Entre hojas secas y copos de nieve

19: un año más

El sol invernal iluminaba toda la habitación. Del otro lado de la ventana todo era de un blanco impoluto, y se veían los hilillos de humo escapando de las chimeneas. Las calles, tejados, autos y los esqueléticos arboles estaban cubiertos por un manto de nieve escarchada, y pequeños copos revoleaban por el aire con la helada brisa. El invierno había llegado a Letter en todo su esplendor, como cada estación del año.

Admire el exterior maravillado, a la lejanía las montañas de Belbaz se vestían de blanco, como tres enormes novias que están listas para su boda.

El chirrido de la puerta advirtió la llegada de alguien.

―Jonás, dice Boo que si te vas a tardar más en bajar, o estas esperando que ella venga y te de un beso, como si fueras la bella durmiente.

Mire Jean, sonriéndole. Aun vestía su pijama, y tenía los rizos chocolates despeinados.

―Dile que ya estoy despierto, pero que volveré a dormirme para que venga a dármelo.

Asintió repetidas veces y salió corriendo por el pasillo, escaleras abajo.

Un instante después el grito de mi amiga resonó por toda la casa.

― ¡Jonás el tripas, desde cuando eres tan atrevido! ―escuche sus pasos subir apresurados los escalones, y no paso mucho tiempo cuando su cabeza de rizos descontrolados se asomó por la puerta―. Buenos días, Pecosin.

Alzo las cejas con picardía, y sus ojos grises centellearon, traviesos.

Cruce los brazos sobre mi pecho, y me acomode las gafas. Una sensación extraña me invadía de los pies a la cabeza cuando hacia aquellos gestos. Más ahora que tenía claro lo que sentía por ella, porque esa sensación extraña tenia nombre, y era el más bonito de los quereres. Y si, la estaba queriendo, más de lo que quería otras cosas.

Todo en Boo me gustaba, cada cosa nueva que conocía me dejaba prendado de ella. Sin importar que tan malo o bueno fuera.

 ―Buenos días, Boo.

Termino de entrar a la habitación con su característico caminar prepotente e indomable. Contento mire atento cada rinconcito de su rostro. Se le apreciaba más repuesta, enérgica, y con color en las mejillas. Me pareció la chica más bonita del mundo así, toda despeinada y en pijama, con los ojos aun empequeñecidos por despertar recién.

Mi mente traicionera saco de baúl de los recuerdos aquel beso fugaz de hacía dos semanas, y de su cuerpo acurrucado al mío unas horas atrás. Trague grueso cuando sentí la garganta cercárseme, y muy pocas veces maldecía, pero en mis adentros los hice al apreciar como un calorcillo se extendía por toda la piel de mi cara, hasta la punta de las orejas. 

―No te daré ningún beso si es lo que estas pensado. Prometí que no lo haría jamás.

―No estaba pensando en eso.

― ¿No? Te sonrojaste de pronto, cuando eso pasa es porque que estás pensando puercadas.

La voz me temblequeó. 

― Es...no...yo... ¡Es tu culpa!

― ¿Quieres decir que te provoco pensamientos indecentes?― una sonrisa endemoniada embelleció sus labios.

― ¡No! 

Una potente carcajada emergió de su boca. Tan potente que me recorrió entero, estremeciéndome.

Tenía una habilidad increíble para leerme. Era legible ante sus ojos grises. Y daba igual que tanto quisiera ocultarle mis pensamientos, siempre los descubría. Derrumba mis murallas con facilidad, y no me incomodaba. Me agradaba que supiera cosas sin decirle ni una palabra, y que lo entendiera. Que comprendiera.

Sobre todo me agradaba que fuera mutuo. Porque antes mis sencillos ojos con gafas podía leer sus emociones, aunque a veces me costara saber que pensaba. Aunque a veces construyera enormes murallas de acero. Aunque a veces se escondiera dentro de su mente. Aunque quisiera mostrarse como si nada pasara. Pero, siempre quedaba una minúscula grieta, y allí la veía acurrucada, temblando del miedo.

Pero por aquella grieta tan minúscula me era imposible entrar para salvarla.

Debía salir sola, tumbar las murallas ella misma.

― Ven, vamos a desayunar―negó, mirándome enternecida.

Extendió su mano para que la tomara. Y así hice.

―No me he lavado los dientes.

―Yo tampoco.

―Estas despierta desde muy temprano, ¿Cómo no lo has hecho? Que cochina eres.

―Tenía otras prioridades.

― ¿Cómo cuáles?

―Como no querer cepillarme los dientes.

Negué, sonriéndole. Era imposible. Tiro de mi mano, y con rapidez apresurada me arrastro fuera de la habitación. Me deje llevar por ella sin reclamos, como siempre. Y bajamos los escalones de la escaleras de dos en dos, hasta llegar al salón. Aquel pedazo de la casa estaba más caliente gracias a la leña que crepitaba en la chimenea.

―Quédate un segundo aquí―pidió con la voz agitada, y un segundo después, desapareció por la puerta de la cocina corriendo.

Espere unos minutos de pie sin saber qué hacer, hasta que regreso, una enorme sonrisa era la protagonista de su cara. Nunca la vi sonreír de esa forma tan especial que como en ese instante. Tan llena de sinceridad y cariño. Repleta de felicidad.

―Estas son las mañanitas que cantaba al rey David, a los muchachos bonitos se las cantábamos así―empezó a cantar y el resto de su familia apareció por las puertas de la cocina, acompañándola en la serenata. Su tía llevaba en sus manos un pastel con una velita encendida―. Despierta, despierta, mira que ya amaneció, ya los pajaritos cantan y la luna ya se metió...

Mire sus rostros, sonrientes. Felices mientras cantaban las mañanitas por mi cumpleaños. Contentos por compartir ese momento a mi lado. Y no pude sentirme más dichoso y agradecido. Ni siquiera recordaba con claridad la última vez que celebre mi cumpleaños. Tampoco las últimas personas que me felicitaron por cumplir un año más de vida. Ni mucho menos quien se tomara el tiempo para hacerme un pastel. Pero, allí estaban, entonando la tradicional canción de cumpleaños, que para mí fue las más hermosas de las canciones.

<<Cumpleaños feliz, te deseamos a ti, feliz cumpleaños Jonás, cumpleaños feliz>>




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