Entre las sombras del amanecer

Capítulo 5: El eco de las sombras

Con el ritual completado y el pueblo a salvo, Alejandra y Samuel disfrutaron de unos días de paz y celebración. Los habitantes de San Esteban se reunieron en la plaza para festejar, agradeciendo a los dos jóvenes por su valentía y dedicación. Sin embargo, Alejandra no podía sacudirse una sensación de inquietud. Aunque el amuleto había sellado las sombras, algo en su interior le decía que su misión aún no había terminado.

Una noche, mientras caminaba sola por la orilla del mar, Alejandra notó algo extraño. La niebla que normalmente se levantaba al anochecer parecía más densa y fría, y sentía una presencia inquietante. De repente, una sombra apareció en la distancia, moviéndose lentamente hacia ella. Alejandra sintió un escalofrío recorrer su espalda, pero no huyó. En lugar de eso, se acercó con cautela, determinada a enfrentar lo que fuera que la acechaba.

—¿Quién está ahí? —preguntó, su voz firme aunque su corazón latía con fuerza.

La sombra se detuvo, y de entre la niebla emergió una figura alta y delgada, con ojos brillantes y una expresión misteriosa.

—No temas, Alejandra. No vengo a hacerte daño —dijo la figura con una voz profunda y suave—. Mi nombre es Lucian, y soy el guardián de las sombras.

Alejandra frunció el ceño, sin saber si confiar en él.

—¿Qué quieres? Hemos sellado las sombras y protegido a nuestro pueblo —respondió, manteniendo su distancia.

Lucian asintió lentamente, sus ojos reflejando una mezcla de tristeza y admiración.

—Lo sé, y has hecho bien. Pero hay más en juego de lo que imaginas. Las sombras que has sellado no son el verdadero peligro. Son solo fragmentos de un poder mucho mayor que ha estado dormido durante siglos.

Alejandra sintió un nudo en el estómago. Sabía que Lucian decía la verdad, y que su lucha no había terminado.

—¿Qué podemos hacer para detener ese poder? —preguntó, determinada a seguir adelante.

Lucian sonrió levemente, admirando su valentía.

—Debes encontrar las tres Llaves de la Eternidad. Están dispersas por el mundo y cada una guarda un fragmento del poder antiguo. Solo reuniéndolas y realizando un ritual aún más antiguo podrás derrotar definitivamente a las sombras.

Alejandra asintió, comprendiendo la magnitud de su nueva misión.

—¿Dónde podemos encontrar estas llaves? —preguntó, ya pensando en cómo informar a Samuel y preparar su viaje.

—Cada llave está oculta en un lugar sagrado, protegido por pruebas y guardianes. La primera se encuentra en las ruinas del templo en la selva de Yucatán, la segunda en una isla olvidada en el Pacífico, y la tercera en las montañas nevadas de los Alpes —explicó Lucian, sus ojos brillando con determinación—. No será una tarea fácil, pero creo en ti, Alejandra.

Alejandra agradeció a Lucian y regresó al pueblo, su mente llena de pensamientos y planes. Sabía que debía hablar con Samuel y los ancianos del pueblo, pero también sentía una renovada determinación. Su viaje no sería sencillo, pero estaba lista para enfrentar cualquier desafío.

A la mañana siguiente, se reunió con Samuel y Doña Clara, explicándoles lo que había aprendido de Lucian. Ambos la escucharon con atención, sus rostros reflejando tanto preocupación como apoyo.

—Debemos partir cuanto antes —dijo Samuel, su voz firme—. No podemos permitir que ese poder antiguo despierte y amenace a nuestro pueblo.

Doña Clara asintió, entregándoles provisiones y bendiciones para su viaje.

—Tengan cuidado y recuerden, la fuerza está en su unión. Solo juntos podrán superar las pruebas que les esperan.

Con el apoyo de su pueblo y la guía de Lucian, Alejandra y Samuel partieron en busca de las Llaves de la Eternidad. Sabían que el camino sería peligroso y lleno de obstáculos, pero también sabían que estaban destinados a enfrentar ese desafío.

Mientras se alejaban de San Esteban, el sol se alzaba en el horizonte, bañando el camino con un resplandor dorado. Alejandra miró a Samuel y sonrió, sintiendo una renovada esperanza y confianza.

—Juntos, podemos hacerlo —dijo, apretando su mano.

Samuel asintió, devolviéndole la sonrisa.

—Sí, juntos enfrentaremos cualquier sombra.




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