James apareció con la puntualidad de un reloj suizo. El Bentley negro se detuvo suavemente frente a la entrada, y sin decir una palabra, me adelanté para abrirle la puerta a Avery. Ella ni siquiera me miró cuando subió al asiento trasero. Lo hizo con esa mezcla de desgano y altivez que ya me resultaba familiar. Cerré la puerta tras ella y rodeé el coche para ocupar mi lugar junto a su lado.
Me acomodé, y apenas James puso el auto en marcha, mi teléfono vibró. Revisé la pantalla y reconocí el número de Sarah, la secretaria personal de Eleanor durante más de una década. Contesté sin titubeos, tratando de mantener un tono formal pero cálido, como lo haría con cualquiera que formó parte del círculo de confianza de Eleanor.
—Sarah, buenos días —saludé mientras me acomodaba mejor el saco.
—Caleb, lamento molestarte, pero quería comentarte algo importante. Es sobre una posible colaboración con una empresa alemana. Están desarrollando un tipo de concreto alternativo hecho a base de llantas recicladas. Al parecer, disminuye significativamente las emisiones de gases que generan las mezclas asfálticas comunes.
Fruncí el ceño, intrigado. —¿Concreto hecho con llantas? Suena ambicioso. ¿Qué tan sólido es el proyecto?
—Bastante. Ya tienen resultados preliminares, y están buscando inversores para escalar el proceso de producción. Eleanor estaba interesada antes de que su salud se deteriorara… quería evaluarlo personalmente, pero nunca llegó a hacerlo.
Asentí, aunque ella no podía verlo. —¿Tienes ya los reportes técnicos y el análisis financiero?
—Sí, claro. Te los mando ahora. Querían agendar una videollamada para la próxima semana, pero pensé que tú deberías darle un vistazo primero.
—Perfecto, mándamelo. Lo reviso esta noche y te doy mi opinión —le aseguré con un tono que se volvió más enfocado, casi mecánico—. Esto encaja con la visión de Eleanor. No podemos dejarlo pasar.
—Gracias, Caleb. Cualquier novedad, me avisas —finalizó ella antes de colgar.
Guardé el teléfono en el bolsillo interior de mi saco, justo en el momento en que noté que Avery me observaba con algo de curiosidad. No supe si era genuina o simple aburrimiento.
—¿Otro de esos proyectos ecológicos que revolucionaran al mundo? —soltó, con una voz que rozaba la ironía, pero sin caer en el sarcasmo pleno.
Giré la cabeza hacia ella apenas unos centímetros, solo lo justo para demostrar que había escuchado.
—Es el pan de cada día de Draycott Corp. —repliqué con calma—. ¿Te interesa?
Ella se encogió de hombros con un gesto vago, volviendo la vista hacia su ventana.
—Supongo que debería interesarme, ¿no? Pero no lo sé. Aún intento entender por qué me dejó esto. Quizá fue una forma de castigo.
No respondí. Porque, sinceramente, no sabía qué decirle. Eleanor tenía razones que yo aún no terminaba de comprender del todo. Y en el fondo, tampoco creía que Avery estuviera preparada —o siquiera dispuesta— a escucharlas.
El resto del trayecto transcurrió en un silencio bastante llevadero. No incómodo. Casi agradecido. Observaba los edificios pasar a través del vidrio, mientras en mi cabeza repasaba los términos técnicos que Sarah había mencionado. Ya tenía en mente a quiénes contactar para validar la viabilidad del concreto reciclado.
Entonces, del rabillo del ojo, vi cómo Avery sacaba su teléfono. Apenas contestó, su tono cambió. Bajó la voz, pero no lo suficiente como para que en un espacio tan reducido no se escuchara cada palabra.
—Hola, Ben —murmuró, algo tensa, con una nota de impaciencia contenida.
Desvié la mirada hacia la calle. No por cortesía, sino porque honestamente no me interesaba en lo más mínimo. Ben… debía ser un novio, supuse. O alguien que creía serlo. Lo que fuera, no era asunto mío. Mi único compromiso era con la empresa. Con el legado de Eleanor.
—Sí, estoy bien. Solo… necesitaba tomarme un tiempo —añadió, y su voz fluctuó levemente entre la incomodidad y algo más parecido al enojo.
Una pausa.
Después un resoplido, casi resignado.
—No, no tenía que avisarte antes. Es mi decisión, Ben.
Otra pausa. Noté cómo se llevaba una mano a la frente, masajeando las sienes, como si la conversación le estuviera costando más de lo que admitiría.
—Ben, no voy a discutir esto otra vez. Ya te lo dije. No sé cuánto tiempo estaré aquí.
El tono se volvió más tenso. Más defensivo.
—No, no es por eso. No tiene nada que ver contigo. Es… complicado —finalizó, y aunque trató de sonar conciliadora, era evidente que estaba perdiendo la paciencia.
Colgó sin despedirse, dejando el teléfono sobre su regazo. Por un momento, no hubo palabras. Solo el murmullo del motor y la ciudad corriendo al otro lado del cristal.
Entonces, su voz sonó apenas por encima del ruido del tráfico.
—Lo siento, Caleb —murmuró sin mirarme, todavía con la vista fija en la ventana.
Ni siquiera hice el esfuerzo de fingir simpatía.
—No te preocupes —repliqué con neutralidad—. No es mi asunto.
Asintió despacio, sin agregar nada más. Yo tampoco. No tenía razones para hacerlo. Las emociones de Avery eran suyas. Su confusión, su rabia, su vida. Yo solo estaba ahí para cumplir con el encargo de Eleanor. Prepararla —si era posible— para algo más grande que ella.
Y si no quería tomarlo, también era asunto suyo.
Volví la vista al frente, cruzando una pierna sobre la otra, dejando que el silencio volviera a ocupar el espacio entre nosotros como una pared emocional, invisible pero firme. Una que, por ahora, no tenía intención alguna de derribar.
[...]
Cuando llegamos al edificio Draycott, noté cómo Avery se enderezó en su asiento, como si algo dentro de ella se activara al ver la imponente estructura frente a nosotros. Sus ojos —mieles, inquisitivos, cambiantes— se abrieron con un matiz de sorpresa contenida. La fachada de vidrio reflejaba la luz del mediodía como si el sol mismo se deslizara sobre ella, y la modernidad del diseño parecía impactarla más de lo que habría admitido en voz alta.
Editado: 26.05.2025