Entre Silencios

Capítulo · 1 ·

Dejó la última caja con sus pertenencias en la habitación, suspiró mirando su alrededor, las paredes eran de color blanco al igual que el piso, aunque la hiciera sentir en una habitación de hospital, algo aburrido pero espaciosa. Un punto a favor fue la vista, tenía un gran ventanal que le permitía admirar el vecindario, volteó y observó cada una de las caras que debía desempacar, sin contar las cajas del piso inferior. Estaba solo en casa, su madre no estaba, apenas llegaron había tenido una reunión en la nueva sucursal donde sería directora.

Desempacó y dejó la caja más importante para el final, en esa caja estaban todas sus obras de arte,  pinceles,  lápices, carboncillos, pinturas y colores.  Era la única caja que no dejaba que nadie más tocara, ella misma se encargaba de ella todo el camino como lo había hecho durante años.

Al abrirla sonrió con nostalgia, encontrándose con todas las obras de arte que algunos amigos le obsequiaron, sobretodo de Reynald, su mejor amigo y compañero de arte.

Lo que más extrañaría de la antigua ciudad serían las clases de arte, en ellas había conocido a personas fabulosas que se habían quedado grabadas en su corazón. Sentía nostalgia acompañada de unas intensas ganas de llorar, pero se contuvo,  no dejaría que su madre la viera de esa forma, sabía que le haría mal.  En su lugar tomó su block y un lápiz para hacer lo que le habían enseñado, plasmar sus sentimientos en el papel.

Duro horas sentada en el suelo con el lápiz en la mano garabateando sin parar, nunca sabía que dibujaba hasta que la obra estaba lista, entraba en un trance artístico que le fascinaba  y que la hacia sentía en paz. Era otro mundo,  uno en el que podía perderse y que la mantenía feliz.

La puerta a sus espaldas sonó antes de ser abierta, no volteó pues sabía que se trataba de su madre, era una mujer que rondaba los cuarenta y tres, alta, bien conservada para su edad, trabajaba en una corporativa desde hacia muchos años. Muchos decían que tenía un parecido cuando en realidad su melena cobriza quedaba negada por el lago mar negro del cabello de su madre.

—¿Lía? Cariño debes comer algo —susurro ella, acariciando sus cabellos castaños.

—¿Que hora es? — preguntó al ver la oscuridad colarse por la ventana.

—Pasadas las diez cariño, llevas todo el día aquí. —explicó la mujer sonriendole con ternura —vine hace unas horas, pero no parecías escuchar nada.

—Lo lamento,  mamá, sabes como me pongo cuando dibujo. —dijo soltando una pequeña risa que su madre siguió.

—Está bien cariño, solo baja a comer algo ¿Si? —insistió la mujer a lo que ella respondió asintiendo.

Su madre salió de la habitación dejándola sola con su arte nuevamente, suspiró sonoramente para despejar su mente y empezó a recoger las cosas que había esparcido por el suelo dejándola en la misma caja, ya luego la arreglaría. El block lo colocó al costado de la cama sin siquiera revisar su progreso en el dibujo, no lo necesita, sabía que tendría luego una gran obra para exponer.

Bajó de las escaleras de dos en dos y fue directo a la cocina donde estaba su madre, le sonrió antes de sentarse frente al plato humeante que había para ella.

—Huele delicioso, mamá. —alabó.

Conversaron trivialidades y sobre el nuevo trabajo de su madre, tendría unos días sin nada que hacer, habían llegado unas semanas antes del comienzo de las clases del instituto, era su penúltimo año y tenía muchas metas que deseaba cumplir en él.

—¿Investigaste sobre los cursos de arte? —preguntó su madre a lo que asintió.

—Según la publicación de instagram aún no comienza, no han respondido mi e-mail, no se si hayan plaza aún.

—Bueno esperemos que sí, hija.

—Ojalá, es un gran artista, me encantaría aprender de él.- susurró ilusionada.

—Bueno, Lía,  sabes que solo te permito el curso si tienes buenas calificaciones...

—Todo saldrá bien, má- la cortó - ya lo verás.

—Eso espero...

Eliana terminó su comida entre risas y comentarios sobre temas varios, su madre la escuchó callada, pero detrás de ese silencios la mujer pensaba en todo lo que su hija con casi dieciséis años había tenido que pasar.

Vieron películas hasta altas horas de la noche, por lo menos Lía, ya que su madre desertó mucho antes de las doce. Todas las noches le encantaba desvelarse, la mayoría de las veces era para dibujar los cielos estrellados desde distintas ubicaciones, esa era una nueva ciudad, un nuevo lienzo para plasmar sentimientos, ideas y un mar infinito de sensaciones.

Esa noche, pasadas las tres de la madrugada, sentada en el marco de su ventana, pensó en todas las posibles pinturas que podía realizar por la ciudad, tenía los suficientes días libres como para dedicarse a recorrer esos nuevos paisajes y nuevas aventuras que su corazón  le decía que viviría.

Pero tenía miedo, ya por unas cuantas aventuras, que no resultaron como lo había esperado, había terminado herida, aún así no le asustaba, pues el dolor formaba parte del crecimiento y proceso de madurez; no estaba dispuesta a permitir que esos casos del pasado amargaran su presente y arruinaran la nueva realidad que estaba experimentando.

No supo en que momento se quedó dormida en aquella incómoda posición, pero a lo que abrió los ojos ya la luz se colaba por la ventana, admiró por un momento la ajetreada calle frente a ella, autos que iban y venían, personas corriendo a distintos rumbos y ella ahí, como si el tiempo estuviera paralizado en sus manos.

Hasta que algo llamó su atención, era un grupo de jóvenes que reían y caminaban frente a su casa, al verlos algo de nostalgia se plasmó en su mirada pues le hizo recordar aquellas tardes ellas que salía con sus amigos en su vieja ciudad y a quienes ya no podría ver. Uno de ellos, alto y de cabello tan negro como la noche que había pasado pareció percatarse de ella cuando sus miradas se conectaron por segundos que parecieron infinitos para Lía; sintió un ligero calor acoplarse en sus mejillas y al mismo instante se sorprendió.




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