Cuatro años después
Selene
Lej Met es un pequeño y hermoso reino, donde el sol brilla sobre las montañas y los atardeceres caen lentamente cuando llega la noche.
Algunas personas son buenas… otras no tanto. Como él y ella. Aquí todos les temen. Menos yo.
Aprendí a no tenerles miedo, y él lo sabe. Hace cuatro años que me dejó sola con nuestro hijo. Solo lo visita de vez en cuando. Ella apenas está empezando a ser luna… dentro de dos semanas la elegirán. “Una loba fuerte y hermosa, lo que la manada necesita.” Yo ya no pongo atención a eso. Algunas personas me miran con pesar, pero las ignoro. Y cuando se dan cuenta, empiezan a hablar mal de mí… y de mi hijo.
Han pasado cuatro años…
Y yo aquí, feliz con mi pequeño.
Últimamente, la naturaleza parece bailar con él. Las hojas de los árboles se balancean de un lado a otro, y cuando alguien intenta hacerle daño, lo envuelven en un círculo otoñal de flores. Eso me deja tranquila… porque al menos él puede defenderse de la diáspora.
Ella ya tiene lo que quería. Que no vuelva aquí. Y aunque han pasado cuatro años desde la última vez que vino, sus susurros aún me acechan por las noches.
—Te mataré —decía su voz, mientras mi corazón latía con fuerza.
No entiendo por qué Taylor no me ha dejado en paz. Hubiera preferido que me rechazara aquella noche de invierno en la celda. Pero, según él, su lobito nunca se lo perdonaría. Aunque esto… esto es peor que un rechazo.
Juan, su lobo, no soporta que yo trabaje en mi cafetería. Empecé a ahorrar, y poco a poco logré emprender mi propio negocio. Me independicé sola. Aunque a ellos no les guste.
Salí a comprar algunas cosas para hacer pan. Ya no me quedaba. Al caminar por el pueblo, algunas miradas se posaban sobre nosotros dos. Entré a la tienda y vi que las harinas estaban muy altas. No alcanzaba… pero alguien me ayudó a bajarlas.
Un vampiro.
¿Qué hace un vampiro aquí? —me pregunté, sin poder dejar de mirarlo a los ojos. Miel claros. Su piel, tan blanca como la nieve. Cabello rubio y labios delgados, rojo intenso.
—Si tu alfa se entera que me miras así… estamos fritos —dijo él, mientras yo me sonrojaba. Tenía toda la razón. No podía ver a otro hombre así. Era una de las reglas que me había advertido ese escarabajo.
—Lo siento —le dije, alejándome con rapidez.
Sentí que alguien me jalaba del brazo, y mi hijo gruñó. Pero él solo sonrió.
—Me encantaría verlo así. Soy Enzo, el Rey de los Vampiros. Tengo ciento cincuenta años… y tu lobo lo mismo. Pero él no te trata como lo que eres: una Reina.
Esa es la ventaja de los nuestros. No demostramos la edad que tenemos. Para un humano, pareceríamos de unos treinta. Pero entre nosotros… eso es normal.
Lo volví a mirar a los ojos… y algo en mi estómago se revolvió. Ay no… no quiero enamorarme de este hombre.
—Me voy a quedar algunos días en este pueblo. Y ya encontré a mi guía —dijo con seguridad.
Mis manos empezaron a temblar. Nos rodeaban. Las miradas, los murmullos… la gente cuchicheaba entre nosotros.
—Nos están mirando —le dije, mientras más personas se acercaban.
—¿Y qué? Que nos vean —respondió él, firme.
Algunos empezaron a tomarnos fotos con sus celulares. Y entonces… lo sentí.
Un gruñido desde afuera. Ese olor a limón… lo conocía bien. Taylor.
Mi piel se erizó. Mi hijo gruñó con fuerza al ver a su padre. Sus ojos violetas se posaron en mí, llenos de fuego. Y entonces, de un jalón, me arrancó de los brazos de Enzo.
—Que te quede bien claro… ella es MÍA —rugió.
Y sin más, caí rendida en la oscuridad.
No sé qué me está pasando. Lo único que escucho es a mi hijo gritar mi nombre…
Y unos brazos cálidos atraparme justo en el momento adecuado.
—Tía mía…
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Editado: 17.06.2025