Bob caminaba por toda la casa, ya no tenía rincón cual pisar.
—¿En dónde se habrá metido? Diez de la noche. Apenas llegue... Eh ¿Qué haría Milani en estas circunstancias? —negó con la cabeza—. Seguro le abrazaría lloriqueando.
Mientras Bob pensaba en un castigo para Libo, la televisión transmitía las noticias del día.
—Debido a los incidentes producidos esta tarde, se dio la fuga más grande en la historia de Islandia, por lo que se tiene hasta ahora, han escapado un total de 57 reclusos, se recomienda...
Tomó el control como si fuera un arma y le puso fin a su existencia emitiendo un quisquilloso "Cierra la boca", puesto que el sonido le molestaba al pensar en un castigo adecuado.
—Mmm... Encima mañana es la incorporación. ¡Decidido, no le daré comida!
Comisaría Viabry
—¿Ahora me entiendes? Yo necesitaba el dinero para mi familia.
El hombre a mi lado contaba su historia. Al parecer es un triste banquero estafador.
Al finalizar y quitar su rostro de mi hombro, se fue extendiendo una ondulada mucosidad dejando graves secuelas en mi camisa de convicto.
En el desconcierto por ver tal atrocidad sobre mi persona, sin que lo notará me arrimé a él y como si fuera una caricia entre hombros me limpie con sutileza.
—Ya pasó, ya pasó —Le di unas palmadas apartando la mirada.
—¿Y tú, qué hiciste? —consultó entre sollozos.
Salvo por el banquero timador, estaba rodeado de tipos malos. Había un pelado sobre la esquina que apoyaba la mirada en mí con ganas de apretarme el cuello hasta que dejara de respirar, el anciano sentado sobre el suelo tenía pinta de haber matado a miles de personas por las cicatrices de su cara, y no me gustaría sonar racista, pero el que estaba en el rincón parecía algún revolucionario africano.
Debía ser sabio para responder.
—Fue una tarde lluviosa... —Comencé mi historia, de inmediato el banquero puso atención.
Le seguí contando algo que me inventé en el momento con tal de parecer un tipo rudo. Lo decía la ley de selección natural, adaptarse o morir.
—Y entonces la anciana no se quería correr de la puerta, le quité la escoba y le partí el palo en la cabeza —Recreé el gesto con mis brazos—. Ahí es donde la vieja se desmaya.
—Wow... Cuanta crueldad.
Miré hacia los lados para ver cómo reaccionaba el resto.
El pelado gigante arremangaba su camisa de convicto y caminaba directo a mí, el viejo con su chiva que lo hacía parecer un maestro del kung fu, se levantó de un salto.
<<La cagué, la cagué>>
—Esa pobre abuela —el vozarrón del pelado me achicó el trasero.
Los fuertes estallidos a unos cuantos metros desviaron la atención.
Un portazo, pasos retumbando por el pasillo y policías lamentándose de ser policías.
Hubo silencio y cuando nos habíamos puesto de acuerdo para espiar por las rejillas, una cara se aplastó entre ella. Con la mitad de su mejilla presionada por los barrotes, el otro en un juego de llaves abrió la celda y lo metieron de una patada en el trasero.
Un hombre, parecía alguien común, aunque cualquier persona sería común entre esta gente, y lo digo incluso viendo el blanco de su cabello. Se encontraba mojado, con una chaqueta blanca desprendida que goteaba a más no poder, exponiendo sus pectorales al mundo... Retiro lo dicho, ese tipo también era raro.
—Oye...
Su cuerpo estaba inerte sin mover una articulación. Parecía muerto.
Nos miramos entre todos.
El sujeto con prendas africanas suspiró de alivio.
—Por primera vez no tengo nada que ver.
El pelado con músculos por brazos, me hizo seña con su cabeza.
¿Comprobar si aún seguía con vida?
Supongo que no tenía alternativa, si no lo hacía, otro comprobaría si yo era el que seguía con vida.
Me acerqué apuntando dos dedos a su cuello, pero a centímetros de tocar su piel se oyó un ronquido.
¿Se acababa de dormir?
—Este es el maldito que me metió aquí —bramó el pelado ojeando su rostro—. ¡No es lugar para dormir la siesta!
Tomó fuerza con su pie y apuntó directo al estómago.
—Oye, grandote un segundo... —Dije con toda la confianza como si fuera el capo en esta mafia, incluso le apoyé la mano en su brazo—. Creo que puedo despertarlo a la vieja usanza, ya sabes, unas palmadas en la mejilla será más que suficiente, ¿No crees?
Me fundió con su mirada y largó el aire por su nariz como toro enrabiado. Dudaba que una persona como él sea capaz de usar la razón. De reojo, esperé que despertara.
Emitió otro ronquido.
Comencé una ráfaga de pisadas. Mano, costillas, pero nada funcionaba.
¿Por qué estaba tratando de hacerme cargo de la situación?
—Enano... —Una voz grave. La muerte había venido a buscarme.
—¿Si?
Lo había olvidado, tenía que dejar de tocar su brazo, me lo avisó con su mirada, pero su presencia me hizo tan pequeño que empezó a temblar cada centímetro de mi cuerpo.
Estiró su otro brazo, apretó su puño.
Moriría. Mi nariz. Adiós.
—Deja al chico en paz —Sugirió el banquero tomando mi mano y obligándome a sentar en el banco metálico.
Su furia parecía haber aumentado, el banquero me sostenía por el antebrazo y me negó con la cabeza.
Bueno, hice lo que pude.
En el suspiro del gigante, por fin despertó. Una tos, y secó su saliva.
Lo primero que vio fue el rostro del grandote a dos milímetros de su nariz. Pegó tal grito que golpeó su espalda contra los barrotes.
—¡Por dios, que mal olor! ¿Acaso intentas asesinarme con tu aliento? —Se tapó la nariz—. Oh, tú eres...
—Así que me has reconocido —Dijo el pelado haciéndose sonar los nudillos.
—Eres... ¿Quién eres?
La vena estaba a punto de explotar, su cara se estaba empezando a volver roja, sin embargo, el recluso había pasado completamente de él.