Capitulo 2: Bajo el silencio de la ira.
Olivia.
El frío del hielo me adormecía la piel, pero el dolor seguía ahí, constante, pulsante en mis nudillos. Había sido un buen golpe, un golpe fuerte, y ahora estaba pagando las consecuencias.
Sentada en la cocina, movía el cubo de hielo sobre mi mano con cuidado, observando cómo mi piel se ponía roja contra el frío helado. No quería que nadie lo notara, especialmente Ares. Siempre estaba ahí, con su ojo afilado, siempre dispuesto a encontrar la grieta, a descubrir lo que trataba de esconder.
Justo cuando pensaba eso, su voz rompió la calma de la mañana.
—¿Qué hiciste ahora?
Levanto la vista y ahí está, apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados y esa ceja levantada que siempre me hace sentir como si fuera la niña pequeña que tengo que esconder algo. Su tono tiene algo de burla, pero sus ojos están llenos de curiosidad, esa curiosidad que me pone incómoda.
Me encogí de hombros, intentando disimular, bajando la mano rápidamente para que no pudiera ver bien el estado de mis nudillos.
—Nada. Me golpeé con la puerta del armario.
Ares ladeó la cabeza, la misma mirada escéptica de siempre.
—¿Con la puerta del armario? —repitió, como si fuera la excusa más tonta que había escuchado en su vida.
—Sí, fue un accidente —insistí, desviando la mirada hacia el tazón de cereal como si eso pudiera cerrar el tema.
Ares suspiró, se sentó a mi lado y se sirvió café con total calma. Yo trataba de concentrarme en mi desayuno, pero mi mano seguía latiendo con cada movimiento de la cuchara, como si no pudiera escapar de lo que acababa de hacer.
No dijo nada más, pero no dejaba de mirarme, y yo decidí ignorarlo. Engullí mi cereal demasiado rápido, como si eso pudiera distraerme de lo que estaba sintiendo.
—¿Y esa prisa? —preguntó mi madre, arqueando una ceja desde la esquina de la mesa.
Antes de que pudiera decir algo, Ares intervino con su tono despreocupado, tan característico de él.
—Porque no quiere llegar tarde a clases —dijo, con una sonrisa burlona mientras tomaba un sorbo de café.
Le lancé una mirada fulminante, levantándome de la silla con rapidez.
—Exacto, mamá. No quiero llegar tarde.
Me ajusté la corbata del uniforme escolar y agarré mi mochila sin detenerme a pensar.
—Nos vemos.
Salí casi corriendo antes de que alguien pudiera hacer más preguntas. Esperar a Ares siempre era un suplicio.
Me quedé en la acera, dándole golpecitos al suelo con el pie, mi mochila colgada de un hombro y la paciencia desmoronándose. Lucía apareció poco después, bostezando y atándose el cabello en una coleta desordenada.
—¿Y Ares? —preguntó, con voz todavía somnolienta.
Resoplé y me crucé de brazos.
—Tardando, como siempre.
Lucía sonrió, estirándose mientras sus ojos brillaban con ese aire soñador que siempre la caracterizaba.
—Tal vez se está asegurando de verse perfecto. Ya sabes, Ares y su encanto natural.
La miré con sospecha, sabiendo exactamente a qué se refería.
—Lucía, recuerda nuestra regla…
—Lo sé, lo sé —rió, sin perder su actitud relajada—. "Nuestros hermanos y nuestros ex son niñas para nosotras".
Asentí, satisfecha con su respuesta, pero justo en ese momento, el sonido de la puerta abriéndose me sacó de mis pensamientos. Ares apareció con su calma infinita, metiendo las llaves en el bolsillo de su chaqueta de cuero.
—¿Qué? —preguntó al notar la mirada fulminante que le dirigí.
—¿Qué tardaste tanto? —me quejé.
Ares sonrió con suficiencia y pasó las manos por su cabello despeinado.
—No todos tenemos tu prisa por llegar al colegio.
—Ushhh, eres insoportable —le respondí, rodando los ojos mientras me metía en el coche sin decir nada más.
Lucía se deslizó al asiento trasero, mientras Ares tomaba el volante y arrancaba el coche con esa calma que me volvía loca.
—Vamos, Bichos, a otro emocionante día de clases —dijo con sarcasmo.
El motor rugió suavemente cuando Ares arrancó el coche. Me apoyé contra la ventanilla, tratando de ignorar el ardor en mi mano derecha mientras me la vendaba con rapidez. Pero, como siempre, Lucía no me dejó en paz.
—¡Dios! ¿Qué diablos te pasó en la mano? —exclamó desde el asiento trasero.
Antes de que pudiera responder, Ares lo hizo por mí, como si nada.
—Se golpeó con la puerta del armario.
Lucía bufó y se cruzó de brazos, claramente desconfiada.
—Bah, eso es imposible. Nadie se hace eso con un armario.
Los ignoré a ambos. No tenía ganas de dar explicaciones. En su lugar, saqué mi neceser de maquillaje y me puse a aplicarme corrector en la cara, un poco de rímel y a acomodarme el cabello con los dedos, todo mientras miraba el reflejo en el espejo del copiloto.
El coche cayó en un breve silencio. Ares me miró de reojo, el ceño fruncido, mientras Lucía me observaba a través del espejo retrovisor, su expresión confundida. Finalmente, Ares rompió el silencio, como era de esperar, con su tono burlón.
—¿Qué mosca te picó, bicho? ¿Desde cuándo te esfuerzas en parecer una chica?
Lucía se inclinó hacia adelante, viéndome con preocupación.
—Amiga, ¿te sientes bien?
Apretando los labios, seguí con mi ritual, ignorándolos, como si no los hubiera escuchado. Pero en mi cabeza, las palabras de Edward seguían retumbando, como una maldición:
"Ella es lesbiana…"
Y luego la risa de mis amigos, lejana, cruel, como un eco que nunca se apaga.
Pasé el cepillo por mi cabello con más fuerza de la necesaria, como si pudiera borrar lo que había sucedido. Como si el maquillaje, los gestos, todo eso pudiera convencerme a mí misma—y a los demás—de que todo estaba bien.
De que era normal.
Cuando llegamos al Colegio Arceo, Ares detuvo el coche frente a la entrada principal. Lucía, que ya estaba a punto de bajarse, se quedó paralizada en cuanto vio a Edward en su esquina habitual.
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Editado: 22.03.2025