La ciudad amanece inmersa en un manto de nubes grises que anuncian un fuerte torrencial. El viento frío sacude las ramas desnudas de los árboles, agitándolas con fuerza.
Sin embargo, el clima no es impedimento para dirigirme hacia la librería en donde trabajo.
Hoy es mi primer día laboral, aunque al parecer el universo decidió ponerse en mi contra desde temprano o tal vez fue mi llegada a este país hace tres días.
Todavía no me adapto al ajetreo de la capital ni he podido descansar lo suficiente que me permita aliviar mi malhumor. Me hace falta la calidez de Berger, por lo que me arrepiento de haber aceptado la propuesta de mis padres.
Con respecto a mi tardanza, todo comenzó con la alarma del despertador que ni siquiera sonó, ocasionando que me levantara tarde y no me diera tiempo de preparar el desayuno.
Por ello, mi estómago me exige que haga una pausa en la cafetería más cercana. Desde la entrada me recibe un exquisito aroma a pan recién horneado que me invita a pasar al establecimiento.
El ambiente rústico del lugar se convierte en un espacio acogedor de épocas frías que azotan la ciudad. Sin embargo, no aleja la mala suerte que me persigue.
Me acomodo en la fila en conjunto con otras personas, cuando de repente, alguien me propicia una nalgada. La sangre me hierve en ese instante. Me giro sobre mis talones, dispuesta a confrontar al imbécil que se atrevió a tocarme.
A pesar de que me supere en estatura, de ninguna manera me dejaré intimidar por un hombre.
—¿Tienes algún problema? —espeto, mostrando un semblante hosco.
Él se ríe como si aquello fuera gracioso.
—Lo siento, hermosa. No pude resistirme a tus atributos —responde, guiñando un ojo—. Por cierto, ¿me darías tu número? —Me estrecha su mano—. Quizás podría contratarte por una noche. ¿Te animas?
Aprieto los dientes con fuerza, conteniendo las ansias de contactar a la policía por acoso sexual. ¡Qué descarado!
—¿Me has visto cara de qué? —siseo, dando un paso hacia adelante—. Eres un descerebrado pervertido. —Aprieto con fuerza mi bolso—. Si tanto estás necesitado de sexo, búscate una dama de compañía o cómprate un…
Las personas en la hilera observan con detenimiento el espectáculo que estoy ocasionando.
—Oh, vaya. Tienes todo lo que necesito. —Su mirada muestra un ademán de morbosidad que produce arcadas.
—¡No te atrevas a tocarme de nuevo! —lo amenazo—. O no tendré compasión contigo.
Él se toma a chiste la advertencia.
—¿Qué puede hacerme una chiquilla como tú? —me reta, haciéndome un escaneo completo.
—¿Me estás desafiando? Veremos si lo volverás a hacer después de esto —mascullo, golpeando su entrepierna con mi zapato—. ¡Vete al carajo! —Le muestro el dedo del medio—. O lo siguiente que lastimaré será tu hermoso rostro.
Se queja de dolor alejándose de allí, pero no sin antes lanzar unas cuantas maldiciones en un idioma desconocido.
Trago saliva al percatarme de mi indebido comportamiento, rezando al cielo que no me echen del establecimiento.
Echo un vistazo rápido dándome cuenta que la cola avanzó, ahora es mi turno. Saludo a la chica del mostrador como si lo anterior no hubiese sucedido.
—¡Buenos días, señorita! ¿Qué desea? —pregunta, ocultando su nerviosismo con una sonrisa.
—Un café expreso y un emparedado con queso —digo, tratando de devolverle el gesto.
La chica anota el pedido en la máquina.
—¿Para llevar o consumir aquí? —inquiere, haciendo una melodía con sus dedos—. ¿Desea algo más?
—Lo primero —aclaro con tono impaciente—. Y solo eso.
—Bien, serían 25 coronas —habla, estrechado su mano.
Rebusco mi monedero en el interior del bolso, entregándole dos billetes y ella me hace la devolución acompañada de un ticket.
—Por favor, le pediré que espere un instante mientras se procesa su pedido —acota la muchacha, llamando al siguiente cliente.
Comienzo a husmear por los mostradores, visualizando los postres tentadores que me incitan a probarlos.
Un instante después, mis pensamientos son interrumpidos por la mujer que me atendió.
—Señorita, aquí tiene lo que pidió. —Me entrega una bolsa de papel y un vaso de café, reviso que todo luzca perfecto—. Espero que lo disfrutes y gracias por preferirnos.
Asiento con la cabeza, satisfecha por haber logrado una pizca de suerte en toda la mañana.
Al dirigirme hacia la salida del local, soy recibida por un torrencial aguacero, lo que me hace reflexionar si devolverme o continuar caminando. Sin embargo, esperar no es mi mejor opción, así que opto por la segunda.
Busco dentro del bolso un impermeable que me cubra, pero no cuento con uno, por lo que me tocará apresurarme si no quiero pescar un resfriado.
Permanezco absorta en mis pensamientos, esquivando los charcos, aunque un vehículo pasa cerca de mí, arrojándome el agua sucia de la calle. Sin embargo, tropiezo con alguien que viene en dirección contraria.
—¿No te fijas por donde caminas? —gruño, empujándolo sin mirarlo a los ojos.
El karma hace de las suyas con mis zapatos, porque termino resbalándome e intento sujetarme a esa persona, pero ambos terminamos cayendo justo en un charco.
El emparedado sale volando por los aires mientras el café cae encima del chico.
—¡Maldita sea! —exclamo, frustrada por la situación.
En cuando hago un intento, las piernas me fallan y nuestros labios se rozan, sintiendo una extraña química.
—Lamento arruinar tu escena de película, pero no puedo seguir perdiendo el tiempo contigo. —Rompe el silencio.
¡Qué gracioso! ¿Se cree muy atractivo? No lo creo.
Nos apartamos, él se levanta primero intentando ayudarme; no obstante, un sentimiento de molestia se apodera de mí y termino rechazándolo.
—¡Jódete idiota! —refunfuño, mientras hago el esfuerzo por ponerme de pie.
Me alejo de él, ni me molesto en disculparme. Además, ha sido su culpa, no la mía.