Lucía despertó con una mezcla de emoción y nerviosismo. El día anterior, bajo aquel árbol del parque, Daniel había abierto una puerta a algo que ella no había esperado encontrar de nuevo: esperanza. Pasó la mañana en la librería, pero su mente seguía en aquel momento, en las palabras y promesas que se habían intercambiado.
La campanilla sobre la puerta sonó, sacándola de sus pensamientos. Al alzar la vista, vio a Daniel entrando con una sonrisa.
—Buenos días, Lucía —saludó, acercándose al mostrador.
—Hola, Daniel. ¿Cómo estás hoy? —respondió ella, tratando de mantener la compostura.
—Mejor que nunca —dijo él, apoyándose en el mostrador—. ¿Tienes algún plan para esta tarde?
Lucía negó con la cabeza.
—Nada en particular. ¿Tienes algo en mente?
Daniel asintió.
—Pensé que podríamos ir a un lugar especial. Un sitio que descubrí hace poco y que creo que te gustará.
Lucía sintió una mezcla de curiosidad y anticipación.
—Suena genial. ¿A qué hora?
—A las cinco. Te pasaré a buscar —dijo él, sonriendo antes de despedirse y salir de la librería.
Lucía pasó el resto del día tratando de concentrarse en su trabajo, pero la expectativa del encuentro con Daniel hacía que fuera difícil. Finalmente, llegó la hora de cerrar y se preparó para su cita.
A las cinco en punto, Daniel apareció en la puerta de la librería. Lucía lo siguió hasta su coche y juntos se dirigieron hacia las afueras de la ciudad. Durante el trayecto, conversaron sobre libros y escritores, evitando temas más personales, pero disfrutando de la compañía mutua.
Después de unos treinta minutos, llegaron a un pequeño mirador en las colinas. El lugar ofrecía una vista panorámica de la ciudad y el paisaje circundante. Daniel sacó una manta y un par de libros de su coche y se dirigieron hacia un claro donde se acomodaron.
—Este lugar es increíble, Daniel. ¿Cómo lo encontraste? —preguntó Lucía, admirando la vista.
—Vine aquí un día buscando inspiración para mi novela y me enamoré del lugar. Pensé que te gustaría —respondió él, tendiéndole uno de los libros—. ¿Te apetece leer un poco?
Lucía sonrió y tomó el libro. Pasaron un rato en silencio, cada uno inmerso en su lectura, disfrutando de la tranquilidad del entorno. Finalmente, Daniel cerró su libro y miró a Lucía.
—Hay algo que quiero contarte, Lucía —dijo, rompiendo el silencio.
Lucía levantó la vista, notando la seriedad en su expresión.
—¿Qué sucede, Daniel?
Él tomó una respiración profunda antes de hablar.
—Hace un año, perdí a alguien muy importante para mí. Mi esposa, Marta. Falleció en un accidente de coche y, desde entonces, he estado tratando de recomponer mi vida. Fue una pérdida devastadora y por eso vine aquí, para escapar de los recuerdos y encontrar un nuevo propósito.
Lucía sintió un nudo en la garganta. No esperaba una revelación tan dolorosa.
—Daniel, lo siento mucho. No puedo imaginar lo difícil que debe haber sido para ti —dijo, tomando su mano en un gesto de apoyo.
—Gracias, Lucía. Ha sido un proceso largo y aún estoy sanando. Conocerte ha sido un regalo. Me has devuelto la esperanza y las ganas de seguir adelante —confesó él, apretando suavemente su mano.
Lucía sintió una ola de emociones. La historia de Daniel resonaba con la suya propia, aunque las circunstancias fueran diferentes.
—Yo también he pasado por un momento difícil —admitió ella, sintiendo la necesidad de compartir—. Hace dos años, tuve una relación que terminó de manera dolorosa. Me mudé aquí para empezar de nuevo y, aunque he encontrado paz en mi trabajo, aún tengo miedo de volver a abrir mi corazón.
Daniel asintió, comprendiendo sus palabras.
—Lo entiendo. Ambos llevamos cicatrices del pasado, pero creo que juntos podemos sanar. No te prometo que será fácil, pero sí que estaré aquí para ti.
Lucía sintió sus ojos llenarse de lágrimas. Las palabras de Daniel eran un bálsamo para su alma herida.
—Yo también quiero intentarlo, Daniel. Quiero dejar el miedo atrás y ver a dónde nos lleva esto —dijo, sintiendo una determinación renovada.
Se abrazaron, sintiendo la fuerza y el consuelo en el contacto. Bajo el cielo estrellado, hicieron una promesa silenciosa de apoyarse mutuamente y enfrentar el futuro juntos, sin importar lo que éste les deparara.
Regresaron a la ciudad en silencio, pero con una nueva comprensión y un vínculo más fuerte. Lucía sabía que el camino no sería fácil, pero por primera vez en mucho tiempo, se sentía lista para enfrentar lo que viniera, de la mano de Daniel.
Los días siguientes transcurrieron en una especie de nube para Lucía. Su relación con Daniel se profundizaba, y con cada momento compartido, sentía que sus miedos y dudas se desvanecían un poco más. Sin embargo, había una sombra que a veces se cernía sobre ellos: el recuerdo de Marta, la esposa de Daniel.
Una tarde, mientras compartían un café en una acogedora cafetería cercana, Daniel se quedó en silencio, mirando pensativo su taza.
—He estado pensando mucho en Marta últimamente —dijo, rompiendo el silencio.
Lucía sintió un nudo en el estómago, pero decidió enfrentar la conversación con valentía.
—Es natural, Daniel. Ella fue una parte importante de tu vida. No tienes que disculparte por recordarla —respondió, tomando su mano.
—Lo sé, pero me preocupa que esos recuerdos interfieran en lo que estamos construyendo tú y yo —confesó él, mirando sus manos entrelazadas.
Lucía suspiró.
—Daniel, entiendo que ella siempre será una parte de ti. Y no quiero que olvides eso. Lo importante es que estamos aquí, ahora, construyendo algo nuevo juntos. Podemos honrar su memoria y seguir adelante al mismo tiempo.
Daniel asintió, apretando suavemente su mano.
—Tienes razón, Lucía. Gracias por comprender. No sé qué haría sin ti.
La conversación sobre Marta abrió un nuevo capítulo en su relación, uno donde ambos aceptaban que sus pasados formaban parte de quienes eran, pero no definían su futuro.