La orca se entretenía saltando por el mar.
—¡Libo!
glugluglu...
—¡Libo, maldito!
glugluglu...
Con un brazo rodeaba a Miara y con el otro, apretaba la aleta dorsal de la ballena asesina.
La cabeza de su compañera se balanceaba en cada brinco como metalero.
—Regresa —le ordenó al animal, escupiendo el sabor a sal—. Libo nos necesita...
glugluglu...
Sus palabras eran interrumpidas cada vez que su vehículo acuático se sumergía. Esperó un nuevo brinco.
—¡Oye, vuelve...! —Su boca se quedó congelada.
Las pupilas se le hicieron diminutas al mirar en frente. Ahora había dos razones para regresar.
Una ola, la muralla de agua venía comiéndose todo a su paso y su tamaño incrementaba sin escrúpulos.
Se retorció en el animal, y aún más cuando su mirada subió a la cima. Encontró dos personas sentadas con indiferencia en la cresta, como si fuera algo usual por los mares.
La joven de cabello carmesí, centró sus ojos pardos en la raíz del agua.
<<Una orca ayudando humanos>> Fue lo primero que vino a su mente.
Sonrió sin mostrar sus dientes.
En un susceptible toque de codos, le apuntó a su acompañante, la niña esbozó una sonrisa de sorpresa que se extendía por toda su cara, como si hubiera encontrado sus juguetes perdidos.
Le arrugó la blusa blanca, en un suplicio donde le revoleó los ojos y puso su mano en alto.
La ola reventó, aquella masa de agua con un gesto se convirtió en moléculas estáticas sobre el aire. Ella estiró su brazo hacia arriba y las gotas se dispararon al cielo mientras descendía de la mano con la niña.
—Qué bello animal —dijo la joven carmesí. La niña había desaparecido.
Jens, sobresaltado, reparó en la orca. Flotaba sobre el aire y por más que tirara de su aleta, el animal no cedía, como si se hubiera petrificado, justo antes de terminar su brinco al mar.
El inventor comenzó una ráfaga de bofetadas.
—Miara, carajo. Espabila. Miara. —A palma y contra palma—. Miara, estamos en peli-¡AHHH!
La niña apareció en su frente, tan cerca que podían rozar sus pestañas.
—Tú, eres el gritón —saludó revuelta en alegría. Unos pequeños hoyuelos le aparecieron en las mejillas.
Su extrema felicidad no ayudó a contagiar un mínimo a Jens, que con sus pupilas latentes dejaba ver una mucosidad saliendo de los orificios de su puntiaguda nariz. Observó como la poca luz de la noche atravesaba el cuerpo de la niña, pies flotando, tez tan blanca como la luna.
—¡Aléjate de mí, niña del demonio!
Resguardó a Miara entre sus brazos y se lanzó al mar.
Antes de chocar, cerró sus ojos y respiró hondo.
—Jens —escuchó la suave voz de su compañera.
Una eléctrica felicidad le corrió por el cuerpo. Fue recibido por unos azulados ojos hechos a mano.
—No te preocupes, es mi turno de protegerte —afirmó, pero esa confianza se fue en picada al ver que aún no caía, su compañera se giró a los lados buscando un porqué.
—¿Estamos planeando? —indagó Miara, con una terrible migraña.
Para lamento de Jens, su compañera tenía razón. Flotaban. Pero no porqué él supiera como hacerlo.
Jens comenzó a girar su cabeza, entre tirones, con temor a lo que le esperaba detrás.
La muchacha carmesí, como si pudiera caminar sobre las mareas, le estiraba su mano abierta en la distancia, y la niña daba unos brincos sobre el aire sin preocupación alguna. Rápidamente el inventor refugió su cara en el hombro de Miara e inició su acto desesperado.
—Abuelita, se que me estas mirando desde el cielo, dame tus fuerzas...
La joven emitió una pequeña risa.
—No se preocupen, no le haremos daño ¿No es así, Bianca?—dijo sin quitar una sonrisa que hacía dudar a cualquiera.
Le asintió sobrevolando en círculos por la cabellera rojiza.
Advirtieron cómo descendían con delicadeza al mar, se sentía como si fueran envueltos por una cálida manta y luego depositados sobre la fría agua.
—¿Pueden ayudar a mi compañero?
—No —negó de inmediato.
—¿Llevarnos con él?
La orca, en un movimientos de dedos, salió disparada por los aires, incluso ahuecando una nube que se cruzó en el camino.
Jens siguió al animal con la vista hasta verlo desaparecer en el infinito.
—Willy… —musitó.
Miara estiró el dedo de Jens bajo el agua. Este se acercó ante unas palabras que sólo podía oír si colocaba su oreja en la boca.
Hubo susurros entre los dos, sin prestar atención a las visitas.
—Ellos vienen con el otro —murmuró.
—Acaba de lanzar a Willy hacia la otra costa —mencionó Jens disgustado tapando su boca.
—Dan mal augurio —habló por lo bajo, pero no tanto para que ella lo oyera.
—Tienes razón. Mira a esa niña —apuntó con su pulgar disimulando un poco.
La joven carraspeó.
—¿Saben que podemos escucharlos, verdad?
Interrumpieron su juego de los secretos para darle un vistazo y sin más, lo retomaron.
—Huelen mal—juzgó Miara con suavidad en la oreja de su compañero.
—¡Oye! —Caminó sobre el agua. A sus pies se formaban pequeñas olas que parecían darle el impulso para no hundirse.
Acercó su ceño fruncido al momento que Miara reaccionó y puso su piedra envuelta de luz blanca sobre su frente.
—Haces un movimiento y te vuelvo la tapa de los sesos —dijo tan gentil que incluso parecía un halago.
—¡Lunaria! —berreó la niña asustada.
—¡Tu menos, fantasmin! —ordenó Jens, al ver que no tenía con que amenazarla, señaló a Miara como advertencia.
Lunaria subió la vista sin doblar su cuello.
—Una piedra de la naturaleza, creo que en este mundo no existe —sin moverse, le clavó sus ojos indiferentes—. ¿Estás con ellos, aún sabiendo todo lo que nos han hecho?
Por un momento, Miara se alteró, dudando incluso de su amenaza, hasta que la presionó aún más fuerte sobre su frente.
—Ellos se defienden —le devolvió una mirada decidida.