Entre pólvora y suspiros

CAPITULO 12

Adara.

Camino hasta una habitación al segundo piso guiada por un hombre que trata de conversar conmigo de forma trivial como si no fuera una prisionera en este lugar. —Por favor princesa, su estadía no será una tortura si usted trata de sacarle provecho, él rey... Puede ser muy flexible en algunas cosas. —al decir esa última frase me mira significativamente, pero no logro entender qué me quiere decir.

Agradezco la compañía y sus palabras y entro a mi habitación custodiada por dos guardias. Al entrar veo todo vacío, sí, hay una cama y muebles, pero no hay nada de lo que quiero ver ahora. Miro mi vestido de boda y está manchado con tierra en las puntas y por los tirones de los guardias al traerme la manga se rompió. Me veo al espejo y la tristeza del día me golpea. No puedo evitar que unas lágrimas se deslicen por mis ojos.

La imagen de mi padre en el piso vuelve una y otra vez, ese será el último recuerdo que tenga de su rostro. Este hombre no me dejará volver a verlo.

Y ahora el rostro de Elliott viene a mi mente y el cómo no intentó hacer nada para detener a este tirano. Simplemente se quedó sentado mirando como me llevaban, me equivoqué terriblemente con él. Confiaba en él, lo quería, creí que él igual sentía lo mismo por mí, pero no es más que un cobarde.

Me quito el vestido y por la ira lo tironeo más haciendo que la delicada tela se desgarre. Los recuerdos con Elliott me invaden, las veces que me fui a dormir con una sonrisa después de hablar con él, nuestros paseos en el jardín, las cenas con mi padre, el día de nuestro compromiso. Todo fue un engaño, nunca fui lo suficiente como para llegar a ser indispensable en su vida, soy reemplazable.

La ira y la tristeza por su acto me invade y termino llorando en el suelo por todo lo que pasó en mi día. Tengo ganas de gritar por el destino que estaba preparado para mí.

Voy a vivir en este lugar sin ver a mi padre, y el día que sea libre será por su muerte. Maldigo el día en que conocí a Elliott, cuando acepte ser su esposa y cuando pise ese palacio, si no hubiera ido y me mantenía en mi tierra nunca hubiera pasado esto.

La noche me la paso en lloros por mi nueva vida. No sé en qué momento amaneció, pero el sol ya entra por mi ventana. No dormí nada por lamentar el destino que ahora me depara, mi cuerpo está débil como si le pasaron tres caballos por encima, quisiera fundirme con el colchón para que por lo menos el me abrace, porque nunca más sentiré un abrazo sincero de alguien que me aprecie de verdad, aquí mi único valor es ser el trofeo de su rey para decir que sí logró vengarse de su gran enemigo.

Escucho que tocan la puerta, pero no tengo fuerzas para ir a abrir. Solo quiero dejar de existir por unas cuantas horas más. —Princesa, su desayuno. —hablan del otro lado, pero lo que menos me apetece ahora es desayunar. La única forma de que lo haga es con mi padre. Continúo acostada, y la mujer da unos cuantos toques más, pero finalmente se marcha.

Pasan las horas y continúo acostada, me decido por tratar de levantarme un poco el ánimo y me pongo la ropa que dispusieron para mí, es un vestido sencillo, de plebeya y no me molesta, me voy al tocador y me hago una cola baja con un cinto. Otra vez las ganas de llorar me invaden, pero las contengo. Justo en ese momento tocan a la puerta. —Princesa, el rey la manda a llamar. —reconozco su voz, es el hombre que me trajo a esta habitación.

Me levanto del tocador y abro la puerta. No sé qué quiera ese hombre, de seguro regocijarse en el dolor ajeno para vanagloriarse por su plan de venganza efectivo.

Bajamos las escaleras al primer piso y el señor abre una puerta, entro a la habitación y lo veo ahí a ese canalla sentado tranquilamente con el enemigo.

—¡Princesa! Mira quién vino a visitarte, para que no digas que somos malos arrendatarios te mandé a llamar para que conversen. —habla ese hombre cruel mientras yo detallo el rostro del que una vez amé.

—Adara, amor... —se levanta tratando de acercarse.

No puedo creer hasta dónde puede llegar su cinismo. —¿Amor? ¿Qué pasó Elliott, recién recordaste que conmigo tenías el reino de Cleanwood? Por eso viniste supongo.

—No digas eso, —continua su caminata hasta mí. —Yo estuve con tu padre buscando la manera de liberarte de aquí.

—¡No mientas! Mi padre no te debe querer ver siquiera. Demostraste que no eres de fiar y sabes qué es lo peor que yo dudaba de ti y aun así acepte está tonta unión, desearía haber rechazado tu propuesta o haberte dejado en el altar como me planteaba.

Noto en su rostro el impacto de mis palabras, pero no me importa. —Adara, las cosas no son como estás pensando, yo te amo y eso no va a cambiar, solo... En ese momento...

—En ese momento demostraste no ser digno para formar parte de mi familia, no me importa si tú me quieres, yo ya no te quiero más. No te quiero en mi vida, ni cerca de mí familia.

Me intenta tomar de las manos, pero retrocedo. —No digas tonterías, lo que tuvimos, no se puede borrar de la noche a la mañana, sé que estás herida, pero estaba imposibilitado en ese momento, no sabía qué hacer...

—Y por eso no hiciste nada más que sentarte y observar cómo me llevaban. Me preguntó ¿Qué hubieras echo sí la condena de este hombre hubiese sido mi muerte? ¿También te habrías quedado sentado observando cómo me mataban? No tienes que responder, tu acto me demostró que no habrías echo nada.

—¡No es así! —se altera al no lograr convencerme. —Escúchame Adara, déjame hablar un segundo.

—¡No quiero escucharte! ¡No eres más que un cobarde! —no pienso permitir que con unas cuantas palabras dulces me haga ceder.

—¿Y qué querías que haga, que vaya y me enfrente a esos soldados? Mi muerte te habría bastado para pensar que de verdad te amaba.

—No, no es el que solo te quedarás sentado viendo cómo me llevaban, es que en tus ojos no vi nada Elliott, no vi preocupación, no vi tristeza, ni siquiera pena. No vi absolutamente nada.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.