Los días que siguieron a la noticia del proyecto de Aiden estuvieron llenos de una mezcla de ansiedad y esperanza. La realidad de que el encuentro que tanto habían soñado podría verse aplazado golpeó con fuerza, pero no logró apagar la llama que ambos compartían.
Aiden se encontraba en un ritmo agotador. Su jornada en el trabajo era larga, y el proyecto que le habían asignado exigía concentración y presencia constante. Sin embargo, cada minuto libre lo dedicaba a Lyra. En esos pequeños espacios entre reuniones y llamadas, sus pensamientos viajaban a ella.
Un día, mientras esperaba en una sala de conferencias, sacó su teléfono y abrió el chat con Lyra. El mensaje que le escribió fue sencillo, pero lleno de sinceridad:
—“Cada día sin ti se siente un poco más largo, pero saber que estás ahí me ayuda a seguir adelante.”
La respuesta llegó casi al instante.
—“Yo también siento lo mismo, Aiden. A veces la distancia parece un abismo, pero nuestro amor es el puente que nos mantiene juntos.”
Esa conversación fue un bálsamo para ambos.
Por su parte, Lyra intentaba no dejarse consumir por la incertidumbre. Sus días en el trabajo también eran intensos, pero encontró en la rutina un refugio. Aún así, cuando llegaba a casa, lo primero que hacía era conectarse con Aiden.
A menudo, después de la cena, se sentaban frente a sus pantallas, conectados no solo por el juego, sino por esa necesidad urgente de estar presentes, de sentirse cercanos.
—“¿Recuerdas la primera vez que nos vimos bajo aquel árbol virtual?” preguntó Lyra una noche, con una sonrisa en la voz.
—“Claro que sí,” respondió Aiden, “fue como encontrar un refugio en medio del caos.”
—“Me hace feliz pensar que, aunque estemos lejos, tenemos ese lugar que es solo nuestro,” dijo ella.
La idea de una maratón nocturna de juego surgió en medio de una de esas conversaciones.
—“¿Qué te parece si jugamos toda la noche? Como cuando empezamos,” propuso Lyra, tratando de darle un giro positivo a la distancia.
—“Me encantaría,” contestó Aiden, “será nuestra forma de acortar kilómetros.”
Aquella noche se convirtieron en compañeros de batalla y cómplices de risas, recordando cómo habían conocido y consolidado su conexión.
Entre misiones y momentos de calma, compartieron recuerdos, sueños y promesas.
Pero no todo era solo diversión. En la intimidad de sus charlas, también surgían las inseguridades y los miedos.
—“A veces temo que el tiempo nos cambie, que el mundo real no sea como lo imaginamos,” confesó Lyra en un momento de vulnerabilidad.
—“Lo entiendo,” respondió Aiden con sinceridad, “pero creo que si nuestro amor es verdadero, podremos superar cualquier cambio.”
Ella suspiró, aferrándose a esas palabras como un ancla.
Mientras tanto, Aiden empezó a planear en secreto cómo podría reorganizar sus compromisos para no perder la oportunidad de estar con Lyra. Sabía que ese proyecto era importante, pero también sabía que no quería dejar escapar lo que estaban construyendo.
Por las noches, repasaba mentalmente opciones, buscaba alternativas, se mantenía firme en la convicción de que el amor merecía sacrificios.
En medio de esa batalla entre el deber y el deseo, ambos aprendieron que la distancia, aunque dolorosa, también podía ser una prueba de fortaleza.
Que cada mensaje, cada llamada, cada instante compartido era un ladrillo en el puente que los uniría algún día.
—“No importa cuánto tengamos que esperar,” le dijo Lyra una madrugada, “quiero que sepas que confío en nosotros.”
—“Y yo,” replicó Aiden, “haré todo lo posible para estar contigo, para no dejar que la distancia nos gane.”
Así, entre esperanzas y planes, lágrimas contenidas y sonrisas compartidas, siguieron adelante.
Sabiendo que el amor verdadero no es solo un juego, sino una batalla constante que se libra con paciencia, fe y compromiso.
Cuando el sol comenzó a asomarse por la ventana de sus mundos paralelos, Aiden y Lyra estaban más unidos que nunca, dispuestos a enfrentar cualquier desafío que la vida les pusiera en el camino.
Porque en esa fortaleza compartida encontraron la certeza de que su historia apenas comenzaba.