Entre La Lealtad Y El Deseo

5.- ¿Impotente?

El ambiente en la oficina seguía siendo espeso, como si el aire cargado de tantos recuerdos no se atreviera a moverse. A pesar de que la luz del atardecer comenzaba a colarse tímidamente por las ventanas, nada lograba disipar el peso que colgaba sobre nosotros. No era solo la tristeza... era algo más denso. Era incertidumbre, era distancia, era la presión invisible de lo que aún no se decía.

Avery estaba sentada en la silla que había pertenecido a Eleanor. Esa simple imagen ya era un símbolo imposible de ignorar. Tenía la espalda recta, pero sus hombros tensos traicionaban su fachada de calma. En su mano giraba un bolígrafo entre los dedos con la precisión de alguien que necesitaba distraerse para no venirse abajo.

Yo, por mi parte, permanecía frente a mi escritorio, intentando encontrar palabras que no fueran solo ruido. Todo era frágil. Como si una palabra mal puesta pudiera hacer que todo se viniera abajo. Pero sabía que no podíamos quedarnos callados para siempre.

—Por cierto... —empecé, mi voz un poco más grave de lo usual. Me incliné hacia el escritorio, fingiendo buscar algo en uno de los cajones solo para no tener que mirarla de inmediato—. Tengo las llaves de la casa de Eleanor.

Las palabras cayeron como piedras, densas, incómodas, necesarias.

Avery alzó la vista con un gesto lento, dejando de girar el bolígrafo. Sus ojos color miel me miraron sin pestañear, y aunque intentaba parecer indiferente, vi cómo se le tensaba la mandíbula. Había algo en su expresión... no era solo incomodidad. Era dolor contenido, una especie de resistencia que me resultaba familiar. Como si esa simple mención le abriera una herida que aún se negaba a aceptar.

—Quédate con ellas —articuló al fin, encogiéndose de hombros. Su voz sonó seca, como si le costara controlar el tono para no quebrarse—. No creo que pase por ahí pronto.

Asentí con suavidad, sin hacer preguntas. Sabía lo que esa casa significaba para ella. O, mejor dicho, lo que evitaba que significara. Era un campo minado de recuerdos, de ausencias, de conversaciones que nunca se dieron. Lo entendía. Tal vez más de lo que ella imaginaba.

No quise insistir. Opté por cambiar de tema, algo más práctico, algo que pudiera ofrecerle un poco de estructura en medio del caos emocional.

—El chofer de Eleanor, James, seguirá trabajando para la empresa —le comenté con calma, cruzando los brazos mientras apoyaba un hombro contra el borde del escritorio.

Avery frunció levemente el ceño, ladeando un poco la cabeza con curiosidad. Su voz, esta vez más suave, sonó casi escéptica.

—¿Crees que quiera trabajar conmigo ahora? —preguntó, dejando escapar el aire lentamente por la nariz—. Llevarme y traerme como hacía con ella...

Sus palabras, aunque simples, estaban cargadas de una vulnerabilidad disimulada. No era solo una cuestión logística. Lo entendí de inmediato. Lo que preguntaba, en el fondo, era si alguien que fue tan leal a su madre podría ahora mirar con respeto a una hija que nunca estuvo realmente presente.

Me tomé mi tiempo para responder. No quería decir algo vacío, algo que sonara automático. Quería que sintiera que lo que decía era sincero.

—Sí, lo creo —afirmé con convicción, observándola con seriedad—. James es un hombre íntegro. Leal a su manera, sí, pero también muy sabio. Sé que entiende que esta transición no es fácil. Y, aunque le dolió perder a Eleanor, él también quiere que su legado no se derrumbe. Estoy seguro de que estaría encantado de ayudarte, Avery.

Ella no respondió de inmediato. Bajó la mirada por un instante y asintió, despacio. Sus ojos se nublaron brevemente, pero se obligó a mantener el control.

—Está bien —aceptó, mordiéndose el labio inferior—. ¿Puedes hablar con él?

—Por supuesto —le aseguré, sin dudarlo ni un segundo.

Un silencio breve cayó entre nosotros. Esta vez no fue incómodo, sino más bien una pausa necesaria. Como si ambos estuviéramos procesando cada pequeña victoria de entendimiento.

—¿Dónde te estás hospedando? —le pregunté, intentando mantener el tono casual—. Así puedo pedirle que pase por ti mañana temprano.

Avery vaciló un segundo. Era evidente que no le gustaba compartir más de lo necesario. Sin embargo, finalmente alzó la mirada y habló con esa voz firme que solía usar cuando no quería mostrar dudas.

—En el Four Seasons. Por ahora.

Asentí, anotándome mentalmente el dato. No me sorprendía. Eleanor solía hospedarse ahí cuando su casa estaba en remodelación. Quizá, inconscientemente, Avery había elegido un lugar que le resultara familiar.

—Perfecto. Le pediré que esté ahí a primera hora —le confirmé, con un leve gesto de asentimiento.

Ella volvió a girar el bolígrafo entre los dedos, esta vez más despacio, casi con delicadeza. Luego se detuvo de repente, como si algo se le hubiera encendido en la mente.

—¿Draycott Corp tiene una agente inmobiliaria? —preguntó, con una seriedad inesperada. Su tono era urgente, como si necesitara moverse, actuar, hacer algo que la sacara de esa sensación de estar flotando en tierra ajena.

Parpadeé, sorprendido por la pregunta, pero no dejé que se notara en mi rostro.

—Sí —le confirmé, enderezándome ligeramente—. Samirah Grey. Se encarga de todas las propiedades de la empresa, incluidas las unidades corporativas.

Avery se inclinó hacia mí un poco, con las cejas levemente fruncidas.

—¿Podrías programarme una cita con ella? —pidió, con un matiz de apremio en la voz—. Quiero ver opciones hoy mismo... si es posible.

—Déjame hacer una llamada —contesté enseguida, tomando el teléfono y alejándome un poco hacia la ventana para darle espacio.

Marqué el número de Samirah con la rapidez de alguien que ya sabía que podía confiar en ella. No tardó en responder, con esa energía característica que siempre la acompañaba.

—¡Caleb! Qué gusto escucharte —exclamó, su voz radiante incluso a través de la línea—. ¿Cómo estás?




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