Entre Sombras

Capitulo 11

—¿Para qué necesitamos estas líneas? —pregunto cuando el silencio se ha impuesto más de lo necesario. Necesito respuestas, no puedo seguir corriendo a ciegas por un destino desconocido.

Thoth no aminora el paso frente a nosotros, pero carraspea dándome a entender, que si me escuchó.

—Son nuestra conexión directa con la aldea original. Por este medio podemos garantizar la seguridad y confidencialidad de todo lo que hablemos por ello.

Asiento, comprendiendo el fundamento, pero sin saber qué es exactamente lo que buscamos.

—¿Cómo las encontramos?

—Las estoy rastreando. —responde, Thoth. Sigue sin mirarme a la cara desde que salimos del bar y es bastante molesto. A nadie le gusta estar hablando con una espalda o un mechero blanco.

Evito soltar un resoplido, fastidiada. —¿Y cómo las rastreas?

Lebor a mi lado bufa con burla. Lo volteo a ver con mi cara de: “Ahora no me jodas, cabrón” y él casi sonríe abiertamente.

—¿Cómo crees que rastrean los hechiceros?

Volteo los ojos comprendiendo mi propia estupidez. Por supuesto, es magia. Con ellos siempre es magia. Me pregunto qué sería de ellos sin sus poderes y cachivaches.

—Debo decir que estoy capacitado para rastrear en todos los ámbitos. —espeta Thoth desde la delantera. —Mis habilidades no se limitan a lo que la naturaleza me provee —echa un vistazo atrás sin mirarnos fijamente. —, pero claro, yo nunca podría igualarme a ustedes.

Frunzo el ceño, captando un poco de ¿resentimiento? en su voz. Expando mis sentidos concentrándome en él y lo encuentro con una tormenta en su interior. ¿Qué le pasa? Tiene un nudo de sentimientos que creo que ni él mismo podría entender.

Me adelanto poniéndome a su lado.

—¿Estás bien?

Thoth se sobresalta por mi repentino acercamiento y frunzo el ceño. Debió verme llegar, estoy limitando mis habilidades.

Algo está mal en esa cabeza peli blanca.

—¿Por qué no debería estarlo? —responde rehuyendo mi mirada.

Me giro hacia Lebor, pero él solo se encoge de hombros.

—Por todo lo que pasó. Entiendo que estés perturbado o…

Thoth me interrumpe con un chasquido y me observa fijamente. —Estamos en guerra, no podemos permitirnos estar perturbados. —me da la espada y susurra: —Pero podemos evitar convertirnos en monstruos.

Con esta última frase, algo hace clip en mi cerebro. El demonio retorciéndose en agonía en el suelo, Lebor al final del arma, yo observando en silencio y el aspecto asqueado de Thoth. Su cara inundada por la repulsión y sorpresa. No era por el demonio, era por nosotros. A sus ojos somos los monstruos.

Respiro profundo y asiento, aunque no me esté mirando. Lo entiendo, un cazador hace lo que debe hacer y punto.

La luna nos saluda desde lo alto de los viejos edificios como una vieja guardiana, iluminando las callejuelas sucias y los contenedores de basura a rebosar. Nuestras botas avanzan en silencio por el cemento rancio.

—Acá termina la protección de Calixto. —anuncia Thoth, deteniéndose. Se pone en cuclillas y pasa la palma de su mano por el suelo, casi con dulzura. Como si algo fuera a sentir su caricia. —Ya podemos activar la línea.

—Está bien, hagámoslo. —responde Lebor, frotando sus manos.

El hechicero lo voltea a ver y asiente con seriedad.

Un silencio se levanta en la noche y el aire frio del callejón eriza los vellos de mi piel. Por un instante me siento observada. Un par de ojos sobre mi espalda me vigilan. Expando mis sentidos en todas direcciones, buscando una fuente de emociones. Al parecer, estamos solos, pero no estoy del todo segura.

—Vamos, tómense de las manos.

Hacemos un círculo formado por los seis brazos extendidos. El hechicero cierra los ojos y ni un solo sonido se eleva del lugar.

—Podrían vernos u oírnos. —murmuro evaluando las mentes dormidas a nuestro alrededor. —Alguien se levantará a tomar un vaso de agua y nos encontrará reunidos como una secta satánica.

—Para eso es el glamur. —responde, Thoth. —Nadie verá algo diferente a un callejón solitario y mugriento.

—¿Preparados?

—Listos. —respondemos Lebor y yo al unísono.

Thoth comienza a hablar con suavidad y en palabras desconocidas. Su voz se desliza como la seda entre nosotros, acariciándonos y extasiándonos. Me pregunto si siempre es así: su magia tan… embriagadora o si todos los hechiceros son tan hermosos en su esplendor.

Habría seguido divagando si una voz dura no me hubiese helado hasta la médula.

—Cazadora Vania, usted no tiene permitido participar en esta misión.

Artemisa se eleva en su máxima altura frente a mí. Su cuerpo se encuentra desdibujado, pero se aprecia toda su musculatura y poder. Casi me encojo por la repentina impresión que representa su cara indiferente a solo unos pasos. Sé que está furiosa, aunque trate de ocultarlo; las esquinas de sus ojos se achican, descubriéndola.

Controlo mi respiración y la enfrento.

—Mis servicios fueron solicitados.

—Aún no tiene servicios por brindar, cazadora. No ha terminado su formación.

Aprieto mi agarre, dejando mi rostro neutral. No logrará que pierda el control. No ahora.

—Señora Alta Fall, usted más que nadie sabe que estoy preparada para esto.

—Ordeno su regreso inmediato a la academia, cazadora Vania.

Muerdo mi lengua para evitar que alguna palabra se escape de mi boca. Me esfuerzo tanto por permanecer sumisa frente a ella, que la vergüenza colorea mi rostro. Degradada por mi Alta Fall, la mejor conocedora de mis habilidades. La que debería tener confianza en mí.

Un sabor metálico adormece mi boca.

—Pero… —murmuro.

—No la he escuchado, cazadora. ¿Qué ha dicho? —habla con voz fría, Artemisa. Si me escuchó, pero mi último gramo de voluntad se ha ido con esa única frase. Esa ha sido mi resistencia. No puedo oponerme a ella, tal vez nunca podré.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.