Entre sombras y destinos

Sombras y Luz

Los días después de la batalla en la cabaña fueron silenciosos. La tormenta había pasado, pero en el corazón de Elara, los ecos del conflicto seguían presentes. Aunque Kael había vencido momentáneamente la oscuridad que lo asediaba, ambos sabían que esa victoria era frágil. Las sombras seguían acechando, esperando el momento oportuno para reclamarlo de nuevo. La magia oscura que lo había marcado desde hacía tanto tiempo no desaparecería con facilidad.

Elara permanecía a su lado, incansable, pero la carga de lo que habían vivido empezaba a pesar sobre ella. Había prometido luchar por él, pero esa lucha era agotadora. Cada día, veía a Kael debatirse entre la luz y la oscuridad, y aunque nunca lo admitiría, temía que la guerra no hubiera terminado realmente. Las noches eran las más difíciles. Kael tenía pesadillas, visiones de la sombra que lo envolvía, y Elara se despertaba para sostenerlo, para recordarle que no estaba solo.

Una mañana, mientras el sol apenas empezaba a asomarse entre las montañas, Kael se levantó antes del amanecer, envuelto en el silencio de su propia tormenta interna. Elara lo observó desde la cama, sintiendo cómo la distancia crecía entre ellos, no por falta de amor, sino por el peso de lo que él cargaba. Sabía que Kael sentía culpa. Sentía que ella merecía más, alguien sin oscuridad, alguien con un futuro libre de la batalla constante que él no podía evitar.

—Kael —lo llamó suavemente desde la cama—, no tienes que cargar esto solo.

Él no respondió al principio. Solo miraba por la ventana, las manos tensas, como si el simple acto de existir lo consumiera.

—Cada día es más difícil —murmuró, su voz apagada—. No quiero que esto te arrastre conmigo.

Elara se levantó y caminó hacia él, sus pies descalzos apenas haciendo ruido en la madera. Puso una mano en su espalda, sintiendo los músculos tensos bajo su toque.

—No me arrastras, Kael —susurró—. Estoy aquí porque lo elijo. Te amo. Si llevas una carga, la llevaré contigo.

Él se giró lentamente para mirarla. Sus ojos, aunque llenos de amor, estaban teñidos de esa sombra persistente que nunca desaparecía por completo. Kael la amaba, de eso no había duda, pero también la amaba lo suficiente como para desear protegerla de sí mismo.

—No deberías tener que hacer esto —dijo él con un suspiro cansado—. No deberías tener que salvarme siempre.

Elara lo miró fijamente, con una determinación en su mirada que lo desarmó.

—No es una cuestión de "tener" que hacerlo —dijo con firmeza—. Es que quiero hacerlo. Si no puedo caminar a tu lado, si no puedo ayudarte a llevar lo que te pesa, entonces, ¿qué sentido tiene amar?

Kael cerró los ojos, abrumado por las palabras que ella decía. Nunca había comprendido completamente el amor de Elara, su sacrificio sin condiciones. Siempre había creído que eventualmente ella se cansaría, que lo dejaría, que vería lo oscuro que era su destino y se apartaría. Pero ella no lo hacía. Siempre estaba allí, siempre dispuesta a ser su luz en la oscuridad, su escudo cuando las sombras lo asfixiaban.

Elara lo abrazó, rodeándolo con sus brazos. Podía sentir su corazón latiendo contra el suyo, un recordatorio de que, por más oscuro que fuera el camino, aún estaban juntos.

—Cuando todo se ponga demasiado difícil, cuando sientas que ya no puedes más, no te olvides de que estoy aquí —dijo ella en voz baja, sus palabras un juramento—. Yo te llevaré. Cuando no puedas seguir, te cargaré, Kael. No importa lo que venga, no lo haremos solos.

Kael hundió el rostro en su hombro, y por un momento, dejó que las lágrimas que había contenido tanto tiempo cayeran silenciosamente. Era un guerrero, había enfrentado enemigos indescriptibles, pero el amor que Elara le ofrecía era lo más poderoso que jamás había conocido. Más poderoso que cualquier magia, más fuerte que cualquier maldición.

—Te amo —susurró él con la voz rota—. Te amo más de lo que merezco.

Elara lo sostuvo con más fuerza, como si sus brazos fueran capaces de mantenerlo a salvo de todo lo que los acechaba. Sabía que el camino por delante no sería fácil, que la oscuridad aún estaba presente, pero también sabía que el amor que compartían era su mayor fuerza. Y en los momentos en que Kael no pudiera cargar con el peso de su propio destino, ella lo llevaría, sin vacilar.

Con el tiempo, Kael comenzó a sanar, pero no fue un proceso rápido. Cada día era una batalla interna, pero Elara siempre estaba allí, a su lado, recordándole que no estaba solo. La conexión que compartían era su ancla. Había momentos en los que Kael caía de nuevo en la oscuridad, pero Elara lo levantaba, lo sostenía con su amor, su paciencia, y su inquebrantable lealtad.

Finalmente, Kael comprendió algo importante: no tenía que luchar solo. Elara no solo era su salvación, era su compañera de batalla. No importaba cuánto intentara protegerla, ella ya había elegido pelear esa guerra con él, porque, como le había dicho tantas veces, no se trataba solo de salvarlo. Se trataba de caminar juntos, de compartir el peso de sus miedos, sus dolores y sus esperanzas.

Así que, cuando la oscuridad volviera, sabían que enfrentarían las sombras juntos. Y si en algún momento Kael volvía a tropezar, Elara estaría allí para levantarlo y, si era necesario, cargarlo hasta que pudiera caminar de nuevo.

Porque eso es lo que hace el verdadero amor. Sostiene, carga y nunca se rinde.



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En el texto hay: fantasia, romance, fantasía hadas

Editado: 13.10.2024

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