Entre olas y llamas

Capítulo 9. El Vínculo inquebrantable y la jaula dorada

— Pero, aun con la decisión del Consejo de los Elementos, el Vínculo sigue siendo inquebrantable — sentenció Karis, con la solemnidad de un juez dictando condena.
— Exacto, querida — asintió Artimón con una sonrisa torcida —. Pase lo que pase, una vez que el Vínculo se manifiesta, la pareja dispone de veinte días para dar su consentimiento mutuo, y en el mes siguiente deben casarse. Antes, claro, habrá que realizar la iniciación en la Casa de las Llamas y… ajustar nuestro don para ti. De lo contrario, la muerte. — Su sonrisa burlona se ensanchó —. Así es, niña. No creas que Ártidon está dando saltos de alegría, ¿verdad, hijo?
Art puso una mueca tan expresiva que no necesitó responder.
— Pero no tenéis elección — continuó su padre, implacable —. Si queréis vivir, os casáis. Yo no arriesgaré la vida de mi hijo.

¡Estupendo! Decidieron casarme sin consultarme, como si fuera un paquete. Y encima no puedo negarme, porque el premio de consolación es… morirme. ¡Magnífico plan!

— ¿Y tú por qué callas? — preguntó Art con su típico sarcasmo, mientras yo luchaba contra las ganas de borrarle esa sonrisita a bofetadas.
— Estoy pensando qué habría pasado si no te hubiera salvado — solté entre dientes.
— Eso jamás podría ocurrir — replicó, más ufano todavía —. El Vínculo no lo habría permitido. Cuando uno de los dos está en peligro, el otro se ve arrastrado a ayudarlo, aunque no quiera.

En ese momento, recordé aquel impulso absurdo que me empujó al agua, sin pensar en nada más que sacarlo con vida.

— ¿Entonces te caíste del yate a propósito? — lo increpé, cada vez más confundida.
— No exactamente… — Art bajó un poco la voz —. Sentí la llamada del Vínculo. En la Tierra. Eso nunca había pasado. Salí a cubierta para entenderlo… y entonces llegó la ola.
— ¿Y si ese día yo no hubiera ido a nadar? — insistí, desesperada por entender hasta dónde llegaban los caprichos de ese dichoso Vínculo.
— Basta ya — cortó Karis con firmeza —. Dejad que la niña respire. Vamos, Valentina, te llevaré a tu habitación. Descansa, piensa… y después de la cena hablaremos con calma. ¡Vamos!

No me quedó más remedio que seguirla, obediente, aunque por dentro estaba ardiendo de rabia.

Llegamos a la habitación en completo silencio. No sé en qué estaría pensando Karis, pero en mi cabeza reinaba un auténtico torbellino. Preguntas y exclamaciones se atropellaban unas a otras: «¿pero qué demonios es esto?», «¿con qué derecho deciden por mí?», «¿qué autoridad tienen sobre mi vida?», «ay, ya verán…» y «yo les voy a…». Todo mezclado, como un enjambre furioso imposible de ordenar. Ni siquiera podía precisar contra quién estaba más enfadada: contra Art, contra sus padres, contra ese dichoso Vínculo o contra el destino en general. En cierto modo, agradecí el silencio de mi flamante “suegra”; temía que, si abría la boca, me saliera un discurso interminable basado en principios de Derecho Romano, denunciando con gran teatralidad la injusticia que se estaba cometiendo conmigo.

Finalmente, nos detuvimos ante una puerta, y Karis, con su serenidad habitual, anunció:
— Estas serán tus estancias temporales, Valentina. Instálate. No te esperábamos… hm… tan pronto, así que lo único que podemos ofrecerte es una habitación de invitados. Las estancias de los miembros de la familia están en otra parte del castillo.

— ¿Cómo puede este Vínculo obligar a unir a dos personas que ni siquiera se aman? ¡Es espantoso! — exploté, sin apenas escuchar lo que ella acababa de decir, todavía digiriendo las noticias sobre mi futuro incierto.

— ¿Espantoso? — Karis arqueó las cejas con fingida sorpresa —. ¿Y qué hay de los matrimonios en tu mundo? Yo vi a muchas personas en la Tierra que se han casado sin amor y por motivos mucho más banales: dinero, poder, conveniencia, venganza… o incluso un embarazo no planeado. El Vínculo, en cambio, es algo infinitamente más serio. Sabe con exactitud quién es adecuado para quién, y garantiza la perpetuación de la estirpe. La semilla del don elemental no puede germinar en cualquier sitio: solo en la otra mitad, en la Valisa. Y cuando alguien intentaba hacerlo fuera de ella, los hijos nacían completamente ordinarios… y morían antes que su progenitor.

— Qué alegría, me dejáis tranquilísima — respondí con una mueca de sarcasmo.

— Créeme, escuchar la llamada del Vínculo es una bendición — replicó ella con calma —. No a todos les toca semejante honor.

— Entonces explícame por qué no vi precisamente felicidad ni en los ojos de Art ni en los vuestros.

— ¿Felicidad? — Karis resopló con desdén —. ¡Vamos, piénsalo! Art oyó la llamada en la Tierra. Eso nunca había sucedido. Ninguna terrestre puede convertirse en Valisa. ¿Cómo querías que reaccionáramos? Estábamos desconcertados, nadie podía prever que tú… en fin. Y creo que por ahora basta. Entra. Aquí vivirás hasta que llegue el ritual.

— ¿Qué ritual? — pregunté con un nudo en el estómago.

— El ritual de aceptación del elemento fuego. Luego te explicarán los detalles. Dos horas antes de la cena vendrá tu sirvienta y te ayudará a arreglarte.

— Muy bien… — murmuré, con un deseo inmenso de quedarme sola cuanto antes.

Karis hizo una pausa, como dudando, y luego añadió:
— Y otra cosa… no te precipites en tus conclusiones. No todo es tan terrible como lo percibes ahora. Ganarás más de lo que imaginas. Ten paciencia. En cualquier caso, cuanto antes aceptes tu destino, más fácil será para ti.

— Gracias por el consejo — dije, cargando la voz de ironía.

— ¿Qué esperas? — resopló ella de repente, como si se defendiera —. ¡Soy una madre! Y la vida de mi hijo depende de ti. — Y, con una risita ligera, casi burlona, se alejó con un paso ágil y danzante.

Yo solo negué con la cabeza. Eso era todo lo que podía hacer.

Sin embargo, había llegado el momento de inspeccionar las estancias que me habían asignado. Empujé la puerta y entré. Bueno… si aquello era una celda temporal, era la más lujosa en la que alguien pudiera encerrarme. La habitación, amplia y cuadrada, respiraba solemnidad: dos ventanas al oeste dejaban entrar una luz dorada que parecía burlarse de mi ánimo; el techo alto, blanco, casi aplastaba; en una esquina, la chimenea reposaba como si aguardara a un huésped más ilustre. Frente a ella, la piel de un animal y un sillón con mesita de cristal completaban la postal. La cama, enorme y cubierta con un peluche verde claro, parecía más un escenario que un lugar donde alguien como yo pudiera descansar.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.