-Dante. – Expreso Isabella y observo la fotografía con rareza. – ¿Es tu hermano? – Le preguntó a Gabriel.
-Como sabes su nombre y no saber quién es. – Preguntó su madre con un hilo de voz.
-Fue el primer nombre que se me vino a la cabeza, ¿quién es? - Volvió a preguntar y sintió unas pequeñas punzadas en su cabeza.
-Es tu hijo, Isabella. – Emitió su hermano pequeño.
Isabella dejo la imagen a un lado y se sostuvo la cabeza con fuerza porque sentía una punzada muy fuerte, se desplomó en la cama y empezó a convulsionar.
Llamaron al doctor y la atendió de urgencia, había tenido un ataque de pánico junto con una serie de convulsiones, por lo que la sedaron con más dosis de lo normal.
-Que tiene mi hija. – Preguntaba la madre de la joven secándose las lágrimas.
-Tiene que guardar reposo absoluto y nada de mostrarle recuerdos fuertes de lo que no recuerda. – Dijo el doctor a los familiares.
-Entonces no le decimos nada. - Emitió Sebastián y todos los presentes lo regresaron a ver. - ¿Qué? Toda su vida ha sido fuerte, y no decirle nada ocasionará que cuando recuerde todo se enojara fuerte con nosotros, y se irá como lo hizo hace varios años. – Terminó de decir y se retiró de la habitación llevando consigo a Gabriel.
-A que te refieres con lo que dijiste. – Le pregunto el pequeño.
-Algún día lo entenderás peque. - Le dijo caminado hacia la planta baja de la mansión.
Más bien, Sebastián estaba al tanto de los sucesos que su jefe le ocultaba, él sabía que la verdad saldría de todas maneras y regresaría como el mismo infierno sobre la tierra, llevándose consigo almas puras como la de su amiga.
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Antonio no lloraba, solo observaba la prenda en el suelo. No sabía qué sentir, no tenía alguna reacción ante lo que le dijo su padre. No quería preguntar qué había sucedido con aquella prenda y la dueña de la misma, pero su subconsciente le lanzaba una sola teoría que la confirmó cuando vio a los guardias entrar vestidos de negro.
Nadie lo vieron, ni siquiera le lanzaron una mirada de desprecio o algún insulto, menos un golpe. Era como si él no existiera, y eso es lo que sentía.
Sentía nada, sentía que moría por dentro.
La quería tanto, era como su hermana y por culpa de él ahora no está.
Por culpa de él, le hicieron daño.
Por culpa de él, le arrebataron su vida.
Por su maldita culpa, la mataron.
Quería escapar de ese lugar y salir a buscar a Isabella y a su hijo, pero no tenía fuerzas. Ya perdió la esperanza en encontrar a su hijo, mucho tiempo ha pasado y no se ha sabido nada.
No sabía qué hacer, el castigo de su padre lo dejó muy mal de salud, hasta cerrar los ojos era doloroso. Pero era más doloroso era saber que su pequeña Luna ya no estaba.
Lucas ya debería estar enterado porque lo mandaron con su familia, y se culpaba por eso.
Todo era su maldita culpa, todo lo que había pasado eran las consecuencias de una sola noche, y las consecuencias de no haber realizado el trabajo en el momento que se lo encargaron.
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-Mi hija se recuperará. – Preguntó la madre al doctor.
-Sí señora, solo déjenla descansar. Le aplique un sedante, y basados en los acontecimientos anteriores su memoria volvió. – Le respondió el doctor, se despidió y se retiró del lugar.
-Solo tiene que descansar. – Volvió a decir su madre.
Se dio la vuelta y observó a las amigas de la infancia de sus hijas que solo lloraban, lloraban en silencio, se acercó a ellas y las abrazo.
-Ella estará bien. – Les dijo.
-Ella nos odiara. – Contestó Sofía.
-No lo hará cariño, solo hicimos lo mejor para ella. – Respondió su madre.
-Hay que decirle lo de Luna, de lo contrario. – Dijo Melanie mirando a su tía.
-No pensemos en se cariño, todo en su momento. Ahora dejémosla descansar.
Ambas jóvenes con la madre de Isabella se retiraron de la habitación dejando a la joven descansar, teniendo la esperanza que haya recuperado la memoria y sea la misma de antes. Aunque eso no se volvería realidad.
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Alfonso se encontraba en el búnker cuando recibió un mensaje a su celular.
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Estaba sin remitente lo cual era normal. Llamó de inmediato por video llamada a Héctor y este se mostró con un hombre amarrado a su lado.
-Que me tienes para el hoy, Héctor. – Pregunto
-Dile lo que me dijiste. - Héctor le dijo al hombre y al no contestar le propinó un golpe en su cara. – Ahora, dile lo que me contaste. – Volvió a pedirle.
-Se quién se llevó a su nieto. – Le dijo a Alfonso y este solo asintió con la cabeza dejándolo que continúe. – Eran cerca de las cuatro de la mañana cuando me dirigía a mi trabajo y la ruta la tengo que pasar por el hospital, cuando el aquel lugar vi unas camionetas raras, sabía que no eran visitantes o pacientes. – Alfonso lo interrumpió con su mano.
-En primer lugar, quién es ese hombre, y como sabe del bastardo de mi hija. – Le pregunto a Héctor y este apretó la cuerda en el cuello del hombre.
-Dile quien eres. - Le dijo.
-Soy Juan, trabajo en la Corporación JimSa. - Alfonso lo volvió a interrumpir y regresó a ver a Héctor.
-Enserio. – Le pregunto.
-Solo escúchalo. – Respondió.
-En resumen, se de ustedes porque vi nacer al joven Antonio y soy su padrino. Esa madrugada supe que él joven estaba en el hospital y antes de acercarme vi las camionetas, estas llevaban el logo que él me había mostrado cuando era pequeño y lo enviaron fuera del país. Ellos lo estaban buscando para saldar una deuda y cuando los vi supe que lo habían encontrado. Quise llamarlo para advertirle, pero las puertas del hospital de abrieron y vi la sangre en los pasillos, un hombre cargaba como un bulto y antes de llegar a la camioneta una joven se bajó de esta, la reconocí era la amiga del joven, y lo que parecía un bulto era un bebé. Ambos se subieron a la camioneta y se fueron del lugar. Cuando se fueron pensé que solo eran las dos que estaban estacionadas, pero una caravana de varios carros de diferentes modelos los siguió, no solo usan las camionetas comunes, también usan de otro color para pasar desapercibido. Ya no pude entrar al hospital porque un auto estaba estacionado y supe que uno se había quedado para vigilar, me fui a mi trabajo con la impotencia de no poder hacer nada, y a primera hora de la mañana la noticia se conocía en todos lados. Solo sabían que habían matado a unos doctores, pero nada de un bebé. Y cuando vi al joven Héctor preguntando por algunas cosas supe que era la persona indicada para decirle lo que vi. – Termino de contar la historia y los presentes no dijeron nada. Hasta que una voz los saco de su trance.
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Editado: 25.09.2021