Entre tu & yo

5.

capitulo 5: Una fiesta horrible.

Olivia hundió el rostro en la almohada y dejó escapar un grito de pura frustración. Golpeó la cama con fuerza, una y otra vez, sintiendo cómo la ira la dominaba. No podía creer lo que había pasado.
Edward.
Siempre Edward.
Tan concentrada estaba en su arrebato que no escuchó cuando la puerta de su habitación se abrió.
—¿Qué demonios pasa aquí? —preguntó Ainara con los ojos muy abiertos.
Lucía, Pilar y su madre estaban con ella.
Olivia se congeló. Se incorporó lentamente, con la cara roja de la vergüenza.
—Nada… estaba… eh… practicando mis gritos de guerra.
Las tres chicas la miraron con incredulidad. Su madre frunció el ceño.
—¿Tus gritos de guerra?
—Sí —confirmó Olivia, asintiendo con exageración—. Estrategia. Motivación. Ya sabes, cosas de chicas.
Su madre suspiró y negó con la cabeza.
—Bueno… como sea. No hagan mucho ruido.
Cuando salió de la habitación, Olivia miró a sus amigas con una ceja levantada.
—¿Qué hacen aquí?
Lucía sonrió con malicia y dejó caer su bolso en la cama.
—Venimos a arreglarnos para la fiesta.
Pilar y Ainara hicieron lo mismo, sacando maquillaje, secadores y ropa. Ainara sacó un vestido mínimo, superescotado y brillante, y lo sostuvo frente a Olivia con una sonrisa traviesa.
—Mira tu vestido.
Olivia sintió un escalofrío.
—No me pondré eso ni de broma.
—Te lo pondrás —sentenció Lucía—. No puedes acabar el instituto sin un novio.
—No necesito un novio.
Ainara resopló.
—Claro que lo necesitas. Así todos los chicos dejarán de molestarte.
Olivia se quedó en silencio. Tal vez… tal vez no era tan mala idea. Si salía con alguien, aunque fuera de mentira, Edward la dejaría en paz. Y Lucía podría volver con él.
Suspiró y tomó el vestido.
—Está bien…
Las tres chicas la miraron como si hubiera declarado que la Tierra era plana.
—¿De verdad aceptaste? —dijeron al unísono.
—El mundo se acabará —añadió Pilar.
—Habrá un maremoto —completó Ainara.
Olivia rodó los ojos.
—Ustedes son imposibles.
Entró en su clóset y se puso el vestido. Cuando salió, las chicas se quedaron boquiabiertas.
—Joder, Olivia… estás increíble —dijo Lucía.
El vestido plateado le quedaba ajustado como una segunda piel. Cubierto de pequeños brillantes, reflejaba la luz con cada movimiento. Era completamente descubierto en la espalda, con finos tirantes cruzados. El escote profundo llegaba casi hasta su abdomen, y la falda corta dejaba al descubierto sus largas piernas.
—No entiendo tus complejos —dijo Lucía, mirándola de arriba abajo—. Eres jodidamente sexy.
—Todos van a alucinar —añadió Ainara.
Olivia se vio en el espejo. Tal vez era una buena idea.
—Definitivamente lo es —dijo Pilar, ignorándola mientras sacaba los productos de maquillaje—. Hoy tendrás un ligue sí o sí.
Olivia solo pensó en una cosa: Que Edward me deje en paz.
Lucía sonrió con picardía.
—Por cierto, ya hablé con Aitor. Va a ayudarnos con el plan “Reconquistando a Edward”.
Olivia la miró con incredulidad.
—¿Sí?
Lucía asintió con entusiasmo.
—Apartó una habitación para nosotros en la fiesta.
Sacó un conjunto de lencería diminuto y lo levantó.
—Esto es lo que usaré.
Pilar soltó un silbido.
—Edward va a morir de deseo.
—Te ves como una diosa, Lucía —dijo Ainara.
