Entre susurros y promesas

Capítulo 4: Nuevos Comienzos

El sol de la mañana brillaba a través de las cortinas del dormitorio, llenando la habitación con una luz cálida y acogedora. Lucía abrió los ojos y se giró para ver a Daniel a su lado, aún dormido. Una sonrisa apareció en sus labios al recordar los eventos de la noche anterior. Su boda había sido un sueño hecho realidad, y la realidad de su nueva vida como marido y mujer estaba empezando a asentarse.

Después de un rato, Daniel se despertó y la miró con una sonrisa perezosa.

—Buenos días, señora de la Vega —dijo con voz ronca, acercándose para besarla.

—Buenos días, señor de la Vega —respondió Lucía, riendo—. ¿Dormiste bien?

—Nunca he dormido mejor. ¿Y tú?

—Igual. Aunque todavía no puedo creer que estamos casados.

—Tampoco yo. Pero estoy muy feliz de que lo estemos.

Pasaron un rato más en la cama, disfrutando de la compañía mutua, antes de levantarse para empezar el día. Decidieron pasar su primer día como recién casados explorando un pequeño pueblo cercano, famoso por sus mercados artesanales y su encanto pintoresco.

Mientras paseaban por las calles adoquinadas, tomados de la mano, Lucía y Daniel se maravillaban de los coloridos puestos de artesanía, las tiendas de antigüedades y los cafés al aire libre. La tranquilidad del lugar era el escape perfecto de la ajetreada vida que habían dejado atrás por un momento.

—Mira esto —dijo Lucía, señalando un puesto que vendía joyas hechas a mano—. Son hermosas.

—Sí, lo son. ¿Te gustaría una? —preguntó Daniel, sacando su billetera.

Lucía negó con la cabeza.

—No necesito más joyas. Pero podemos comprar algo para recordar este día.

Eligieron un par de pulseras de cuero trenzado, que intercambiaron como símbolo de su nuevo comienzo juntos. Mientras se ponían las pulseras, un hombre mayor que atendía el puesto les sonrió.

—Esas pulseras son especiales. Están hechas para parejas, para que siempre recuerden el amor y la conexión que comparten —dijo el hombre.

—Gracias. Son perfectas —respondió Lucía, sonriendo a Daniel.

Después de un día de exploración, se detuvieron en un pequeño café para almorzar. Mientras esperaban su comida, Lucía sacó su cuaderno y empezó a hacer algunas anotaciones.

—¿Qué estás escribiendo? —preguntó Daniel, curioso.

—Estoy anotando algunas ideas para la librería. Estaba pensando en organizar una serie de eventos para atraer a más clientes. Lecturas de autores locales, talleres de escritura, cosas así.

—Me parece una idea genial. Sabes que te apoyaré en todo lo que necesites.

—Gracias, Daniel. ¿Y tú? ¿Tienes algún proyecto en mente?

Daniel se quedó pensativo por un momento.

—Sí, de hecho. Estaba pensando en retomar un viejo proyecto que dejé aparcado hace tiempo. Una novela que empecé a escribir antes de que todo cambiara.

Lucía asintió, sabiendo lo importante que era para Daniel escribir. Había hablado poco sobre sus proyectos literarios, pero ella sabía que eran una parte vital de quién era.

—Eso suena increíble. Estoy segura de que será una gran novela. Y también estoy aquí para apoyarte en todo lo que necesites —dijo, tomando su mano.

Después de un almuerzo relajante, continuaron explorando el pueblo hasta que el sol comenzó a ponerse. De regreso a su hotel, se sentaron en el balcón de su habitación, disfrutando de una copa de vino mientras veían el sol desaparecer en el horizonte.

—Este lugar es perfecto —dijo Lucía, suspirando con satisfacción—. Me siento tan en paz aquí.

—Yo también. Deberíamos venir más a menudo. Es un buen escape de la rutina —respondió Daniel, rodeándola con su brazo.

Pasaron el resto de la noche hablando y soñando sobre su futuro juntos. Hablaron de los viajes que querían hacer, los proyectos que querían emprender y, eventualmente, la familia que querían formar.

—¿Te imaginas tener hijos algún día? —preguntó Lucía, con una sonrisa soñadora.

—Sí, lo he pensado. Creo que serías una madre increíble. Y me encantaría ver a nuestros hijos corriendo por el jardín, riendo y jugando —respondió Daniel, con un brillo en los ojos.

Lucía sintió una oleada de amor y emoción. El futuro parecía lleno de posibilidades, y ella no podía esperar para vivir cada momento junto a Daniel.

Las semanas pasaron rápidamente, y pronto Lucía y Daniel se encontraron de vuelta en su vida cotidiana, pero con un nuevo sentido de propósito y unidad. La librería de Lucía prosperaba con los nuevos eventos que había organizado, y la comunidad local respondía positivamente a sus esfuerzos. Daniel, por su parte, se sumergió en su novela, encontrando inspiración en cada rincón de su vida compartida con Lucía.

Una tarde, mientras Lucía atendía la librería, Daniel apareció con una sonrisa radiante.

—Tengo una sorpresa para ti —dijo, sosteniendo un sobre en la mano.

—¿Qué es? —preguntó Lucía, intrigada.

—Abre y verás.

Lucía tomó el sobre y lo abrió cuidadosamente. Dentro encontró dos boletos de avión y una reserva de hotel.

—¡Daniel! ¡Esto es increíble! ¿Un viaje a París? —exclamó, con los ojos brillantes.

—Sí. Pensé que sería el lugar perfecto para celebrar nuestro primer mes de casados. ¿Qué te parece? —preguntó él, con una sonrisa traviesa.

—¡Me parece perfecto! Siempre he soñado con ir a París. ¡Gracias, Daniel! —dijo, abrazándolo con fuerza.

La emoción del viaje llenó sus días de anticipación. Finalmente, el día llegó, y se encontraron volando hacia la ciudad del amor. París los recibió con sus calles encantadoras, su rica historia y su cultura vibrante.

Exploraron la ciudad, visitando lugares icónicos como la Torre Eiffel, el Louvre y Notre Dame. Cada momento compartido fortalecía su vínculo, y se encontraban enamorándose aún más, si es que eso era posible.

Una noche, mientras cenaban en un pequeño bistró con vista al Sena, Daniel tomó la mano de Lucía y la miró con ternura.

—Este viaje ha sido mágico. Pero más que nada, me ha recordado cuánto te amo y lo afortunado que soy de tenerte en mi vida —dijo, con emoción en su voz.




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