Entre Portales

8 - Quiero jugar

Habitación 115

Fui embestido por una neblina espesa al correr la puerta, como si hubieran pescado una nube.

—¿Hola? —Acentúe dudoso.

Exploré tanteando el éter blanquecino hasta que me topé una cama. Lancé mi valija.

—Deja abierto —ordenó una voz hostil.

Las señales de peligro me sacudieron los poros. El tono era colosal y profundo.

Divisé la penumbra de un ser, humano esperaba, en su mano se alargaba lo que parecía la sombra de una katana.

—Tú... Debes ser mi compañero de cuarto.

¿Eso era positivo?

Ayudé un poco a soplar, sacudí las manos para dispersar rápidamente el vapor. Poco a poco fue cediendo por el pasillo.

El cuarto tomaba su forma original y un extraño apareció entre la bruma con una máscara antigás, sosteniendo un tubo de plástico cuya base parecía un nebulizador.

Resguardé la valija bajo mi brazo.

Quería llegar, por lo menos vivo a Dream.

Mi voz titubeó un poco.

—Creo que... -Disimulé mirando el número de la habitación—. ¿115, verdad? —Froté mi mentón tratando de expresarme dudoso, hundí mis labios—. Ups, pensé que era la última. Puedes continuar con lo que hacías. Yo no vi nada.

—Pero... Ésta es la última habitación.

Mis ojos se despejaron.

Silencio.

Con que era la última habitación. Eso significaba que no había 116. Interesante... Acaricié nuevamente mi mentón, subí los dedos por la nariz y luego cubrí toda mi cara.

Entre las falanges, observé al chico.

—Entonces... ¿No hay 116? —supliqué.

—No —se encogió de hombros acariciando su mano. Se había dado cuenta que intentaba huir de él.

Volteé para observar el número en metal dorado y regresé la vista.

—Libo, mucho gusto —le asentí esbozando una arqueada sonrisa.

—Jens. Jens Froasstrudent Richesky Novarrosa.

Se quitó su máscara antigás. Aparecieron unos ondulados bigotes rebotando en sus mejillas.

—Vaya...

Por si fuera corto, rápidamente agregó:

—Séptimo. El orgullo de mi familia —expresó poniendo sus brazos en jarra.

El orificio de su artefacto comenzó a largar humareda. Me eché unos pasos atrás.

—No. No te asustes. Estoy probando mi invento. Purifica el aire —Golpeó un poco su máquina hasta que dejó de funcionar, investigó a un ojo el agujero y me regresó su mirada por encima del hombro.

Brincó al suelo.

Di uno, demasiado cerca, dos pasos hacia atrás intentando mantener la distancia.

—Me gusta crear...

Pude ver las estrellas en sus ojos al decirme esas palabras.

—¿Crear qué?

Su cabello no tenía una forma definida, como si un fuerte viento le hubiese chocado de frente. Eso era él, todos los pelos desparramados llenos de vida, pero con un extravagante bigote ondulado.

Un estilo agridulce.

Él sonrió tanto que se le podían ver los molares.

—Crear. Me gusta crear —Levantó sus manos abriendo los dedos. Sus pupilas parecían emitir luz propia.

—¿Eres inventor? —La atmósfera se comenzaba a sentir pura de verdad, fresca como aire de campo.

Pasó por detrás mío y cerró la puerta.

Una breve sonrisa y se tiró de clavada hacia su bolso. Introdujo el brazo como si fuera un pozo sin fondo y lo revoloteaba por dentro. Mordiendo su lengua, quitó unas zapatillas color carmín desde las profundidades.

—Esto cambiará el estilo de vida —Las exhibió como un trofeo—. Las terminé antes de venir aquí. Las llamo... ¡Zap! Las Zap caminarán por ti.

Reposó las zapatillas sobre la cama y partiendo de sus mejillas, recreó una onda expansiva con sus dedos.

Por alguna extraña razón, sentí la necesidad de ver cómo funcionaban. Santo cielo, de verdad quería ver como lo hacían.

—Hazme una demostración —Le exigí.

—Aún le encuentro fallas —Restregó su cabello.

—Lo que sea —La emoción cosquilleaba mi estómago.

El tipo se quedó petrificado.

—¿Realmente quieres ver mis inventos? —inclinó su cuello hacia mi. Advertí un ligero movimiento de sus bigotes.

¿Acaso tenían vida propia?

—Sin dudas. Ya.

Volvió a impregnar la habitación con esa sonrisa.

—Está bien —asentía con su cabeza sin frenar—. Está bien... Tú lo pediste, te enseñaré lo que hacen las Zap.

Rápidamente se quedó en zoquetes tirando sus zapatillas contra la pared. El extraño invento no era tan extraño, tenían la forma de unas zapatillas ordinarias, con la típica punta de goma blanca, no comprendía cómo caminaría por ti sin hacer nada.

—¿Estás preparado? —anunció levantando sus cejas.

¿Acaso estaba por presenciar el invento que cambiaría el estilo de vida de los mortales?

Se quedó erguido un tiempo sin hacer absolutamente nada, y en esos tres minutos, lo único que hizo fue cruzarse de brazos.

—No funciona —informó con un tono de "Ya lo imaginaba"

La puerta sonó. Dos golpes sutiles, como si el que estuviera detrás sentía un poco de pena lastimar el roble.

Eran tres camas, suponía que faltaba una persona más.

Me tocó abrir y para gran sorpresa, la vieja que dormía en el banco, Estríbalos.

—Les tengo que informar de algo.

—¡Espere un segundo! —No tenía la intención de gritar, pero fue así. Interpuse una mano evitando contacto visual. Estaba preparado, fue un error el hecho que estuviera a bordo. Suspiré—. Dímelo.

—¿Qué te... sucede? —Me observó arrugando su nariz.

—Estoy preparado —Cabizbajo agarré mi valija y miré al inventor que apenas conocía, pero ya me caía bien—. Espero lo repares John, haré mi mejor esfuerzo para no acabar en las calles o ser estafador, te prometo que conseguiré un trabajo digno...

—Jens —corrigió y yo le asentí.

Ignorando mis palabras, la vieja continuó:

—Miara será su compañera —La vieja abrió por completo la puerta y la chica en la entrada estaba con una tímida sonrisa.

—¿Eh? Oh, tú eres —Me sobé el cachete.

—Lo siento por el infortunio —Me hizo una pronta reverencia.



#8992 en Fantasía
#3407 en Personajes sobrenaturales

En el texto hay: fantasia, aventura, poderes

Editado: 09.06.2022

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.