Lucía miró a Olivia, esperando un halago.
—Te ves muy bien —dijo ella, simplemente.
Lucía resopló, pero sonrió.
—Gracias. Ahora deja que te hagamos ver aún más espectacular.
Y, sin darle oportunidad de quejarse, las tres se lanzaron sobre ella con brochas y labiales.
******************************
La música vibraba en el aire, las luces destellaban en sincronía con el ritmo, y la casa donde se celebraba la fiesta estaba repleta de estudiantes vestidos con sus mejores atuendos.
Pero cuando Olivia, Lucía, Ainara y Pilar hicieron su entrada, la multitud pareció quedarse sin aire.
Todos giraron la cabeza hacia ellas. Murmullos, susurros, miradas de sorpresa e incredulidad. Habían visto a Lucía y a las otras chicas arregladas antes, pero Olivia… Olivia era una revelación.
El vestido plateado ceñido a su cuerpo, los destellos reflejando la luz, la confianza con la que caminaba—o al menos, fingía tener—hicieron que los chicos se enderezaran en sus asientos y que las chicas la escanearan con una mezcla de admiración y envidia.
Pero ninguna mirada era tan intensa como la de Edward.
Desde su lugar, con un vaso en la mano, él la observó con la mandíbula tensa, los ojos oscuros recorriéndola de pies a cabeza. No trató de disimular la sorpresa. Ni el malestar.
Olivia sintió una punzada de satisfacción al verlo así. Si todo salía bien, pronto la dejaría en paz.
Y justo cuando pensó eso, Aitor apareció de la nada.
—¡Dios santo, Olivia! —exclamó con una sonrisa depredadora.
Saltó hacia ella como un león sobre su presa, rodeándola con un brazo y acercando su rostro peligrosamente al suyo.
—¿Dónde has estado escondiendo esta versión tuya?
Olivia se removió incómoda, pero luego recordó su objetivo. Tenía que hacer que Edward perdiera el interés.
Sonrió con dificultad.
—Tal vez solo necesitaba la ocasión adecuada.
Aitor rió y le pasó un brazo por los hombros, pegándola más a él.
Desde la distancia, Edward los miraba con una expresión que Olivia no pudo descifrar del todo. Pero si lo conocía lo suficiente, estaba seguro analizando la situación, considerando si realmente le importaba o no lo que veía.
Lucía aprovechó el momento y se acercó a Edward con una sonrisa coqueta.
—Bailemos.
Edward la miró, luego volvió a posar sus ojos en Olivia, en cómo Aitor le susurraba algo al oído.
—Está bien.
Tomó a Lucía de la mano y la llevó a la pista.
Desde su rincón, Ainara, Pilar y Aitor los miraban con complicidad.
—Esos dos volverán hoy sí o sí —dijo Ainara con seguridad.
—Era obvio —agregó Pilar.
—No hay manera de que terminen la noche separados —concluyó Aitor, con su brazo aún sobre Olivia.
Ella no dijo nada. Se sentía inquieta, como si estuviera metida en un juego que no terminaba de comprender.
Tomó la cerveza que tenía en la mano y bebió un gran trago.
Demasiado rápido.
Demasiado de golpe.
El líquido le quemó la garganta y terminó tosiendo y ahogándose, mientras Aitor se reía y le daba palmaditas en la espalda.
—Tranquila, preciosa. Hay más cerveza si quieres intentarlo de nuevo.
Pero Olivia no lo escuchó.
Porque su mirada había vuelto a cruzarse con la de Edward.
Y en esos ojos oscuros no había solo sorpresa o molestia.
Había algo más. Algo que le erizó la piel.
La música se volvía más intensa, vibrante, palpitante. Olivia sentía su pulso acelerado, pero no sabía si era por el alcohol, el calor de la fiesta o la mirada de Edward sobre ella.
—Ven, bailemos —dijo Aitor, tomándola de la mano antes de que pudiera reaccionar.
