Abrí la puerta de mi habitación con cautela, esperando encontrarla vacía. Sin embargo, lo primero que me golpeó fue un aroma cálido a café recién hecho, y luego vi a Ina, erguida junto a la mesa, descargando con precisión una bandeja repleta de panecillos dorados y fruta fresca.
—¡Por fin! —exclamó al verme—. ¿Dónde se había metido, mi señora? Ya pensaba mandar a buscarla por todo el castillo.
—Tranquila. Ya desayuné con el señor Artimir en la sala pequeña —respondí, intentando restarle importancia—. Mejor ayúdame a ponerme ese vestido horrible.
Ina me lanzó una mirada que oscilaba entre el reproche y la resignación. Sus labios se movieron como si quisiera replicar, pero cambió de tono de inmediato:
—Como desee. Milady Karis insistió en verla cuanto antes y acompañarla personalmente ante el profesor.
No había tiempo para discutir. En pocos minutos estaba enfundada en un vestido que me apretaba más que cualquier armadura que hubiese llevado en mi vida anterior. Apenas terminé de arreglarme, Karis apareció. Su sola presencia llenó la habitación; me examinó con la mirada de pies a cabeza y asintió apenas.
—Valentina, querida, me alegra que ya estés lista. Ven conmigo.
Mientras caminábamos por los pasillos más apartados de la zona de mi habitación, Karis me dictó con precisión mi nueva rutina:
—De nueve a dos, tendrás clases con profesor Itarón y aprenderás a leer y escribir en nuestra lengua. Después del almuerzo, recibirás clases de etiqueta, genealogía, danza, música y equitación. Tras la cena, lecciones de historia y leyes. No habrá tiempo para distracciones.
Me mordí el labio.
—¿Y… un poco de tiempo libre para mí? —pregunté con cautela.
Karis me lanzó una mirada severa, como si hubiese dicho una imprudencia infantil.
—No entiendes, querida. Solo quedan dos semanas para la boda. Debes aprovechar cada momento. A tu enlace acudirán gobernantes de todos los territorios; no pueden sospechar que no eres de este mundo.
Me detuve en seco.
—¡Espera! Pensé que la boda sería en un mes.
—Dentro de dos semanas será el compromiso, o mejor dicho, la boda consagrada por las fuerzas. Estaréis unidos como esposos ante ellas, aunque no ante la corte. La ceremonia oficial vendrá después, tras el rito de iniciación.
Un escalofrío me recorrió la espalda.
—Cada vez aparecen más detalles…
—No seas tonta —me cortó con frialdad—. Sin ese vínculo, ninguno de los dos sobrevivirá. El compromiso es la única salvaguarda.
Sentí como si un lazo invisible me estuviera estrangulando lentamente.
—Valentina, deja tus preguntas para más tarde. Ya hemos llegado. No hagamos esperar al profesor.
Entramos en un estudio acogedor: estanterías abarrotadas de volúmenes, un escritorio cubierto de plumas y pergaminos, sillones mullidos, un sofá en la esquina. La luz de la ventana bañaba todo en tonos dorados, pero lo que realmente dominaba la estancia era el hombre que se levantó al vernos.
—Profesor, —anunció Karis—. Valentina, este es Itarón Per Sedyet. Se especializa en ayudarnos a adaptarnos a la vida terrestre y a quienes llegan desde ella a la nuestra. Digamos… nuestro profesor titular que conoce todo de ambos mundos.
—Qué manera tan curiosa de presentarme —respondió él con una sonrisa encantadora. Le tendí la mano por costumbre, pero él la giró suavemente y la besó con un gesto cortés—. Encantado de conocerte.
Un estremecimiento recorrió mi piel. Sus labios apenas rozaron mi mano, pero en su mirada había algo más: un escrutinio silencioso, como si al tocarme hubiese captado algo que yo misma aún desconocía.
—Milady —dijo a Karis—, por fin vuestros hijos empiezan a asentar sus vidas.
—No olvides lo que hablamos —replicó Karis con seriedad.
—Lo recuerdo —aseguró él con un brillo extraño en los ojos. Luego, como si nada, añadió—: Bueno, ¿me dejarás a solas con la joven?
—Me encomendaré a tu nobleza —respondió Karis con un gesto seco. Me dirigió una última mirada y salió.
Itarón me indicó una silla junto a la mesa, sentándose frente a mí.
—Puedes dirigirte a mí simplemente como Itarón. ¿De acuerdo?
—Sí.
—Excelente. Y si me lo permites… yo podría llamarte Vali, o quizá Tina.
—Tina está bien. Así me llamaban en el orfanato.
—Perfecto —dijo, aunque repetía en voz baja “orfanato”, como saboreando la palabra, como si esa pieza encajara en un rompecabezas invisible.
Me acomodé en la butaca, incómoda bajo su escrutinio.
—Entonces, ¿por dónde quieres comenzar? —preguntó, con aire de genuina curiosidad.
—Creo que primero debería aprender a leer y escribir en vuestra lengua. Aunque… ayer, de pronto, pude leer el título de un libro en Per Mu.
Un destello cruzó su mirada.
—¿En Per Mu? ¿Cómo lo lograste?
—No lo sé. Al principio eran símbolos sin sentido, y de repente se transformaron en letras conocidas.
El silencio que siguió fue breve, pero cargado. Itarón sonrió de nuevo, aunque sus ojos permanecieron fijos en mí con una intensidad difícil de sostener.
—Interesante… muy interesante —susurró casi para sí—. Pero lo sensato es empezar desde lo básico. Cuando aprendas a leer, tendrás las llaves de todo lo demás.
Su tono era amable, pero no pude librarme de la sensación de que, más allá de enseñarme, Itarón me estaba evaluando, como si yo fuese un enigma que él ya comenzaba a descifrar.
—Entonces, Tina, ¿empezamos con el alfabeto?
Las siguientes cuatro horas se fundieron en un torrente interminable de signos y trazos extraños. Para mi alivio, el alfabeto que utilizaban los Per Sedyet no resultó tan aterrador como parecía. Se llamaba Taloy y recordaba a nuestro latín terrestre, lo que lo hacía más sencillo de asimilar. Además, el Taloy no era solo la lengua escrita y hablada de los Per Sedyet, sino que servía como idioma común entre todas las razas: un equivalente a lo que el inglés representa en la Tierra.