En un atardecer a finales de otoño, las calles de la ciudad lucían cubiertas de hojas doradas, mientras los residentes se preparaban para recibir el invierno en sus casas pintadas de tonos pasteles, entre ellas la familia Berg.
En la cocina, la madre de Dagny cortaba unas verduras para la cena, mientras su esposo hojeaba un periódico local sentado en el comedor.
Él sentía un nudo en la garganta, y lucía preocupado por la noticia que había recibido durante la mañana. Sin embargo, debía hablarlo con su familia, puesto que ellas también merecían saber sobre esa dolorosa situación.
—Laila, debemos conversar. —Rompió el incómodo silencio, dejando a un lado la prensa para mirarla con seriedad.
—¿Qué sucede? —preguntó ella, arrugando el entrecejo.
La mujer se limpió las manos con el delantal, girándose sobre sus talones para prestarle atención al señor Berg.
Por su parte, él suspiró con pesadez, tratando de conseguir las palabras adecuadas para explicar la situación, pero decidió hablar sin rodeos.
—Hoy recibí una llamada del esposo de Katrine —aclaró, bajando la mirada—. Su enfermedad ha avanzado, por lo que necesita con urgencia a una persona que se haga cargo de la pequeña Hope, mientras se somete al tratamiento.
Laila expandió la mirada, llevándose una de sus manos a la boca, sorprendida por la noticia.
—¡No puedo creerlo! —exclamó con los ojos llorosos—. ¿Qué podemos hacer? Debemos encontrar una solución.
—Estaba pensando en algo, pero no sé si será lo correcto —comentó, acercándose a ella.
—Te escucho.
Laila mostró un semblante de interés. ¿Qué estaba pensando su esposo?
—Enviar a Dagny a Suecia —acotó, relamiendo sus labios—. Ella sería la persona indicada. Además, es por una buena causa, por lo que ningún pretexto será válido.
—¿Estás seguro de qué ella aceptará? —inquirió con incertidumbre.
—Por supuesto —afirmó seguro de su respuesta—. Somos su familia no podemos darle la espalda.
La señora Berg asintió con firmeza, estando de acuerdo con su esposo.
—Solo es cuestión de esperar a Dagny. —Ella sujetó las manos del señor.
Ante la decisión, ambos padres esperaron con paciencia hasta que su hija llegara del trabajo.
Unos minutos más tarde, cuando Dagny llegó a la entrada de su hogar fue recibida por el delicioso aroma a chocolate y canela.
Sus padres se encontraban en el sofá, su madre la recibió con una sonrisa, saludándola.
—Cariño, ¿cómo te fue en el trabajo? —cuestionó su madre, tratando de ocultar sus sentimientos.
Dagny colocó su mochila encima del sofá.
—Estoy exhausta —contestó, acomodándose junto a la chimenea—. Hoy fue un día bastante fluido.
Sus padres se miraron entre sí, reflexionando sobre quién le contaría la noticia. El señor Berg se aclaró la garganta.
—Dagny —susurró con voz temblorosa.
Ella lo observó directo a los ojos, deduciendo por su semblante qué había ocurrido un inconveniente grave.
—¿Está todo bien? —indagó, soltando un bostezo.
—No, querida —intervino su madre—. Se trata de tu hermana.
Ellos le contaron con exactitud lo que ocurrió. La joven quedó estupefacta, sabía sobre la enfermedad, pero no su estado de gravedad.
—¿Qué pasará con Hope? —cuestionó ella cuando sus padres terminaron el relato.
—Habíamos pensado en un posible arreglo —habló la señora Berg—. Pero tú tienes la última palabra.
—¿De qué están hablando? No estoy entendiendo nada.
—Hablamos de ti, cariño —explicó ella, haciendo una mueca con sus labios—. ¿Existe la posibilidad de qué te mudes a Suecia? —consultó—. Por lo menos, para cuidar a la pequeña y hacerle cargo del negocio de tu hermana.
Ella enfocó su mirada en la chimenea, sintiéndose en un espacio reducido. Por un instante, su mundo se venía abajo. ¿Qué podría hacer?
—¿Por qué yo? —se quejó, apretando los puños—. Les recuerdo que también está Liv.
—Ella no puede —interfirió su madre—. No sabemos cuánto tiempo estará fuera Katrine, así que Liv no es una buena opción.
Dagny no quería dar su brazo a torcer.
—Yo tampoco lo soy —se defendió—. Tengo mi vida aquí, mi trabajo, la universidad, mis amistades… No pueden alejarme de mi hogar.
—Te entendemos. —Su madre trató de tranquilizarla—. Pero en estos momentos la familia es lo primordial. Piénsalo.
A pesar de todo, la expresión en el rostro de su madre, le causaba angustia. Imaginaba el sufrimiento que sentía por Katrine. Aunque Dagny no lo entendía. Por lo que terminó accediendo.
—Si no hay otra alternativa, tendré que marcharme. —Soltó un largo suspiro—. Aunque no sé si en verdad pueda con tantas cosas.
—Nuestra confianza está puesta en ti, sabemos que podrás con eso y mucho más. —Su padre la alentó, dedicándole una pequeña sonrisa—. Gracias por aceptar, nos enorgulleces.
—¿Cuándo viajaré? —indagó, colocando sus manos sobre su regazo—. Debo organizarme para hablar con el jefe.
Su madre la abrazó, a pesar de que Dagny no era muy afectuosa.
—Lo antes posible —murmuró la señora Berg—. Si es posible mañana mismo, las enfermedades no esperan.
Ella asintió, levantándose del sofá. Recogió sus cosas para subir a su habitación, debía llamar al señor Larssen y comunicarle la situación.
Su mente divagó especulando que pasaría en las siguientes horas. Ahora sería niñera a tiempo completo y se haría cargo de la librería. Aunque no tenía experiencia en ninguna de las dos, pero pensó. ¿Qué podría salir mal? Solo debía cumplir con la promesa y luego volvería a su casa.