mi nombre es lucas y siempre eh vivido en la estricta vigilancia de mis padres y la comunidad religiosa en la que crecí. toda vida ha sido marcada por las enseñanzas religiosas que dictaban todo desde mi tiempo libre hasta las decisiones mas importantes como mi carrera y amigos.
Desde la mañana hasta la noche, mi tiempo se reducía a tres actividades fundamentales: la escuela, la casa y la iglesia. Casi todo lo demás estaba prohibido. Los amigos eran cuidadosamente seleccionados por su alineación con nuestra fe, y cualquier tipo de entretenimiento que no estuviera aprobado —películas, libros, incluso ciertos deportes— era visto como una distracción del verdadero propósito servir a Jesús .
Cuando era más joven, aceptaba todo esto sin cuestionarlo. Mis padres se esforzaban tanto por mí, por mi futuro, por mi bienestar, que no quería ser un desagradecido. No podía imaginar cómo sería mi vida sin seguir las reglas que ellos me imponían. Para ellos, vivir así era lo correcto, lo que nos acercaba a Dios, y era lo que siempre había creído. En mi mente, no había otra opción, no había nada más allá. Era lo único que conocía.
hoy era domingo , y como cada semana , mis padres y yo nos preparábamos para ir a la iglesia .Desde temprano, la casa estaba llena de actividad. Mi madre organizando todo lo necesario para la salida, mi padre revisando que no olvidáramos nada, y yo, como siempre, sin muchas ganas pero sin decir nada, simplemente cumpliendo con lo que se esperaba de mí. La rutina era clara: llegar a la iglesia, escuchar el sermón, cantar, orar… y luego regresar a casa. Nada especial, nada fuera de lo común. Era simplemente otro domingo.
Nos subimos al auto, mi madre en el asiento del copiloto, mi padre conduciendo, y yo en el asiento trasero, mirando por la ventana como si, de alguna manera, el paisaje fuera a ofrecerme algo diferente esa noche. Nada de eso sucedió.
La iglesia estaba llena, como siempre. Las mismas caras, los mismos cantos, las mismas oraciones. La sensación de seguridad que siempre me daba ese lugar comenzó a sentirse más como una prisión.Me senté entre los bancos, entre las personas, mirando el altar y el rostro del pastor, que comenzó a hablar con esa misma convicción que tanto me había acostumbrado a escuchar.
Una hora y media después, como era de esperar, salimos de la iglesia. Mi padre, con su rostro serio, nos dijo que la salida había sido especialmente edificante. Mi madre, siempre sonriente, me preguntó si había entendido bien la enseñanza. Yo, sin saber qué responder, me limité a sonreír de vuelta, diciendo que sí, que todo había estado muy bien. La rutina de siempre. Regresamos a casa, sin mayores palabras. Pero algo había cambiado en mí. No podía sacudirme esa sensación de estar atrapado en un ciclo del que ya no quería formar parte.
Esa noche, cuando llegamos a casa, el ambiente era el mismo que todas las noches. Mi madre se puso a preparar la cena, mi padre se acomodó en su sillón a leer la Biblia. Yo me senté en el sofá, mirando al frente, pero con la mente en otro lugar. Esa noche, no podía dejar de pensar en todo lo que había comenzado a cuestionar.
La cena se sirvió, y aunque hablamos de cosas triviales, como siempre, la conversación me pareció vacía
– Sí, mamá. Solo estoy cansado. – respondí, con una sonrisa tensa, intentando disimular lo que realmente sentía.
Esa noche, al irme a dormir, las preguntas seguían rondando en mi cabeza. La iglesia, la fe, todo lo que conocía, todo lo que me habían enseñado, ya no me parecía suficiente quería por fin tener ciertas libertades como tener amigos que sepan divertirse los que conocía eran muy aburridos y con el fanatismo de la fe , también quiero ir de fiesta como los hijos rebeldes que decía mi padre que eran . y sin darle mas vueltas al tema me dormi