Entre líneas y mentiras

Capítulo 4. Guerra imprevista.

Como cada jueves, el club de literatura se reunía y esa semana la energía tenía un tono más competitivo, en el aire flotaba algo parecido al caos… y a la vez, emoción. Jane se sentó junto a William, como ya se había vuelto costumbre, fingiendo que estar cerca de él no le sacaba canas verdes cuando empezaban a discutir.

-Atención, todos -dijo Ava con su tono demasiado alegre para lo que estaba por anunciar-. Esta semana comenzaremos con un reto de escritura en parejas. Sí, lo sé, parejas. Y adivinen qué… ¡las parejas ya están asignadas!

Los murmullos se multiplicaron y William frunció el ceño, Jane alzó una ceja.

-No me digas… -murmuró Jane.

-Anderson y Hart -anunció Ava, sonriendo como si no acabara de desencadenar un apocalipsis literario.

Jane suspiró, casi teatral. William se cruzó de brazos.

-Esto va a ser un desastre.

-¿Tú crees? Yo pensé que escribir con una persona con complejo de robot emocional sería todo un paseo -le dijo Jane sin mirarlo.

William bajó la mirada hacia el escritorio.

-Y yo pensé que fingir interés por cada emoción humana conocida sería agotador, pero mírame, aquí estoy.

Jane rodó los ojos. Se suponía que estaban actuando como una pareja, no como dos abogados en juicio.

Ava continuó con las instrucciones:

-Quiero que cada pareja escriba un relato corto de no más de dos mil palabras, en el que los personajes enfrentan un conflicto central basado en una diferencia irreconciliable, puede ser ideológica, emocional, existencial… lo que sea. Pero debe haber tensión real, y una resolución abierta, nada de finales mágicos.

Jane levantó la mano.

-¿Y debe haber romance?

-No es obligatorio -respondió Ava-. Pero dado que algunos de ustedes están viviendo un romance universitario -miró directamente a ellos dos-, supongo que podrán usarlo como inspiración.

Varias miradas se posaron sobre ellos. William se tensó. Jane sonrió, falsa, brillante, venenosa.

-Claro, estamos llenos de inspiración.

-No puedes simplemente escribir un conflicto con estadísticas -le espetó Jane, en cuanto se sentaron en su cafetería habitual con el portátil abierto-. ¡Tiene que sentirse real! ¡Orgánico!

-Y tú no puedes simplemente poner dos personajes a gritarse durante veinte páginas y llamarlo desarrollo -respondió William, apretando la mandíbula.

-¿Sabes qué? -Jane se inclinó hacia él-. Te vendría bien una clase de sentimientos.

-¿Y a ti una de coherencia narrativa?

Silencio, una pareja en la mesa de al lado los miró por encima de sus tazas de café. William se inclinó hacia adelante, en voz baja:

-Recuerda que se supone que estamos juntos, no puedes gritarme como si fueras mi némesis literaria.

-No estoy gritando -susurró Jane entre dientes-. Estoy... proyectando.

-Proyecta más bajo.

Ambos se miraron, por un segundo, parecía que uno de los dos iba a estallar... pero luego, casi al mismo tiempo, se recostaron en sus sillas, exhalando.

Jane tomó un sorbo de café. William abrió su portátil.

-Está bien -dijo él-. Vamos a escribir una historia sobre dos personas que no se soportan, pero que por alguna razón están obligadas a trabajar juntas.

-¿Te estás describiendo, Hart?

-¿Te estoy describiendo, Anderson?

Jane bufó, pero sonrió. William también, aunque solo un poco.

Y así, entre ironías, sarcasmos y miradas tensas, comenzó la historia de dos personajes que no querían estar juntos… escrita por dos personas que tampoco querían trabajar juntos.

William tecleaba como si el teclado le debiera algo.
-Entonces, ella quiere abandonar el proyecto porque no soporta a su compañero de trabajo -leyó en voz alta-, pero siente que si lo hace, estaría traicionando lo que ama.

-Ajá… -dijo Jane, con un tono que mezclaba aprobación y juicio-. Solo que eso suena más a un drama corporativo que a un conflicto emocional.

William giró la pantalla hacia ella.
-¿Y qué propones tú?

Jane se acomodó el cabello detrás de la oreja, se inclinó sobre la mesa y habló como quien escenifica una historia en su mente.

-Quiero que ella se quede no porque deba, sino porque quiere demostrarle a él que puede, que no es la soñadora ingenua que todos creen y él, él debería tener miedo… pero no del fracaso, sino de ella, porque cada vez que ella habla, le desmonta todo lo que él cree que sabe sobre cómo funcionan las personas.

William la observó un momento, luego escribió en silencio.

Jane fingió que no lo notaba, pero sí lo hizo, notó que él le había prestado atención, sin interrumpirla ni corregirla, notó que sus dedos no temblaban al escribir sus ideas, era raro.

-¿Qué nombre le pondrías a ella? -preguntó William, mientras tecleaba.

-Clara.

-¿Y a él?

-Marco.

William asintió.
-Clara y Marco. Suena como una pelea inevitable.

Jane sonrió, satisfecha.

-Exacto.

-Ese relato tiene más tensión que cualquier cosa que hayan escrito antes -dijo Ava una semana después, cuando presentaron su primer borrador en el club-. Me gusta. Me gusta mucho. Pero hay una energía… ¿cómo decirlo? Casi personal en esa dinámica.

Jane se congeló.

-¿Personal cómo?

-No sé… -dijo Ava, cruzándose de brazos-. Es como si conocieran esa clase de relación, como si lo hubieran vivido.

Una compañera del club, Emma, alzó la mano con media sonrisa torcida.

-O como si estuvieran usando su “relación” como base para el relato.

Varios pares de ojos se giraron hacia ellos. Jane sintió un escalofrío en la nuca, pero William mantuvo la calma.

-Es una historia, la inventamos -dijo él, con tono neutro-. Como cualquier escritor debería poder hacer.

Pero algo en su mirada pareció más tenso de lo usual, como si no le gustara la sospecha, o peor: como si no quisiera que alguien adivinara que, por una fracción de segundo, tal vez se estaba inspirando en más que pura lógica.



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En el texto hay: jovenes, universitarios, romcom

Editado: 28.04.2025

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