No tuvo tiempo de negarse. La cerveza empezaba a hacer efecto, su cuerpo se sentía ligero, despreocupado, y la idea de bailar no le pareció tan mala. Al fin y al cabo, estaba jugando un papel.
La pista estaba abarrotada de cuerpos en movimiento, pero Aitor la guió hasta un lugar muy cerca de donde estaban Edward y Lucía.
Olivia no pudo evitar mirarlos. Edward tenía una mano en la cintura de Lucía, pero sus ojos se desviaron hacia ella apenas la sintió cerca.
La canción cambió a un ritmo más lento, más sensual, y Olivia simplemente dejó que su cuerpo se moviera con la música.
La cerveza la hacía sentir diferente. Más atrevida.
Deslizó las manos por su propio cuerpo al moverse, cerrando los ojos un momento, perdiéndose en la sensación.
—Joder, ¿quién te viera, Olivia? —murmuró Aitor con admiración.
Sintió sus manos en su cintura, acercándola a él, y aunque su piel se estremeció por el contacto, su mente estaba en otro lado.
Edward apretó los dientes.
Lo vio en la tensión de su mandíbula, en cómo sus manos se aferraban más fuerte a Lucía.
Y entonces, él hizo lo mismo.
Olivia sintió su estómago revolverse al verlo apretar a Lucía contra su cuerpo, sus labios casi rozando su oído mientras bailaban.
Sus miradas se encontraron, atrapadas en un juego silencioso de desafío y deseo.
Ella sintió una corriente eléctrica recorrer su piel.
Edward la miraba como si quisiera devorarla. Como si quisiera ir hacia ella y separarla de Aitor de un solo movimiento.
Pero no lo hizo.
En su lugar, Lucía se giró hacia él y, sin previo aviso, lo besó.
Olivia sintió un golpe en el estómago.
El plan funcionó.
Todo estaba donde tenía que estar.
Repitió esas palabras en su cabeza, pero entonces, ¿por qué se sentía tan horrible?
Aitor se inclinó hacia ella.
—¿por qué los miras así? ¿Acaso quieres que nos besemos?
Olivia sintió sus labios acercándose, y el pánico la sacudió.
Lo detuvo con una mano en su pecho.
—Voy por una cerveza —murmuró, alejándose de él antes de que pudiera insistir.
Salió de la pista sintiendo que se quemaba, que el aire de la casa la ahogaba.
Necesitaba respirar.
Necesitaba salir de ahí antes de que las emociones la aplastaran.
Olivia salió corriendo del jardín, el aire frío golpeando su rostro, pero no lograba calmar el incendio que sentía dentro de sí. Estaba fuera de control, como si el calor de la fiesta aún estuviera dentro de ella, ardiendo. Cada respiración la hacía sentir más asfixiada, y el espacio abierto no lograba apaciguar el caos en su mente. Su cuerpo, entumecido por el alcohol, temblaba levemente, pero no era eso lo que la perturbaba. Era la sensación de que se estaba quemando, de que algo dentro de ella comenzaba a desmoronarse.
"¿Qué me pasa?", se preguntó, desesperada. La tensión en su pecho se intensificaba, y la niebla de confusión la envolvía. “¿Estoy enloqueciendo?” Cada pensamiento era como una chispa más, prendiendo fuego a su cordura. Sentía que su mente estaba al borde, lista para romperse en mil pedazos, y no podía dejar de preguntarse si todo esto era real o si estaba atrapada en alguna pesadilla de la que no podía despertar.
Su cuerpo temblaba, y la sensación de perder el control la aterró. ¿Por qué todo le dolía tanto? Había estado segura de que era solo un juego, pero al escuchar lo que Lucía había dicho, ver cómo Edward había actuado… Algo en ella se rompió.
“Necesito calmarme… Necesito algo, alguien…”
Antes de que pudiera decidir qué hacer, Pilar apareció en el jardín, caminando hacia ella con el ceño fruncido.
