Entre misiones y latidos.

Cuandonlos ojos hablan.

Aiden pasó el día entero con el estómago revuelto.

Intentó distraerse: lavó los platos, salió a caminar, incluso volvió a abrir un viejo libro que solía gustarle. Pero nada funcionaba. Cada pensamiento volvía a ella. A Lyra. A lo que significaba verla… y que ella lo viera a él.

Revisó su cámara al menos cinco veces. Se peinó, se cambió tres veces de camiseta. Luego, volvió a la primera, porque era la única en la que se sentía “él”.

El reloj marcaba las 8:59 p. m.

Faltaba un minuto.

Encendió el programa de videollamadas. Revisó su conexión. Su reflejo lo miraba en la pantalla con ojos cansados, pero vivos.

Y entonces, apareció la notificación: Lyra está llamando.

Aceptó.

La pantalla se dividió. Durante un segundo eterno, solo hubo oscuridad del otro lado.

Hasta que ella encendió su cámara.

Y Aiden la vio.

No como se había imaginado. No como una versión idealizada de algún sueño. Sino como alguien real.

Su rostro tenía una ternura quieta. Cabello castaño algo desordenado, cejas naturales, piel ligeramente pálida, ojos grandes que reflejaban el mismo nerviosismo que él sentía en ese instante. Vestía una sudadera gris, sin maquillaje. Auténtica.

Tardó dos segundos en hablar.

—“Hola…” —dijo ella, con una voz que sonó más suave en vivo que en el micrófono del juego.

Aiden tragó saliva.

—“Hola.”

Se miraron. Solo eso.

No hubo fuegos artificiales. Ni frases de película. Solo dos personas, viéndose como eran.

Ella sonrió primero.

—“Tienes cara de buena persona,” susurró.
—“¿Y eso es bueno?” —bromeó él, con la voz temblorosa.
—“Es lo mejor.”

Aiden sintió que el corazón se le deshacía en el pecho. No podía explicar lo que sentía, pero estaba seguro de algo: nunca en su vida se había sentido tan visto.

—“No te pareces al chico que imaginaba…” —dijo ella, bajando la mirada un segundo—. “Pero eso es bueno. Eres más real. Más tú.”

—“¿Estás decepcionada?”
—“No, Aiden. Estoy… tranquila. Como si por fin hubiera completado una parte que me faltaba.”

Él sonrió. Y algo dentro de él se rompió, pero no en el mal sentido. Se rompió el miedo. Se quebró la idea de que no sería suficiente.

Porque ella lo miraba como si sí lo fuera.

—“Pensé que te ibas a arrepentir,” confesó él.
—“Yo también. Pero… aquí estoy.”

La llamada se extendió más de lo que esperaban. Una hora. Luego dos. Hablaron de cosas simples. De la primera vez que jugaron juntos. De cómo ella casi muere en su primer boss. Rieron con anécdotas compartidas. A veces, se quedaban en silencio solo mirándose.

Y fue en uno de esos silencios cuando Lyra se atrevió:

—“¿Puedo decirte algo que me da un poco de miedo?”

—“Claro.”
—“Te estoy empezando a querer.”

Aiden parpadeó.

El tiempo se detuvo.

No por sorpresa. Sino por emoción.

Porque él también.

—“Yo también te estoy empezando a querer, Lyra. Mucho más de lo que imaginaba.”

Ella suspiró. Como si se hubiera liberado de un peso. Sus ojos brillaban. Tal vez por la emoción. Tal vez por algo más profundo.

—“Gracias por mostrarte,” dijo ella.
—“Gracias por quedarte.”

Cuando se despidieron, ya era madrugada.

Antes de apagar la cámara, Lyra dijo con una sonrisa:

—“Ahora que te vi… tengo más motivos para quedarme.”

Y Aiden supo que algo en su vida había cambiado para siempre.

Ya no era solo un jugador frente a una pantalla. Era un hombre que, en medio de un mundo ficticio, había encontrado algo profundamente verdadero.




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