Entre Tu Mundo y el Mío

✨ Capítulo 7

Entre palabras y pausas

Sair Montenegro

El aula de estudios de humanidades estaba en silencio.
Eran casi las tres. El sol entraba oblicuo por las ventanas altas, tiñendo de ámbar las paredes blancas. Las sillas estaban apiladas en un rincón, había dispuesto frente a frente con una mesa en medio. Su cuaderno abierto, dos bolígrafos, una botella de agua. Todo ordenado, pero nervioso.

Miranya llegó puntual, con una carpeta en la mano y sin audífonos esta vez.

—¿Está libre? —preguntó sin saludar, mirando el espacio vacío.
—Sí. Nadie viene por aquí hasta las cinco, según me dijeron.

Ella asintió y se sentó.
Abrió su carpeta. Nada en su rostro revelaba si estaba cómoda o no.

—Entonces… —empezó ella.
—Sí. Lo de las estructuras familiares. —sonreí, algo forzado nervioso—. Me puse a pensar en cómo algunas empresas pequeñas funcionan más como familias encontradas, ¿sabes? Con roles no siempre definidos por jerarquías, sino por confianza o historia compartida.

Miranya me miró.
—Eso no estaba en el enfoque inicial.

—Lo sé. Pero pensé que podría agregar una dimensión más humana al análisis. Y... —dude—. También quería hablar contigo.

Ella me sostuvo con la mirada.
—¿Sobre qué?

Hubo un silencio.
No incómodo. No aún. Solo denso.

baje la mirada al cuaderno, luego la levante otra vez. Y por primera vez quería ser sincero con alguien.

—No sé por qué… contigo no tengo que fingir tanto.
—¿Fingir qué?
—Todo. Ser el que esperan que sea. El que siempre tiene respuestas, el que lidera, el que “va a heredar algo grande”. —Se encogió de hombros—. A veces siento que, si dejo de jugar ese papel, dejo de existir para los demás.

Ella frunció apenas el ceño.
—Y por eso inventaste una excusa para hablar conmigo.

Asentí
—No quería hacerlo tan obvio. No sabía si querías hablar conmigo fuera del proyecto.

—No lo sé.
—¿No lo sabes?
—No estoy acostumbrada a esto —admitió ella, bajando un poco la voz—. A que alguien se me acerque sin querer pedirme algo, o cambiarme, o humillarme.

La mire con más atención.

—No quiero humillarte —dije.
—No quiero que me salves —susurró ella.

alargué la mano, no estaba seguro, pero lo hice igual.
No la toque.
Solo la deje sobre la mesa, abierta, esperándola.

Miranya miro mi mano, como si esa mano fuera un idioma que aún no hablaba.
Pasaron segundos.
Y luego, muy despacio, puso su mano sobre la mia.
No la sostuvo, no la apretó. Solo la dejó ahí.

Un gesto silencioso.
Una tregua.
Un comienzo.

Después del encuentro en la biblioteca no hablamos por dos días.

Ni un mensaje.
Ni una mirada en los pasillos.
Ni siquiera un “¿cómo va el proyecto?”.

Y, sin embargo, pensaba en ella.
En su mano encima de la mía.
En cómo no la sostuvo, pero tampoco se retiró.

Había algo en esa pausa que seguía resonando en mi pecho.
Como una nota musical que no se apaga, solo queda suspendida. Una esperanza abierta que nunca imagine tener

El miércoles, la vi sentada en una de las mesas más escondidas de la biblioteca, con una libreta entreabierta y un lápiz en la boca.
No parecía estar estudiando.
Parecía estar… pensando.

Dude en acercarme. No quería forzarla.
Pero algo en mí no se aguantó.
me acerque con paso lento.

—¿Puedo? —pregunte señalando la silla frente a ella.

Ella levantó la vista, y esta vez, no había desconfianza.
Solo una mezcla de sorpresa… y una pequeña, diminuta calma.
Asintió.

—¿Qué escribes? —pregunte después de unos segundos.
—Nada. Cosas.
—¿Cosas tipo qué?
—Ideas. Pedazos de cosas que no sé si son poemas, diálogos o solo pensamientos desordenados.

Sonreí como un idiota.
—¿Puedo ver?
—No. —Miranya sonrió también, por primera vez, su sonrisa era mágica, maravillosa nunca la había visto sonreír—. Aún no.

Un Silencio.
Pero uno cómodo.
De esos que no presionan, solo acompañan.

—¿Te pasa que a veces no sabes cómo sentirte con alguien? —preguntó ella, después de un rato.

tarde en responder.
—Sí.
—¿Y qué haces?
—Espero. Y si sigue estando, aunque no entienda todo… entonces tal vez vale la pena.

Ella me miró, como si esas palabras hubieran tocado algo que llevaba tiempo guardado.
No dijo nada más.
Solo volvió a escribir.
Pero esta vez, giró la libreta un poco, dejándome semi visible.
Lo suficiente para que leyera una línea.

"La gente que no grita, a veces le duele más."

No pregunte si era sobre mi o sobre ella.
Sabía que no necesitaba saberlo todavía.

Así que solo me quede ahí.
En silencio.
En esa biblioteca, entre lápices, palabras no dichas y una tensión suave que no pedía definiciones…
Aún.




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