Entre sombras y destinos

A Través de la Tormenta

El crepúsculo teñía el cielo de tonos naranjas y púrpuras mientras Elara corría a través del bosque. Las ramas arañaban su piel, pero no se detenía. El miedo, esa fría sensación que había estado creciendo en su pecho durante días, la empujaba hacia adelante. Kael había desaparecido. No había dejado rastro, solo una promesa rota de regresar. Una vez más, la oscuridad había intentado reclamarlo. Esta vez, él había decidido enfrentarlo solo.

“No me arrastres contigo”, le había dicho antes de marcharse. “Debo terminar esto. Si no regreso… sigue adelante sin mí.”

Pero Elara no era alguien que siguiera órdenes cuando su corazón estaba en juego. Sabía lo que Kael intentaba hacer. Pensaba que al alejarse la protegería, que sacrificarse era la única manera de mantenerla a salvo. Sin embargo, él no entendía una cosa crucial: ella lo encontraría, sin importar a dónde la oscuridad lo llevara.

Las últimas semanas habían sido un ciclo de angustia y búsqueda desesperada. Elara había sentido cómo la oscuridad crecía de nuevo en él, cómo el peso de sus batallas internas se hacía más difícil de soportar. Pero también había aprendido, después de todo lo que habían vivido, que Kael no tenía que pelear solo. Habían superado lo imposible juntos, y no dejaría que él se enfrentara a la sombra sin ella.

Al llegar a un claro del bosque, Elara se detuvo bruscamente, jadeando. El aire era más frío allí, como si la oscuridad estuviera cerca, más palpable. Frente a ella, una antigua ruina se alzaba como un recordatorio de tiempos olvidados, envuelta en niebla y silencio. Sabía que él estaba allí. Podía sentirlo.

Avanzó lentamente, el viento gélido susurrando palabras incomprensibles. Sus pasos resonaban en la piedra mientras entraba en la ruina, su corazón martillando en su pecho. La oscuridad parecía envolver el lugar, sofocante y opresiva. Pero había algo más. Algo que le hizo detenerse de golpe.

Kael.

Estaba allí, de pie en el centro de la sala, su figura envuelta en sombras, como si la misma oscuridad se hubiera fusionado con él. Sus ojos, que una vez habían sido su faro, ahora eran dos pozos de abismo. Estaba luchando, lo sabía, pero la sombra era fuerte, demasiado fuerte para que él la venciera solo.

—Kael —susurró Elara, con la voz temblando, llena de una mezcla de miedo y amor—. Estoy aquí.

Él no respondió de inmediato. Por un momento, pensó que no la había escuchado. Luego, su cuerpo pareció tensarse, como si una parte de él aún estuviera presente, atrapada en la lucha interna. Pero cuando él alzó la vista para mirarla, lo que Elara vio en sus ojos la destrozó: desesperación.

—Elara… no debiste venir —dijo Kael con voz ronca, como si cada palabra fuera un esfuerzo—. No puedo… no puedo detenerlo.

La oscuridad se arremolinaba a su alrededor, como si intentara consumirlo por completo. Cada parte de él parecía atrapada en esa sombra implacable. Pero Elara no retrocedió. No importaba cuán profundo estuviera hundido, ella lo encontraría. Siempre lo haría.

—Sí puedes —replicó ella, avanzando—. Lo hemos hecho antes. Juntos. Siempre te encontraré, Kael, no importa cuán lejos vayas.

Kael se tambaleó, cayendo de rodillas al suelo. La sombra lo envolvía como un velo, pero Elara no dejaba de avanzar. Se arrodilló frente a él, tomando su rostro entre sus manos. Su toque era cálido, una chispa de luz en medio de la oscuridad que lo rodeaba.

—No puedes luchar contra esto solo —dijo suavemente, sus ojos llenos de determinación—. Pero no tienes que hacerlo. Estoy aquí. Y siempre lo estaré.

Kael temblaba, sus manos aferrándose débilmente a las de ella, como si el mero acto de tocarla fuera un ancla en la tormenta. La sombra rugía a su alrededor, pero Elara no apartaba la mirada de él.

—Eres mi hogar —susurró ella—. Y siempre te encontraré, no importa cuán perdido estés.

Por un instante, las sombras parecieron vacilar. Algo en las palabras de Elara, en su toque, en su promesa, perforó la oscuridad. El amor que compartían, esa conexión que había resistido tanto dolor y sufrimiento, brillaba en medio de la penumbra.

Kael cerró los ojos, y con un esfuerzo titánico, luchó contra las sombras que lo consumían. Elara sintió cómo el peso de la oscuridad se hacía más ligero. A pesar de su cansancio, a pesar de la desesperanza que lo había estado envolviendo, Kael empezó a luchar, no solo por él, sino por ellos.

Las sombras retrocedieron, poco a poco. La oscuridad, que había intentado devorarlo, empezó a desmoronarse. Y, finalmente, en un último aliento de esfuerzo, Kael la rechazó por completo. El silencio que siguió fue absoluto. Solo quedaban ellos dos, arrodillados en el centro de las ruinas, iluminados por la suave luz del crepúsculo que empezaba a entrar a través de los ventanales rotos.

Kael abrió los ojos lentamente, y por primera vez en mucho tiempo, Elara vio la luz que tanto amaba en ellos.

—Lo siento… —susurró él, la voz quebrada—. Pensé que si me iba, te protegería. Pero te necesito, Elara. Nunca debí alejarme.

Elara lo abrazó con fuerza, sintiendo cómo su cuerpo volvía a la vida bajo su toque. Las lágrimas rodaron por su rostro, pero no eran de tristeza, sino de alivio. Lo había encontrado, lo había salvado, como siempre había sabido que haría.

—Siempre te encontraré, Kael —susurró contra su pecho, su voz suave, pero firme—. No importa lo que venga, siempre te encontraré.

Él la sostuvo, y por primera vez en lo que parecía una eternidad, sintió paz. Sabía que las sombras podrían regresar algún día, que las batallas no estaban del todo ganadas. Pero también sabía que, mientras estuvieran juntos, siempre encontrarían el camino de regreso el uno hacia el otro.

Porque el amor verdadero nunca se pierde. Y siempre, siempre te encuentra.



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En el texto hay: fantasia, romance, fantasía hadas

Editado: 13.10.2024

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