—Olivia, ¿por qué estás aquí? La fiesta es adentro —dijo con su tono de siempre, preocupada pero también algo divertida, como si pensara que estaba exagerando.
Olivia, aún con el corazón palpitando con fuerza, intentó sonreír.
—Necesito aire, Pilar —respondió, pero no tuvo tiempo de añadir más.
Pilar la miró con una mezcla de preocupación y decisión, y antes de que Olivia pudiera protestar, la agarró del brazo con fuerza y la arrastró de vuelta al interior de la casa.
Nada más entrar, Lucía se acercó a ellas con una sonrisa brillante en su rostro. Su energía era palpable, llena de emoción.
—¡Olivia! ¡Tienes que escuchar esto! ¡Edward me besó! —dijo, casi saltando de emoción—. Fue… increíble, pero también tan… tan intenso. Nos besamos en la pista, y… ¡te juro que sentí que se me salía el corazón! Detalles, ¿quieres los detalles?
Olivia sintió que esas palabras eran como cuchillos ardiendo en su pecho. El veneno de celos la inundó tan rápido que casi perdió el aliento. Su cuerpo comenzó a temblar de nuevo, pero esta vez no era por la cerveza. Era por algo mucho más profundo.
—¿Dónde está el baño? —preguntó con voz temblorosa, sin querer oír más.
Ainara, que estaba observando la conversación con una sonrisa enigmática, respondió rápidamente.
—Arriba, en el pasillo.
—Ya vuelvo, chicas —dijo Olivia, tratando de parecer normal, pero algo en su tono no pasó desapercibido. Las chicas se miraron entre sí con una mirada furtiva, preguntándose qué pasaba con ella.
Lucía, con una mirada pensativa, dijo:
—Aitor intentó besarla antes, debe estar incómoda por eso.
Olivia apenas escuchó. Necesitaba escapar.
El ruido de la fiesta se volvió un murmullo lejano cuando Olivia cerró la puerta del baño tras ella. Apoyó la espalda contra la madera y exhaló con fuerza, como si pudiera soltar con ese suspiro el nudo que se había formado en su pecho.
No entendía qué le pasaba.
Lucía estaba sonriendo otra vez. Había dejado de llorar por Edward, y eso era bueno. Se suponía que Olivia debía sentirse aliviada. Feliz por su amiga.
Pero no era felicidad lo que sentía.
Se miró en el espejo. El reflejo le devolvió la imagen de una chica que apenas reconocía: el vestido ajustado, el maquillaje impecable, los labios pintados con un color que nunca antes se habría atrevido a usar. Se veía diferente. Se sentía diferente.
Y lo peor era que no sabía si eso le gustaba o no.
El estómago se le revolvió. No quería volver a la sala y escuchar más sobre cómo Edward había besado a Lucía. No quería escuchar lo bien que había salido todo, lo rápido que su amiga lo estaba superando.
Así que salió del baño sin pensarlo demasiado.
En el pasillo, su mirada se cruzó con la de Izan, que tenía una cerveza en la mano. Antes de que él pudiera reaccionar, Olivia se la quitó y se la llevó a los labios, bebiendo de un solo sorbo. Sintió el líquido frío quemarle la garganta, pero no se detuvo hasta terminarla.
—Vaya… —murmuró Izan, sorprendido—. ¿Estás bien?
—No lo sé —respondió Olivia antes de dejarle la botella vacía en la mano y seguir caminando.
Salió de la casa, sintiendo cómo el aire fresco le golpeaba la piel caliente.
Fue entonces cuando su teléfono vibró en su mano.
Edward: En cinco minutos. Nos vemos en esta ubicación. (enlace adjunto)
Olivia sintió que el estómago se le encogía.
Olivia: Jódete.
No tenía por qué ir. No tenía por qué responderle. Pero sus dedos seguían aferrando el teléfono, como si esperaran algo más.
Otro mensaje llegó casi de inmediato.
