—¿De verdad crees que todo esto puede acabar porque tu madre te lo permite? —dijo, y una sonrisa comenzó a dibujarse en su rostro—. Tú solo harás lo que yo te diga.
Me agarró del pelo y me arrojó sobre la cama. Cerró la puerta con llave y, sin decir nada más, se alejó, dejándome sola en el cuarto.
—Si haces ruido o intentas escapar, ahí no me contendré —dijo desde el otro lado de la puerta.
Me quedé sola, tumbada sobre la cama, abrazando mis rodillas. Escuché a mi madre gritar, luego platos y vasos rompiéndose.
Estaba acostumbrada a verlos discutir, pero aquel día sentí que era diferente. Su expresión estaba cargada de una furia que no había visto antes. Él parecía más enfadado de lo normal.
Al rato, él entró al cuarto por mí con un cinturón en la mano, vi cómo se lo quitó de su pantalón. Mi madre venía detrás de él, corriendo.
La empujó y siguió su camino hacia mí. Lo único que sabía en ese momento era que sentía un miedo aterrador.
Me levanté chillando. ¿Por qué esas pesadillas otra vez? Eso solo podía significar una cosa, él había vuelto. Y esta vez, no solo por mi madre... también venía por mí.
A mis espaldas sentí que alguien intentaba calmarme, pero sin llegar a tocarme.
—¿Otra vez? —preguntó Jay, observándome con preocupación. Al notar mi confusión, agregó—: Te estabas moviendo toda la noche.
—La pregunta es, ¿qué hago aquí?
—Escuché que algo se había caído en tu casa, así que fui a ver qué pasaba. Te encontré desmayada y, como no quería dejarte sola, decidí traerte aquí.
Me levanté corriendo para salir del cuarto. Esta vez era diferente, él no estaba dormido en el sofá, sino en la misma cama que yo. Al abrir la puerta, vi que otra persona estaba dormida en el sofá.
—Por eso no pude dormir en el sofá —dijo Jay detrás de mí, apoyado en el marco de la puerta.
—¿Quién es el del sofá? —pregunté, con una expresión de sorpresa y confusión.
—Vamos a ver.
Se acercó y le quitó la manta. Adivinen quién era… Ryan. Estaba abrazado a un muñeco de hipopótamo azul que me resultaba extrañamente familiar.
—Mamá, déjame dormir un rato más, hoy no tengo trabajo —dijo, mientras Jay intentaba despertarlo.
—¿Siempre ha sido tan vago? —preguntó Jay, con cara de desaprobación. Abrí la puerta para salir de su casa, pero antes de avanzar, Jay puso su pie para evitar que cerrara la puerta.
—Quedate a desayunar.
—Tengo que trabajar.
—Sé muy bien cuál es tu horario, no hace falta que me mientas.
No, no me quedaré a desayunar. Esa iba a ser mi respuesta, hasta que vi a Ryan casi cayéndose del sofá. Empujé a Jay y me acerqué corriendo a Ryan.
—Ryan, ¡levántate ya! —me quejé, incapaz de soportar su peso por más tiempo, era demasiado pesado.
Jay se acercó rápidamente para ayudarme a sostenerlo.
—Vamos a desayunar nosotros primero —dijo Jay. Luego me agarró del brazo y me levantó, dejando caer a Ryan del sofá.
Iba a regresar para ayudar a Ryan, pero Jay me arrastró hasta la cocina. Una vez ahí, me senté en la silla junto a la puerta, al lado de la mesa del comedor. Jay abrió la nevera, y noté que estaba prácticamente vacía. Lo único que había era un brik de leche y un yogur.
—¿No serás alérgica a la lactosa? —preguntó Jay con un tono de gracia.
—No.
—Perfecto. ¿Qué quieres? Tengo leche y yogur, elige lo que quieres.
No puedo con él. Estallé en carcajadas, casi sin poder contenerme. En verdad, él me agradaba muchísimo.
—Mmm… ¿No tendrás un yogur de fresa?
—Justo eso no, pero tengo el de plátano.
Escuché a Ryan bostezar, así que me incliné hacia atrás para ver si ya se había despertado. Justo en ese momento, él entraba y terminó chocando su abdomen con mi cabeza.
—Perdón —dijo rápidamente, intentando tocarme, pero Jay se acercó primero y apartó su brazo.
—Estoy bien —le dije a Jay.
Nos sentamos todos en la mesa, Jay tenía más cosas en la cocina y tenía frutos secos, así que desayunamos café y frutos secos. Normalmente ni desayuno.
—¡Ya sabéis a dónde iremos hoy! —exclamó Ryan, lleno de felicidad.
—No —dije.
—Iremos a la fiesta que os dije ayer.
—¿Fiesta? No, gracias.
—Iremos a pasarlo bien —dijo él. Luego se giró a mirarme, sabía que iba a preguntarme algo estúpido—. Es por curiosidad, ¿Vives aquí?
—No, yo vivo en…
—Sí, ella vive aquí —me interrumpió Jay.
Lo miré con incredulidad.
—Sabes, yo también empecé a vivir con Emilia —dijo Ryan, mirando hacia mí.
—Me alegró —dije, con una voz fría.
No sé cómo eso salió de mi boca. Eso sonó como si yo estuviera celosa de ella. Levanté la mirada de mi vaso y vi cómo Jay me miraba de manera juguetona, como si dijera: Lo sabía. Seguía pensando que todo lo que había hecho era para provocar los celos de Ryan.
—Bueno, ya hemos terminado de desayunar.
—Sí, ya cada uno se va a su casa —dije, y me arrepentí al segundo. Quería decir que cada uno se iba a su casa, yo también.
—¿Ya me estáis echando? —preguntó Ryan, con cara de indignación.
—Claro que no, —dije. Pensé en algo rápido y lo primero que me llegó a la cabeza era… —¿Iremos a esa fiesta no?
—Eso, tenlo por seguro.
Cada uno volvió a su casa después de que se fuera Ryan. Fui a arreglarme, había decidido ponerme un vestido negro corto, con el pelo arreglado, sin añadir nada más. Esta será una de esas fiestas en las que vas a emborracharte, viendo cómo todos van con sus parejas, mientras tú estás sola.
Antes, cuando todos iban de fiesta, yo me quedaba en casa viendo películas o leyendo libros, eso era lo que más me gustaba. Muchas veces fui a fiestas porque estaba obligada por Ryan, pero cuando lo acompañaba, me quedaba sentada sola, viendo cómo se la pasaba bien él con su novia.
Emilia y yo nunca llegamos a llevarnos bien. Yo quería caerle bien, pero ella no ayudaba; siempre quería alejarme de todo el mundo. Eso fue lo que consiguió, por culpa de ella me terminé alejando de todo el mundo.
Editado: 06.01.2025