Entre Portales

11 - No sirves para este mundo

Los destellos eléctricos atravesaron la noche despejada, convirtiendo al cielo en un vil mentiroso.

A grandes velocidades recorrió el mar y pasó encima de la piedra que se elevaba sobre las aguas con complejo de iceberg.

La roca era conquistada por dos sombras que la luna les otorgaba.

La alerta de su compañero le informó de su logro, y continuó:

—Les dije que debíamos forzarlo.

La muchacha deslizó su mano en el brazalete, apagando la transmisión.
Aunque eran buenas noticias, la niña se quejó:

—El orangután no es divertido.

Se levantó de un salto en espera que la joven de rizos colorados diera la orden. Se tomó el tiempo para mirar el firmamento, apreciando como las líneas albiazules se escapan de su vista.

—¿Qué son esas enormes chispas en el cielo? —cuestionó la niña.

Ella sonrió y fingió acariciarle la pequeña cabellera.

—Parece que hoy habrá tormenta...

Lugar de la batalla:

La orca apoyó su hocico sobre el contenedor, una agitación casi imperceptible en el suelo.

Me levanté con cierta incredulidad observándola fijamente. Podía sentir algo, como si tuviéramos un vínculo que nos unía.

Avancé hasta ella. Envuelto en incertidumbre le acerqué mi mano, la observé un instante esperando algún movimiento, y decidí acariciar su mancha blanca por encima del ojo.

Deslicé mi palma lentamente, su piel era fría, pero advertí algo de emoción.

"Un humano simpático..."

Mis pies resbalaron en el metal y caí de nalgas.

Santa Elena, esa ballena habló.

Agitó su cola y de un latigazo, percudió el mar. La llovizna cayó sobre mí.

Ojeé a Jens, ignorando lo sucedido, luchaba para detener la hemorragia de Miara.

El animal movía su cola, incluso me dio la impresión que imitaba un perro.

Me abrió su inmensa boca y expulsó un entrecortado sonido agudo. Su hocico se clavó en mi panza y la abracé.

No podía entender lo que estaba sucediendo, sin embargo, lo acepté.

—Ayuda a mis amigos, por favor —Le oculté. Un secreto entre ella y yo.

Me puse de pie y levanté a Miara descansando en el regazo de Jens. Su boca se manchaba de sangre.

Ella se quejó un poco sin abrir sus ojos, la piedra, durmiendo en su puño ya no emitía luz.
La monté sobre su lomo y Jens se quedó mirando.

—Sin tu ayuda, ella caerá —le dije.

—No me iré sin ti —agarró mi traje y me clavó una mirada furiosa que la interrumpió por su dolor en el rostro.

Un aplauso resonó a nuestras espaldas.

—Bueno, esto se puso interesante —Dijo el grandote—. Tú eres al que buscaba.

Le devolví la mirada.

—¿Qué es lo que deseas? —intenté que mi voz no se viera alterada.

—Te quiero a ti. Te quiero exprimir hasta el último de tus huesos —Hizo el gesto con su mano.

Lo confirmaba, sólo podía sentir desprecio por alguien como él.
Una fuerza que es capaz de ayudar a cientos de personas y solo la utiliza para dañar a otros, una persona así... No sirve en este mundo.

El sujeto hizo una mueca de disgusto y avanzó un paso.

—¿Te crees superior? —preguntó frunciendo el ceño—. ¿Crees que eres mejor que yo?

—Solo soy un actor.

El grandote se lo tomó personal. Plantó sus pies al suelo haciendo retumbar los contenedores por dentro. Estiró sus brazos y los aplastó contra su torso, como si estuviera por hacer mancuernas, su rostro comenzó a enrojecerse. El quejido de su boca iba en aumento mientras más fuerza aplicaba sobre el suelo.

Bajo la luz de la luna, un pelaje comenzaba a crecer como enredadera. Sus pectorales se duplicaron explotando el uniforme.

Comenzó una danza, golpeando su pecho y pisotones.

Gruñido. Golpe. Pisada.

Gruñido. Golpe. Pisada.

Miró la luna y rugió, estirando su boca que se inundaba en saliva, sus colmillos se agrandaron.

El sujeto se había convertido en un... Gorila.

—Antes que ellos vengan, te enseñaré la diferencia entre nosotros —Su voz había cambiado, era tenebrosa, ronca y poderosa. La saliva le salía disparada en cada palabra, como si estuviera deseoso de comer.

Saltó directo a mi.

Empujé de inmediato a Jens al mar.

—Abraza a Miara y sujétate de su aleta —Fue la indicación más rápida que pude darle.

Miré a la Orca y le asentí. Sabía que ella me entendería.

Los músculos de su nudillo impactaron en mi espalda.

Lo próximo que pude ver, volando sobre el mar, no podía detenerme.

Sentí un golpe sobre mi hombro que me dio vuelta.

Tocó apenas el agua, como si se impulsara y antes que yo cayera al mar, impactó en un gancho contra mi mentón.

Volé.

El sabor a sangre invadió mi boca.

Apareció encima mío, como si hubiera utilizado el agua como trampolín, se había vuelto demasiado rápido.

Contorneado por la luz de la luna, juntó sus manos en un apretón y arremetió en mi estómago.

Caí sin parar y mi espalda dio de lleno contra el mar. Sentí mis huesos crujir.
La sangre salió disparada de mi boca.

Me había convertido en un saco de boxeo.

No podía defenderme, lo sabía. Necesitaba darles más tiempo.

Me hundí en el mar.

Caía a grandes velocidades, con tanto enojo, como si yo le hubiera hecho algo terriblemente malo.

¿Por qué?

Entró al mar en una explosión de agua y me sacó de ella, lanzándome al contenedor.

Reboté sobre el metal sin resistencia. Quedé boca arriba con mis extremidades desparramadas.

Sentí alivio al no verlos, habían huido.

Una noche estrellada. Con mi cuerpo totalmente inmóvil, solo quedó disfrutarla.

Los pasos del gorila acercándose.

¿Moriría?

Puse mis manos sobre el metal tratando de levantarme, pero mi espalda no me lo permitía. Mis brazos perdieron su forma. Estaba destrozado por todas partes.

Nunca imaginé verme en este estado.

Un soplido y el sujeto apareció a mi costado.

—Todo es tu culpa —sentenció—. Tú eres el culpable de todo.



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En el texto hay: fantasia, aventura, poderes

Editado: 09.06.2022

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