Entre las sombras del amanecer

Capítulo 8: Las montañas de los Alpes

Con las dos primeras llaves en su poder, Alejandra y Samuel se dirigieron a su destino final: las montañas nevadas de los Alpes. El viaje fue largo y arduo. Tuvieron que tomar varios vuelos y recorrer caminos peligrosos hasta llegar a una pequeña aldea en las faldas de las montañas. La aldea era tranquila y pintoresca, pero los habitantes les advirtieron sobre los peligros que acechaban en las cumbres nevadas.

—Tengan cuidado —dijo un anciano de la aldea—. Muchos han intentado escalar esas montañas en busca de tesoros y conocimientos antiguos, pero pocos han regresado.

Alejandra y Samuel agradecieron el consejo y comenzaron su ascenso. Equipados con ropa de abrigo y herramientas para escalar, avanzaron lentamente por los senderos cubiertos de nieve. El aire era frío y el viento cortante, pero su determinación no flaqueaba.

A medida que subían, el paisaje se volvía más inhóspito y peligroso. Encontraron pistas de antiguos viajeros y restos de expediciones pasadas, recordándoles los riesgos que enfrentaban. Después de varios días de ascenso, llegaron a una cueva oculta en la ladera de una montaña. Las inscripciones en la entrada les confirmaron que habían llegado al lugar correcto.

—Este es el último desafío —dijo Samuel, encendiendo una antorcha y entrando en la cueva.

La cueva era oscura y helada, con estalactitas de hielo colgando del techo y crujidos inquietantes resonando en las paredes. Avanzaron con cuidado, siguiendo un camino marcado por antiguos símbolos y señales. Finalmente, llegaron a una gran cámara subterránea iluminada por una luz azulada.

En el centro de la cámara, había un altar de piedra rodeado de estatuas de guerreros antiguos. Sobre el altar, descansaba una tercera llave, hecha de bronce y adornada con una gema roja. Alejandra sintió una mezcla de alivio y ansiedad mientras se acercaba al altar.

—Esta es la última llave —dijo, extendiendo la mano para tomarla.

Pero justo cuando sus dedos rozaron la llave, un rugido ensordecedor llenó la cámara. De las sombras, emergió una figura colosal, una bestia de hielo con ojos brillantes y colmillos afilados. La bestia rugió nuevamente, lanzándose hacia ellos.

—¡Corre, Alejandra! —gritó Samuel, empujándola fuera del camino.

Alejandra rodó por el suelo, levantándose rápidamente. Sabía que no podían vencer a la bestia por la fuerza. Tenían que usar su ingenio.

—Debemos atraparla en una trampa —dijo, mirando a su alrededor.

Samuel asintió, y juntos idearon un plan rápido. Atrajeron a la bestia hacia una zona de la cueva donde el suelo era inestable, usando gritos y antorchas para llamar su atención. La bestia los persiguió furiosa, y cuando estuvo lo suficientemente cerca, Alejandra y Samuel golpearon el suelo con todas sus fuerzas, haciendo que colapsara bajo el peso de la bestia.

La bestia cayó en un abismo, rugiendo mientras desaparecía en la oscuridad. Alejandra y Samuel se miraron, respirando con dificultad pero aliviados. Se acercaron al altar una vez más, y esta vez Alejandra tomó la llave sin interrupciones.

—Lo logramos, Samuel. Tenemos las tres llaves —dijo, guardando la última llave con las otras dos.

Pero su misión aún no había terminado. Debían realizar el antiguo ritual para sellar el poder de las sombras de una vez por todas. Salieron de la cueva y descendieron la montaña con cuidado, regresando a la aldea.

En la aldea, encontraron un lugar seguro y tranquilo para realizar el ritual. Alejandra y Samuel colocaron las tres llaves en un círculo de piedras, siguiendo las instrucciones de un antiguo manuscrito que habían encontrado en la cueva. Comenzaron a recitar las palabras del ritual, y las llaves comenzaron a brillar intensamente.

De repente, una ola de energía se desató, envolviéndolos en un resplandor cegador. Sentían que el poder de las sombras era absorbido por las llaves, sellado para siempre. Cuando la luz se desvaneció, Alejandra y Samuel se encontraron de pie en un claro tranquilo, las llaves ahora inertes y sin brillo.

—Lo hicimos —susurró Alejandra, sintiendo una paz profunda—. Las sombras están selladas.

Samuel sonrió, abrazándola.

—Y el mundo está a salvo, gracias a ti.

Con su misión cumplida, Alejandra y Samuel regresaron a su pueblo, llevando consigo las llaves como símbolo de su victoria. Fueron recibidos como héroes, y su historia se convirtió en leyenda. Sabían que siempre estarían vigilantes, pero también sabían que mientras estuvieran juntos, podían enfrentar cualquier oscuridad.




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