Entre Tu Mundo y el Mío

✨Capítulo 14

El heredero no previsto

Narrador omnipotente

El correo llegó a las 22:39.
Remitente: Sofía Álvarez del Castillo.
Asunto: Sair – Planes familiares en revisión.

El señor Montenegro lo abrió con calma.
Siempre leía dos veces antes de reaccionar.
Una por hábito.
La otra por estrategia.

Terminó el mensaje.
Se reclinó en su sillón de cuero.
Y cerró los ojos.

Ya venía sintiendo algo.

Primero, los informes de su secretaria:
que Sair no asistía a las cenas institucionales,
que se excusaba en compromisos académicos menores,
que evitaba a los Álvarez del Castillo en los eventos públicos.

Después, su esposa:
—Lo noto más callado. Más… ausente.

Ahora, la confirmación.
El detonante.

Sair estaba desviándose del camino.
Del que habían trazado para él desde antes de que naciera.

Encendió el cigarro que guardaba solo para situaciones donde no se permitía dudar.
Miró la ciudad desde el ventanal del despacho.
Todo eso era suyo.
Y un día, sería de Sair.

Pero no si su hijo seguía jugando a ser “persona antes que apellido”.

“¿Qué carajo le pasa?”, pensó.
“¿Desde cuándo siente que puede elegir?”

No se permitió gritar.
No era su estilo.
Era un Montenegro.
Y los Montenegro no alzaban la voz.
Daban órdenes que no necesitaban repetirse.

Marcó un número.
—¿Sigue despierto? —preguntó.
Su asistente personal, al otro lado de la línea, respondió que sí.
—Mañana quiero una reunión con Sair. En la oficina. Sin su madre presente.
—¿A qué hora, señor?
—Primera hora. Y que no me diga que tiene clase. Esto es más importante que una maldita clase.

Colgó.
Y se quedó en silencio.
Un silencio tenso.
No de reflexión, sino de cálculo.

Porque si Sair empezaba a cuestionar el compromiso,
la alianza con los Álvarez del Castillo podía tambalearse.
Y si eso pasaba…
todo el mapa empresarial familiar que habían diseñado en función de ese matrimonio estratégico perdería sentido.

No podía permitirlo.
No iba a permitirlo.

Se sirvió un whisky.
Sin hielo.
Como cuando tomaba decisiones definitivas.

Y pensó en su hijo no como “Sair”,
sino como el heredero.
El que debía sostener el imperio.
No enamorarse de una becada con ideas románticas sobre la vida y los proyectos personales.

“Esto no es una película.
Y él no es libre.
Es mi hijo.”

Y un Montenegro no desobedece.

Al menos… no sin consecuencias.

*************

Sair

La oficina de su padre siempre había sido silenciosa.
No por respeto.
Por miedo.
Un espacio pulcro, de muebles de caoba y olor a cuero caro, donde cada cuadro colgado decía más sobre poder que sobre gusto.

Sair llegó puntual.
Ni un minuto antes.
Ni uno después.
Como sabía que le gustaba a su padre.

—Siéntate —dijo el señor Montenegro sin levantar la vista de su Tablet.

Sair obedeció.
No por costumbre.
Por estrategia.
A veces, para romper el patrón, hay que seguirlo unos segundos.

Silencio.

Hasta que su padre alzó la mirada.

—¿Quieres decirme qué está pasando?

Sair no respondió de inmediato.

—No entiendo la pregunta —dijo con calma.

—Claro que la entiendes. Desde hace semanas no apareces en los eventos, cancelas compromisos, cambias el proyecto final sin consultar, y ahora Sofía me dice que estás… distraído.

Sair tragó saliva.
No iba a explotar.
No esta vez.

—Estoy enfocado. Solo que en cosas distintas.

El padre dejó la Tablet a un lado.
Su mirada, filosa.

—Te recuerdo que no estás en libertad de andar "enfocándote" donde te parezca. No sos cualquier estudiante. Sos un Montenegro. Y como tal, tenés responsabilidades con esta familia. Y con los acuerdos que nos han sostenido durante generaciones.

—¿Responsabilidades u obediencia ciega?

—¡No me provoques! —rugió el padre, por primera vez alzando la voz.

Sair se mantuvo firme.

—No te estoy provocando. Te estoy respondiendo como adulto. Como alguien que ya no va a actuar por miedo.

El padre lo miró con una mezcla de furia y sorpresa.

—¿Y esto tiene que ver con esa chica? ¿Esa becada?

Sair sintió cómo algo le golpeaba el pecho.
No de ira.
De decisión.

—Sí. Tiene que ver con ella. Pero no como piensas.
No es una rebelión.
No es un “capricho”.
Estoy enamorado de ella.

Silencio.
Grueso como el mármol del escritorio.

—¿Enamorado? —repitió el padre con desprecio—. ¿sabes lo que eso significa para alguien como vos? ¿Para lo que tienes que heredar?

—Sí. Lo sé.
Y lo asumo.

—¿Y estás dispuesto a tirar a la basura un futuro asegurado por… por una chica sin apellido?

Sair respiró hondo.
Sintió por primera vez que estaba viviendo su vida, no solo repitiendo un guión.

—Sí. Porque prefiero construir algo real con alguien que me ve como Sair, no como "el heredero".
Prefiero perder tus expectativas… que perderme a mí.

El padre se puso de pie.
Lento.
Frío.

—Pensé que eras más inteligente.
Pero no voy a suplicarte.
Si decides dejar este camino, que te quede claro
yo no voy a sostenerlo por ti.
Ni contactos.
Ni apoyo.
Ni nombre.

Sair se levantó también.
Lo miró a los ojos.

—Perfecto. Entonces ya no tengo nada que demostrarte.
Ni que pedirte.

Y dio media vuelta.
Sin temblar.
Sin mirar atrás.

Esa tarde, por primera vez, deje de ser un apellido... y empecé a ser una persona

Y aunque la herida ardía,
aunque el miedo era real,
también lo era la libertad que acababa de ganar.




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