Entre Sombras

4. El peso de la memoria

Franco oraba frenéticamente cuando recibió una llamada. Se trataba de su hijo Erick, pero no contestó. No estaba en condiciones en ese momento.

Su corazón latía muy fuerte y rápido, incluso temió por su salud y decidió detenerse para tomar una pastilla.

Con las manos temblorosas abrió el frasco y en la intención de coger una, se le cayeron varias al piso. Gruñó para no maldecir y se puso una debajo de la lengua. Colocó el frasco abierto en la superficie estable más cercana y continuó con lo que hacía.

La impresión había sido mucha, no sabía si podría continuar en ese lugar. Era demasiado para él.

Quién dijera que los recuerdos no pesaban, estaba muy equivocado. Pesaban y mucho. Sobre todo, cuándo estaban acompañados de culpa.

Nunca se llevó bien con su hermano menor, lo detestaba y le parecía un bulto inútil qué solo representaba una pesada carga para toda la familia.

Siempre metido en escándalos, en trampas, en fiestas y apuestas qué casi les costaron la vida y el patrimonio a todos en más de una ocasión.

Su madre era la única persona que le creía sus mentiras y por lo mismo, era a la que manipulaba mejor.

Hartos, así los tenía a él y a su padre. Fue por eso qué, aunque jurara que no había sido él el culpable del fraude a la constructora, no pudieron creerle y tomaron las medidas pertinentes.

Pero debía ser antes de su boda, pues sería más complicado cuándo saliera del país. Cosa de la cual no fue notificada su madre para que no lo pusiera sobreaviso.

Pero el plan se les salió de las manos y todo empezó con el abandono de Camila, su posterior huida con Jorge y la presencia de policías armados que aterraron a los invitados.

Tijuana, 1985.

—Se fue... —dijo Braulio devastado cuando leyó el mensaje que la novia, que debía estar ya ahí, le dejó.

La policía esperaba afuera pero Franco quiso hablar antes con él.

—¿Quién se fue? —preguntó titubeante.

—¡Camila! ¡Se fue! ¡Se largó con él! —arrugó el papel entre las manos y lo dejó caer en el pasillo para dejarse caer en la primera banca.

Franco recogió el papel y lo leyó.

«Adiós mi amor, qué tengas una buena vida en la cárcel, gracias por todo.

¿En serio no lo viste venir? ¿Eres tan imbécil? ¡Te dije mil veces que no confiaras tanto en Jorge, qué era un envidioso, un rata y quería todo lo que tú tenías! Y eso me incluía a mí, también, por eso nos vamos juntos. 

Pero coje tan rico... ».

Braulio decía la verdad, no había sido él y esa carta lo exoneraba, pero algo en su interior, un pequeño brote de maldad lo hizo ocultar esa prueba.

—Entonces no tienes nada que hacer aquí. Voy a avisar a los invitados.

—Te lo agradezco...

Todo el camino, desde dónde estaba, hasta la salida del templo, Franco sintió un peso en la nuca y la sensación de estar siendo observado, pero no había nadie más ahí además  de ellos dos. Franco miró hacia atrás y ver llorar a su hermano cómo un chiquillo, lejos de conmoverlo, lo alegró.

Siguió su camino hasta las grandes puertas de madera dónde los judiciales esperaban su señal.

—Braulio Ortega Ruiz...

El aludido volteó con los ojos aún húmedos.

—Tenemos una orden de arresto en su contra.

—¿Que? ¿Por qué? ¿Con qué cargos?

—Fraude, abuso de confianza, extorsión, ¿Le sigo? Usted sabe lo que hizo, señor.

—¡Yo no hice nada, fue Jorge! ¡Tengo pruebas!

Se palpó los bolsillos en busca de la carta, luego recordó que la había tirado y la buscó frenético debajo de las bancas.

—¡Franco! ¡Franco la tiene! ¡Franco! ¡Franco!

—Entrégate, Braulio, no hagas las cosas más difíciles —aconsejó su hermano con cara de mustio.

—¡Franco, la carta! ¡Tu te la llevaste! ¡Dámela!

—¿Cuál carta? ¿De qué hablas?

—¡La carta de Camila!

—Creo qué estás confundido, Braulio. No existe ninguna carta.

Asombrado y decepcionado, Braulio aprovechó la distracción qué provocó su madre al entrar, para correr hacia el campanario.

La poderosa mirada del Cristo qué tenía enfrente, obligó a Franco a mirarlo.

Era solo una estatua muy bien lograda, pero sus ojos parecían mirarlo con reproche. Ojos qué, en teoría, debían estar cerrados en un rictus de dolor.

Soberbio, sonrió burlón y abrazo a su madre, hasta que los gritos afuera los hicieron salir.

Para colmo, la vida le había hecho una jugada maestra cómo castigo por su traición, en la persona de Erick, su primer y único hijo, quién había resultado ser una copia al carbón de su hermano Braulio.
               
                     🙀🙀🙀

Sofía no era miedosa, pero ver a su cachorro tan nervioso la ponía en alerta, sobre todo cuando comenzó a ver sombras con forma humana moviéndose por el rabillo del ojo.




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