Una apuesta
Daniel intentó sacudirse las palabras de Isabel mientras salía del mercado, pero algo en su tono directo seguía resonando en su mente. "No todo se puede valorar con dinero". Aquella frase le había parecido una tontería, pero, de alguna manera, había tocado una fibra en él. Con su orgullo algo herido, decidió ignorarla y se dirigió hacia el automóvil, decidido a concentrarse en sus asuntos. La venta de la propiedad no iba a ser un problema; de hecho, podía resolverlo rápidamente y volver a su vida en la ciudad.
Sin embargo, mientras recorría la plaza principal, Isabel apareció detrás de él, llamándolo con voz firme.
—¡Daniel! —gritó, logrando que se detuviera y la mirara con una mezcla de sorpresa e impaciencia—. Necesito hablar contigo.
Él se volvió, cruzando los brazos. Había algo en su expresión que denotaba irritación y curiosidad a partes iguales.
—¿Hay algo que quieras decirme? Porque ya he escuchado suficiente por hoy —dijo con un tono cortante, pero Isabel no se dejó intimidar.
—Escucha —comenzó ella, acercándose con decisión—. No te conozco, y tal vez no es asunto mío lo que decidas hacer con la propiedad de tu abuelo. Pero quiero que, antes de tomar una decisión apresurada, consideres lo que realmente significa este lugar.
Daniel bufó, evidentemente escéptico. —Esto otra vez… Mira, Isabel, yo entiendo que este lugar es importante para ustedes. Pero yo no tengo vínculos aquí. La ciudad es mi hogar ahora.
Isabel lo miró con frustración, notando la muralla que había construido alrededor de sí mismo. Sin embargo, se negó a rendirse tan fácilmente.
—Demuéstrame que realmente conoces este lugar —le dijo, con un brillo desafiante en los ojos—. Quédate unas semanas. Si después de conocer el pueblo, la granja, y la gente, sigues pensando que vender es la mejor opción, entonces no te diré nada más. Pero si, después de ese tiempo, descubres algo que valga la pena, quiero que lo reconsideres.
Daniel la miró, sorprendido por la propuesta. ¿Por qué le importaba tanto a esta desconocida lo que él hiciera con su herencia? Sin embargo, el desafío lo intrigaba. Era evidente que Isabel no lo consideraba capaz de apreciar el valor del lugar, y aunque una parte de él pensaba que todo esto era una pérdida de tiempo, otra parte sentía la necesidad de demostrarle que estaba equivocado.
—¿Unas semanas? —repitió, levantando una ceja—. ¿Y qué obtienes tú con esto?
—Saber que hice lo posible por honrar a alguien que amaba este lugar —contestó Isabel con seriedad, y había algo en su mirada que le hizo creer que sus palabras eran sinceras.
Daniel reflexionó durante un momento, sopesando los pros y los contras. No tenía ninguna obligación de aceptar la apuesta, pero… ¿qué podía perder realmente? Si aquello calmaba un poco a la gente del pueblo y le daba tiempo para ordenar todos los asuntos de la venta, tal vez valdría la pena quedarse un par de semanas. Además, aquel desafío despertaba su orgullo; quería demostrarle a Isabel que él también podía adaptarse, aunque fuera por poco tiempo.
—Está bien, acepto tu apuesta —dijo al fin, esbozando una sonrisa de medio lado—. Me quedaré aquí unas semanas. Pero no te hagas ilusiones, Isabel. No cambiaré de opinión tan fácilmente.
Isabel sonrió con satisfacción, asintiendo mientras cruzaba los brazos. —No espero que cambies de opinión, Daniel. Solo quiero que le des a este lugar una oportunidad real.
—De acuerdo, pero dime algo: ¿qué se supone que debo hacer? Porque no planeo quedarme encerrado en esa vieja casa esperando un milagro —comentó, sintiéndose ya algo atrapado por la idea de pasar días en ese sitio tan ajeno para él.
Isabel lo miró con aire desafiante. —Te enseñaré. Mañana te espero en la granja temprano. Te mostraré lo que significa trabajar aquí, como lo hacía tu abuelo. Quizá así entiendas algo de lo que él veía en este lugar.
Daniel no pudo evitar reír suavemente ante la imagen de sí mismo trabajando en una granja, pero aceptó el reto. —Está bien, Isabel. Si quieres que juegue a ser granjero, lo haré. Pero no te quejes si no cumplo con tus expectativas.
—Te espero mañana, entonces. A las cinco de la mañana —añadió con una sonrisa traviesa, sabiendo que no sería fácil para alguien acostumbrado a la vida de ciudad.
Daniel hizo una mueca. —¿Tan temprano? Muy bien, allí estaré.
Cuando Isabel se alejó, Daniel se quedó observándola, preguntándose por qué había aceptado aquella apuesta. La lógica le decía que no tenía sentido, pero una parte de él sentía curiosidad, no solo por el pueblo, sino por la mujer que había insistido en desafiarlo. Mientras regresaba a la casa de su abuelo, pensó en lo que le esperaba al día siguiente, sin saber que aquella decisión cambiaría su vida en formas que ni siquiera podía imaginar.
Editado: 14.11.2024