Lunes, 6:00 p. m. en punto.
William estaba ya sentado en la biblioteca del campus, el reloj de pulsera brillando bajo la lámpara de escritorio, tenía su laptop abierta, un cuaderno al costado, y una pluma perfectamente alineada con los márgenes de la mesa. Su carpeta de “Proyecto Concurso Literario” ya estaba organizada por secciones, colores y etiquetas.
Jane llegó siete minutos tarde, cargando una mochila con una libreta maltratada, una botella de agua y una bolsa de galletas a medio abrir.
-¿Llegaste hace mucho, señor puntualidad? -dijo, dejando caer su mochila sin cuidado.
-Siete minutos tarde, Anderson, ya estás rompiendo las reglas.
-Relájate, Hart, no somos parte de una misión militar.
William se quedó en silencio, por dentro sonrió pero no dijo nada.
Jane sacó su cuaderno, sus notas eran un caos: líneas cruzadas, tachones, dibujos de corazones rotos, listas de ideas que se superponían, William la observó mientras masticaba una galleta con la expresión más tranquila del mundo.
-¿Empezamos con la escena uno? -preguntó ella.
-Sí, dijimos que sería una escena donde Clara y Marco se conocen. ¿Recuerdas?
Jane hojeó su cuaderno.
-Sí, pero sigo pensando que sería más interesante si ya se conocen y la tensión viene de lo que no se dicen, no de lo que apenas están descubriendo.
William entrecerró los ojos, intentando no responder con sarcasmo.
-Pero eso cambia toda la estructura emocional, necesitamos verlos crecer juntos para que el lector se involucre.
-¿Y si el lector se siente más atraído a los silencios? No todo el mundo necesita ver cómo florece algo, aveces lo que duele más es lo que nunca se dice.
William la miró por un segundo, por primera vez, no tenía una respuesta inmediata.
-Es una idea válida -admitió-. Aunque es compleja de manejar, podríamos hacer que uno de ellos escriba cartas que nunca entrega. ¿Tal vez Marco?
Jane sonrió.
-O Clara. Aunque Marco se parece mucho a ti, todo organizado, reprimido, lleno de reglas.
William rió con suavidad.
-Y Clara tiene tu caos.
Jane lo miró, sorprendida de escucharlo reír sin sarcasmo.
-Parece que, sin querer, estamos escribiendo sobre nosotros.
William se quedó en silencio, evitando su mirada.
-No somos una historia.
-Ya lo sé -dijo Jane, más seria-. Esto es solo un proyecto.
Miércoles, 12:30 p. m.
-Solo los miércoles y viernes -recordó Jane, sentándose frente a William en la cafetería.
-Así es -respondió él, hojeando el menú aunque ya sabía lo que iba a pedir-. ¿Vas a seguir probando todos los postres del lugar?
-Uno nunca sabe cuál será el indicado, Hart.
-¿El indicado para qué?
-Para curar los días grises.
William no respondió, solo la observó mientras pedía un pastel de frutos rojos y limonada con gas.
Ella llevaba un vestido azul, sencillo, pero con el cabello recogido de una forma descuidada que lo hacía ver bonito sin proponérselo, él detestaba pensar en eso, se suponía que los miércoles y viernes eran solo para aparentar.
-Entonces -dijo él, sacando su libreta-. ¿Cómo seguimos con el proyecto?
-¿De verdad vas a escribir en medio de una cafetería?
-Reglas, Anderson, aprovechamos el tiempo, ¿recuerdas?
Jane se cruzó de brazos.
-Vale, entonces, ¿qué opinas si en la escena siguiente Marco encuentra las cartas que Clara nunca le dio?
-Demasiado pronto, hay que guardarlo para el clímax.
-Hart, tu vida necesita un poco de espontaneidad.
-Y la tuya, una estructura narrativa coherente.
Ambos se miraron y estallaron en una risa breve pero sincera, por unos segundos, olvidaron que se estaban odiando hace apenas unos días.
Viernes, 8:58 p. m.
Jane bostezó, tumbada en el sofá del cuarto de William, las notas estaban esparcidas en la mesa de centro, sus ideas mezcladas con las de él.
-Ya casi son las nueve -dijo William sin levantar la vista-. Y según las reglas, tenemos que parar.
-Hart… -suspiró Jane-. ¿Siempre fuiste así?
-¿Cómo?
-Tan meticuloso, tan... exacto.
William cerró el cuaderno y la miró.
-Desde siempre, mi casa funcionaba con horarios, mi padre ya sabes, fuerza aérea, mi madre también era muy estructurada, después de que ella murió, era la única manera de mantener todo en orden.
Jane se quedó callada, sintiendo una punzada en el pecho.
-A veces creo que por eso me desordené tanto -dijo en voz baja-. Como si necesitara hacer todo lo opuesto para sentirme viva.
William asintió.
-No estás tan mal como crees, Jane.
Ella lo miró por un momento.
-¿Y tú no estás tan cerrado como finges, Hart.
William se levantó, sacudiendo su pantalón.
-Hora cumplida, buen trabajo, Anderson.
Jane lo siguió con la mirada mientras él recogía los papeles y se los entregaba.
-Buen trabajo, Hart.
A pesar de las reglas, los encuentros con horarios se convirtieron en algo esperado. No lo decían, pero cada miércoles, cada viernes, cada tarde de proyecto… sentían que algo en ellos se estaba acomodando.
Solo dos personas que, por necesidad, coincidieron en la misma línea… y ahora compartían más de lo que quería aceptar.
Después de sus nuevas reglas, los jueves se volvían un poco aburridos.
-Y en resumen -concluyó Jane desde su asiento, justo al otro lado del salón-, si un personaje no evoluciona emocionalmente, su historia carece de alma.
William apretó los puños debajo del escritorio, podía sentir cada palabra de Jane como una provocación personal, pero no giró la cabeza, ni la miró.
Solo clavó la vista en su cuaderno y anotó, con letra firme: No responder, no caer en el juego, no otra pelea delante de todos.
-¿William? -preguntó la profesora Davis-. ¿Tienes alguna opinión al respecto?
El silencio se alargó más de lo normal, Jane lo miraba, esperando, como si estuviera lista para discutir.