el pelo alborotado y la barbilla temblándole por el llanto.

Sus mejillas tenían un tierno tono rojizo.

― ¿Qué paso?―indague, sonando un poco burlón.

Ella giro, sus ojos grises e hinchados de tanto llorar me capturaron al instante. Sonrió cuando me limpie las lágrimas que también se deslizaban sobre mis mejillas, y carcajeamos al descubrir que ambos habíamos llorado como dos bobos durante todo el rato.

―Parecemos solteronas despechadas―reí.

― ¡No te rías, Jonás el tripas! ¡Es que me dio sentimiento! Solo mira como lo dejaban amarrado bajo de un árbol…nunca jugo con nadie y ni se divirtió…pasaba frio ahí solito…―tartamudeó. Un sollozo la hizo estremecer y le pase un pañuelo de papel para que se secara las lágrimas―. Si yo tuviera un perrito lo trataría bien bonito, así como te trato a ti.

Se sonó la nariz.

Fruncí las cejas, ofendidísimo.

― ¿Estás diciendo que me tratas como tu mascota?

― ¡¿Qué?! ―me tiro el pañuelo hecho bolita―. ¡Obviamente nunca te he tratado como una mascota! ¿Qué mamadas son esas, ah? Lo que quiero decir es, que si yo tuviera un perrito lo trataría con mucho cariño así como hago contigo, y no lo vería como una mascota, sino como otro ser vivo que merece cariño y protección. Sería uno más de mi círculo familiar, así como tú.

― ¿Me consideras familia?

―Sí, pero como un primo muy lejano con el que puedo hacer cosas cochinas, grr.

―Dios, ¿Pudiste enviármela menos loca?―pregunte, mirando al techo con los brazos alzados. La escuche reír, y me golpeo con un cojín―. Pero la película no tiene tantas partes tristes, me gusto cuando estuvo con la chica morena hasta envejecer a su lado.

―También llore ahí.

― ¿Y cuando murió por salvar al policía?

―Ay no, el empezaba a demostrarle su cariño, ¿No lloraste en esa parte? Yo creí que me deshidrataría.

―Pero fue muy valiente al salvar a la niña.

―Es que era una perra muy aguerrida…

Busco la taza de chocolate que reposa sobre la pequeña mesa frente al sofá y le dio un trago, arrugo el gesto al encontrarla vacía. Me encogí en un rincón, culpable.

―Aprovechaste mi momento de vulnerabilidad para tragarte mi chocolate, ¿Desde cuando eres tan malvado?

―Me confundí de taza, perdón.

Negó.

―Buscare más para ambos, y si te vuelves a beber el mío te arrancare los ojos.

―Que agresiva.

Me mostro la lengua, berrinchuda, y se marchó a la cocina. Unos minutos después volvió con las dos tazas humeando, y que llenaban todo el espacio con el dulce aroma del chocolate.

Aspire el vaporcito cuando tuve mi taza entre las manos, y di sorbitos para no quemarme.

― ¿Podemos tomar un descanso de la película? Es que me siento muy sentimental, creo que mejor hubiera colocado una comedia romántica.

―Esa está bien, me gusta mucho. Podemos tomar cuantos recesos quieras pero debemos llegar al final.

―Ay, ¿Pero si nunca encuentra a su amigo?―dejo la taza sobre la mesa y se echó sobre el sofá, quedando acostada. Subió sus piernas sobre el respaldo y cruzando los brazos me miro para continuar―: siento que el final será muy triste.

―Yo te consolare― deje mi taza junto a la suya. Tome unos de sus rizos y lo enrosque entre mis dedos―. Lloraremos juntos, porque seguro también me pondré muy triste.

Nos sonreímos. Empezaban a gustarme esas sonrisas compartidas, nacidas al mismo tiempo. Sincronizadas. Producidas por la emoción que los dos sentíamos en el momento.

Una sensación que nos hacía sentir un extraño revoleo en la panza y en la punta de los pies.

―Pecosin, ¿Te he dicho lo guapo que te ves cuando sonríes?― negué, ella se arrastró sobre el sofá hasta que su cabeza descanso sobre mis piernas. Le vi por eternos segundos su rostro lleno de lunares, eran once en total―. Pues, lo eres. Tus ojos se ponen pequeñitos y la nariz se te colorea. Pero también te ves guapo cuando estas serio, y sobre todo cuando te expresas desde el corazón. Eso te hace ver muy lindo. Todo tú.

―Tú también te ves muy bonita siempre. Furiosa das miedo, pero cuando te ríes eres alguien que da mucha calma y tus ojos, son muy expresivos. Me gustan como destellan cuando dices algo o bromeas, son como un rayo en plena tormenta.

Por instinto limpie la comisura de sus labios que estaban llenas de cocholate, como ella y su primo solían decir. Y justo allí sus ojos destellaron, hipnotizándome. Algo me envolvía cuando eso pasaba, un sentimiento desconocido y al que no sabía darle nombre, pero que era muy agradable. Agradable y satisfactorio.

― ¿Cómo es que no has tenido novia? Eres muy tierno, no entiendo a esas chicas que quieren un hombre rudo en sus vidas.

―Ya te lo dije, nunca me he declaro a una chica. Me da vergüenza.

― ¿Eso quiere decir que nunca has dado un beso?

Moví la cabeza de lado a lado.

―De niño besaba las mejillas de mi hermano muy seguido, ¿Eso cuenta?

Ella alzo una ceja, incrédula. Poco a poco un sonrisita traviesa fue escurriéndose entre sus labios.

―Claro que no, pero tranquilo. Eso cambiara.

¿Eh?

―A que te refieres…―la repentina opresión sobre mi boca me hizo enmudecer.

Debieron pasar varios segundos para notar que aquella suave textura eran los labios de Boo, que se movieron con cuidado contra los míos al besarme. Observe estupefacto su rostro pegado al mío, besándome con los ojos cerrados.




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