Entre Mí Camino

Capítulo.

(4)

Flor:

Qué feo es el sentir de matarte en algo para que no valoren tú esfuerzo, en todos los semestres he dado todo de mí y aún más en ésta última para salir victoriosa al ver que hice todo bien.

Pero no, no valió la pena tanto esfuerzo, quisiera saber quién es ese maldito que hizo eso para matarlo. La ira es tan grande que la ansiedad se hace presente haciendo que mí respiración sea difícil y mí cuerpo empiece a temblar.

Se me está haciendo difícil imaginarme recibiendo el título de negocios internacionales, tanto esfuerzo, tanto cansancio está haciendo que me rinda, ya se me están yendo las fuerzas.

—¡Flor, cálmate! —Se exaspera Taylor al verme en éste estado—. No te puedo traer a la universidad viva llevándote muerta.

Le agradezco el haberme ayudado pero ahorita no quiero escuchar sus reclamos. Me siento en las escaleras que dan con la entrada de la universidad, uno mis manos temblorosas sintiendo cómo ruedan algunas lágrimas presas de la rabia que tengo.

El clima de Londres siempre ha sido frío, nublado, es por eso que siento algo tibio que arropa mis manos, son las suyas.

—Mírame —Me pide serio, lo hago—. ¿Te vas a rendir así cómo así?.

—Estoy cansada —Digo con un hilo de voz, el niega—.

—Eso no es excusa para rendirte así, te has graduado en más títulos, capaz has pasado por otras cosas peores, entonces no vengas a rendirte así tan fácil.

Lo sigo viendo directamente, es cómo sí su color de ojos se mezclaran con los míos, tiene razón, pero es que me siento débil.

Desde que mí mamá murió hace un año atrás todo se me ha hecho muy difícil.

Hace un año, hoy se está cumpliendo un año de ese hecho.

—No tengo fuerzas, y la persona que me las daba ya no está aquí —Le digo derramando más lágrimas la cuál el las quita rápidamente—.

Es cómo sí no le gustara para nada verme llorar, por eso está más serio aún.

—Hoy hace un año que ya no está más a mí lado —Sigo hablando dolida—.

—Flor, deja de hablar cómo sí no tuvieras a más nadie en tú vida —Tensa su mandíbula—.

—Mí mamá era una niña huérfana, le otorgaron un apellido cuándo la sacaron un par de señores mayores, tenía unos dieciséis años, los señores murieron con el paso del tiempo, quedó sola hasta que se encontró con mí papá —Le cuento—. La familia de mí papá no me quiere por el simple hecho de que soy venezolana hija de otra más —Sonrío con sarcasmo al recordarlo—. Ahora somos mí papá y yo contra el mundo, pero no es lo mismo porque mí papá no está tan presente en mí vida cómo lo estaba mí mamá, no tengo ni una amiga para poder decir que tengo a alguien a la cuál le cuento todo. Ahora ves que no tengo a más nadie, solo a mí papá que está presente pero hay veces que está ausente.

Se queda callado buscando palabras correctas para el momento será.

—Ven —Se pone de pie ofreciéndome su mano—. Vamos a pasear por ahí para que te relajes.

Tomo su mano levantándome igual.

Este hombre es bipolar, a veces te trata con su actitud de mierda y cuándo acuerde te saca a pasear para que te despejes la mente, quién lo conoce no se lo creyera.

Duramos al menos una media hora en carretera llegando a un bosque, repleto de árboles espesos, la brisa acaricia mí piel, el sonido de los pájaros cantando se mezcla en toda ésta naturaleza, es hermoso este lugar, me toma la mano guiándome a un lugar, es un mirador.

Se puede apreciar la ciudad de Londres, vaya, mí vista se pierda en todo, fascinada por lo que veo, es muy grandioso ésto, el atardecer ya se está haciendo presente.

Los colores amarillos, naranjas y rojo hacen un show en el cielo mezclándose haciendo un nuevo color, un tipo de color morado entre rosa, asombroso.

Será que estar tan metida en mí burbuja hizo que hasta se me olvidara cómo era un atardecer, pero de lo que sí sé es que nunca había presenciado uno cómo éste, y más con compañía.

—Sí tuviera que pagar para saber que piensas lo haría sin ningún problema —Habla a mí lado—. Miss navegante de pensamientos.

Sonrío en mis adentros, los últimos rayos de sol caen en su cara iluminando aún más sus ojos, es cómo ver el mismísimo sol en dos partes, no dejaré de decirlo porque es la verdad.

—Sabes, aquí sí quisiera sacarte una foto —Le digo sin más, frunce su entrecejo—. Los rayos del sol con tus ojos son un espectáculo, me temo decirle.

Endereza su postura, cómo sí mis palabras les hace crecer su ego, ay este hombre.

—Los de usted no se quedan atrás, De Mayo —Solo dice eso intentando sonar respetuoso—.

Es un hombre muy cerrado, muy orgulloso, muy mierda, es por eso que me conformo con tan solo eso, me imagino que hasta para decir aunque sea eso le cuesta.

Pasamos en éste lugar unas dos horas más hasta que prendemos camino a la ciudad de nuevo.

—¿Tienes hambre? —Me pregunta y habla después de tantos minutos—.

—La verdad que no, no te preocupes igual gracias —Asiente—. El que sí debería de comer sería usted —Me mira por un segundo para volver a ver la carretera—. Ahora fué el único momento en que lo ví comer.

—Me salió una niñera —Comenta burlón—. Dígame, ¿Cuándo me vá a dar la leche?.

No es que sea una mal pensada pero con un hombre así al lado todo es posible.

—Ya está muy mayorcito cómo para estar tomando leche —Le sigo el juego—.

—Hay varios tipos de leche —<<Ok, eso sí sonó mal>>—. Uno que para empezar es solamente para adultos.

Sí ahora tenía la respiración mal ahora la tengo peor, ¡Qué alguien me saque de aquí!.

—Aún no entiendo porqué tus mejillas se ponen rojas con tremendo frío que hace —Y sigue—.

—Me quiere dar fiebre —Miento, echa una risita nasal—.

En eso llegamos a mí departamento, ¡Gracias, Dios!. Me intento bajar pero me sostiene la muñeca echando a la borda mí huida.

—¿No te vas a despedir? —Pregunta cómo sí nada ha sucedido—.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.