Entre susurros y promesas

Capítulo 3: Desafíos y Decisiones

Lucía y Daniel despertaron al día siguiente del compromiso con una sensación de euforia y anticipación. Mientras desayunaban juntos, discutieron los primeros detalles de su boda. Querían algo íntimo, rodeados de sus seres queridos más cercanos.

—¿Qué te parece si lo hacemos en el jardín de mi abuela? Siempre me ha encantado ese lugar —sugirió Lucía.

—Me parece perfecto. Es un lugar hermoso y tiene un significado especial para ti —respondió Daniel, tomando su mano.

Mientras los días se deslizaban en una serie de planes y preparativos, la pareja se sumergió en la emoción de la organización. Sin embargo, no todo fue un camino de rosas. La sombra del pasado de Daniel aún se cernía sobre ellos, especialmente cuando recibió una llamada inesperada.

—Daniel, soy Ana, la hermana de Marta. Necesito hablar contigo —dijo la voz al otro lado del teléfono.

Daniel sintió un nudo en el estómago. Ana y él habían tenido una relación cordial después de la muerte de Marta, pero la comunicación había disminuido con el tiempo.

—Claro, Ana. ¿Cuándo te viene bien? —respondió, tratando de mantener la calma.

Quedaron en encontrarse en una cafetería al día siguiente. Cuando Daniel le contó a Lucía sobre la llamada, ella notó la preocupación en sus ojos.

—¿Quieres que vaya contigo? —ofreció, sabiendo que este encuentro podría remover viejas heridas.

—No, está bien. Creo que es algo que necesito hacer solo. Pero gracias por tu apoyo —dijo él, abrazándola con gratitud.

Al día siguiente, Daniel se encontró con Ana en la cafetería. Ella lucía igual de elegante y serena que siempre, pero había una tensión palpable en su mirada.

—Gracias por venir, Daniel —dijo Ana, después de un saludo formal—. Sé que ha pasado mucho tiempo, pero hay algo que necesito discutir contigo.

Daniel asintió, esperando lo peor.

—He estado hablando con algunos abogados sobre el testamento de Marta. Hay ciertos asuntos que no hemos cerrado completamente, y creo que es hora de hacerlo —explicó Ana, sacando unos documentos de su bolso.

Daniel sintió una ola de confusión. Pensaba que todo estaba resuelto legalmente, pero parece que había aspectos que no conocía.

—¿Qué tipo de asuntos? —preguntó, tratando de entender.

—Marta tenía unas propiedades y algunas inversiones que quedaron sin liquidar. Necesito tu firma para completar el proceso. Y también... creo que es hora de que ambos dejemos atrás cualquier resentimiento y podamos seguir adelante —dijo Ana, mirándolo con sinceridad.

Daniel tomó los documentos y los revisó brevemente.

—No tenía idea de que esto seguía pendiente. Lo resolveré, Ana. Y respecto al pasado, estoy de acuerdo. Es hora de sanar y dejarlo ir —respondió, firmando los papeles.

Ana sonrió con alivio.

—Gracias, Daniel. Sé que Marta estaría orgullosa de cómo has manejado todo esto. Espero que puedas encontrar la felicidad que mereces.

Cuando Daniel regresó a casa y le contó a Lucía lo sucedido, ella lo abrazó, sintiendo el peso que se levantaba de sus hombros.

—Estoy tan orgullosa de ti, Daniel. Es un paso importante para cerrar ese capítulo —dijo, besándolo suavemente.

—Gracias por estar a mi lado, Lucía. No sé qué haría sin ti —respondió él, sintiendo una paz que hacía mucho no experimentaba.

Con ese asunto resuelto, los preparativos para la boda continuaron sin contratiempos. La pareja se sumergió en la elección de flores, música y el menú, disfrutando de cada momento juntos. Sin embargo, mientras más se acercaba la fecha, Lucía empezó a notar una creciente inquietud en Daniel.

Una noche, mientras descansaban en el sofá, Lucía decidió enfrentar el tema.

—Daniel, he notado que estás un poco distante últimamente. ¿Hay algo que te preocupe? —preguntó con suavidad.

Daniel suspiró, sabiendo que no podía ocultar sus sentimientos.

—Es solo que... he estado pensando en cómo será nuestra vida después de la boda. Tengo miedo de que no sea suficiente para ti, que mis fantasmas del pasado interfieran en nuestra felicidad —confesó, mirando al suelo.

Lucía tomó su rostro entre sus manos, obligándolo a mirarla a los ojos.

—Daniel, te amo por quien eres, con todas tus imperfecciones y tu pasado. Lo que hemos construido juntos es fuerte y verdadero. No dejes que el miedo arruine lo que tenemos. Estoy aquí para ti, siempre —dijo, con una determinación firme en su voz.

Daniel sintió una oleada de amor y gratitud. Las palabras de Lucía eran un recordatorio de la fortaleza de su relación.

—Tienes razón, Lucía. A veces, mis inseguridades me superan. Pero prometo que trabajaré en ello. Quiero que nuestra vida juntos sea feliz y plena —dijo, besándola con ternura.

Los días continuaron pasando, y la fecha de la boda se acercaba rápidamente. La víspera del gran día, Lucía y Daniel se despidieron con un abrazo, ya que pasarían la noche separados según la tradición.

—Nos vemos mañana, mi amor. No puedo esperar para convertirnos en marido y mujer —dijo Lucía, con una sonrisa radiante.

—Yo tampoco, Lucía. Eres todo lo que siempre he deseado y más —respondió Daniel, besándola una última vez antes de despedirse.

La mañana de la boda llegó con un cielo despejado y una brisa suave. El jardín de la abuela de Lucía estaba decorado con luces y flores, creando un ambiente mágico. Los amigos y familiares se reunieron, llenando el lugar de risas y conversaciones alegres.

Lucía, vestida con un hermoso vestido blanco, esperaba nerviosa dentro de la casa. Su madre y sus amigas la rodeaban, dándole los últimos toques a su peinado y maquillaje.

—Estás preciosa, hija. Daniel es un hombre afortunado —dijo su madre, con lágrimas en los ojos.

—Gracias, mamá. Estoy tan feliz y emocionada —respondió Lucía, sintiendo que el momento que había esperado toda su vida estaba a punto de llegar.

Mientras tanto, Daniel, vestido con un traje elegante, esperaba en el jardín junto a su mejor amigo, Miguel. Habían dejado atrás sus diferencias, y Miguel ahora era un apoyo constante en su vida.




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