Entre, pinceles, cartas y secretos

⋆ prólogo ⋆

Hay una antigua creencia japonesa que habla sobre el amor y el destino; la leyenda del Hilo rojo.

Según el mito, hay un hilo rojo invisible que conecta a aquellos que están destinados a encontrarse. No importa el tiempo, lugar o circunstancia, se encontrarán en el momento indicado. Este hilo puede estirarse miles de kilómetros, puede enredarse o contraerse, pero jamás romperse. Y cuando encuentres a esa persona, te hará experimentar el más profundo sentimiento, uno que jamás podrás llegar a sentir con alguien más...

Dicen que el amor está unido al destino, las personas que se cruzan en tu camino tienen un objetivo en tu vida. Hay personas que llegan para romper tu alma, otras que llegan a sanarla y otras que llegan a cuidarla.

Creí que había encontrado a mi alma destinada a los 24 años. Pensaba que tenía a la mujer de mis sueños. Tendría la vida perfecta, a mi lado me acompañaba una mujer que me amaba, que apoyaba mi carrera y, sobre todo, me aceptaba con todos mis defectos y cualidades. No volvería a estar solo. Era lo que pensaba mientras la veía entrando por el pasillo de la iglesia, cada vez más cerca del altar para firmar un matrimonio de por vida. Se veía hermosa con ese vestido que había costado más de la mitad de mis ahorros y el maquillaje intacto que había costado la otra mitad.

Esa estúpida ilusión terminó cuando antes de poder dar el "sí, acepto", interrumpieron la boda y me enteré de cómo es que me vio la cara durante tantos años de relación.

Era una persona que le tenía miedo a muchas cosas; a los insectos, a la oscuridad, a las lluvias nocturnas, a las alturas... pero, más que a eso, le tenía miedo a la soledad. Y era extraño porque la mayor parte de mi vida estuve solo. La idea del matrimonio me gustaba, pero me hicieron creer que el que alguien me quisiera era algo complicado.

Siempre hubo personas que llegaron y se fueron de mi vida sin importarles destruir mis sentimientos. Nunca hubo lealtad y nunca nadie llegó a conocerme realmente. Sabía que de no ser por mi secreto, me querrían sólo por lo que mi nombre significaba en el mundo exterior y no por lo que verdaderamente era.

Cuando la ilusión de una vida perfecta se rompió, la tristeza me acogió durante mucho tiempo y la depresión se hizo mi compañía. A pesar del corazón rotó, mientras más pensaba lo que sucedió, más me alegraba que ella no fuera la indicada. Porque cuando estaba con ella no dejaba de pensar en alguien que existía solo en mis sueños.

Cuando estaba con ella mil preguntas me atormentaban la cabeza...

"¿Cómo sé que la persona con la que estoy es mi persona?"

"¿Cómo sé que ella era la indicada?"

"¿Cómo sé si en verdad es amor?"

"¿Cómo sé si lo que siento es correcto?"

"¿Ella me ama?"

"¿Por qué siento que falta algo?"

"¿Por qué siento que su corazón no me pertenece?"

"¿Por qué?"

"¿Por qué?"

"¿Por qué?"

" ¿Por qué siento que mi alma espera por alguien más?"...

Lastimosamente, las respuestas llegaron demasiado tarde.

Tenía una vida rutinaria, aburrida y que a mis ojos era el camino seguro. Y aunque una parte me hacía feliz, la otra se sentía insatisfecha. Se sentía vacía. Me rendí tratando de encontrar el verdadero amor y me olvidé de lo más importante... amarme a mí mismo.

Mi vida era un sendero sin una meta en concreto por la cual luchar, un sendero gris y solitario. Era oscura hasta que llegó la más preciosa y la más brillante de las estrellas a iluminar mi camino.

Mi vida no era vida, hasta que llegué al final del hilo que nos unía.

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Pero la vida no me preparó para cuidar de ese hilo...

 




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