Edward: (foto adjunta)
En la imagen, él llevaba su cadena. Su cadena.
El brillo plateado contrastaba con su piel, descansando justo sobre su clavícula.
Edward: ¿Cómo me queda?
La rabia le subió como un fuego incontrolable.
Olivia: Devuélvemela.
Edward: Ven a buscarla.
Hijo de puta.
Apretó los puños y empezó a caminar.
El lugar no estaba lejos. Se alejó de la fiesta, sus pasos resonando en la calle casi desierta. La música seguía vibrando a la distancia, pero aquí todo era distinto. Más silencioso. Más peligroso.
Y entonces lo vio.
Edward estaba apoyado contra un auto, las manos en los bolsillos y la cadena enredada en sus dedos. La luz de un farol parpadeaba sobre él, resaltando su expresión relajada, casi divertida.
—Dámela, Edward —exigió, con la mandíbula apretada.
Él sonrió de lado, ese gesto suyo que siempre la volvía loca, para bien o para mal.
—No tan rápido —dijo, girando la cadena alrededor de sus dedos con pereza—. Me gusta cómo se siente.
Olivia cruzó los brazos, intentando mantener la compostura.
—Te gusta joderme, eso es lo que pasa.
Edward dejó escapar una risa baja, oscura.
—Eso también —admitió sin vergüenza.
Olivia sintió el calor subirle al rostro, pero no se movió. No podía darle el gusto de verla afectada.
—Mejor dámela antes de que me arrepienta de venir.
—¿Arrepentirte? —Edward inclinó la cabeza, examinándola con esos ojos intensos—. Lo dudo. Con ese vestido que llevas… No parece que seas de las que se arrepienten.
Olivia se tensó.
—¿Qué tiene mi vestido?
Edward dejó caer la mirada, recorriendo su silueta sin ninguna prisa.
—Que es demasiado sexy. Y que te queda jodidamente bien.
El aire entre ellos se volvió espeso. Olivia sintió un escalofrío recorrerle la espalda, pero no retrocedió.
—¿Y qué? —lo desafió—. ¿Te molesta?
—No. —Edward sonrió de lado—. Pero es obvio que te lo pusiste para llamar mi atención.
La rabia la golpeó de golpe.
—¿Qué mierdas dices?
—Vi cómo me mirabas mientras bailaban —Edward se encogió de hombros, fingiendo indiferencia.
Olivia frunció el ceño.
—No seas ridículo.
—No lo soy. —Él la miró con una intensidad peligrosa—. Solo estoy diciendo lo que vi.
Ella avanzó un paso, encarándolo.
—Pues viste mal.
Edward sonrió, pero había algo en sus ojos, algo que le hacía arder la piel.
—Entonces, ¿bailaste con él para qué? ¿Para provocarme?
—No todo gira en torno a ti, Edward.
—¿No? —Su voz bajó un tono—. Entonces, dime, Olivia… ¿por qué estás aquí?
El silencio se instaló entre ellos.
Edward la miraba como si pudiera leerla, como si supiera exactamente qué respondería antes de que siquiera lo pensara.
Y lo odiaba por eso.
—Estoy aquí por mi cadena —dijo ella, con la voz firme.
—¿Solo por eso?
—Sí.
Edward se acercó más.
—Mentira.
Olivia sintió su olor, su calor, su proximidad.
—Eres detestable —espetó, girándose hacia él con los ojos encendidos de rabia—. Te acabas de besar con Lucía. Sabes lo ilusionada que está. ¿Y mírate? Jugando con ella, jugando con cualquier escoba con falda que pase frente a ti.
Edward alzó una ceja, divertido.
—Eso no es cierto.
—¿No? —bufó ella—. Ilumíname, entonces.
Él sonrió de lado, con una calma irritante.
—No es con cualquiera. Solo juego contigo.
Olivia sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Eres asqueroso.
—No me mires así, princesa. —Edward inclinó la cabeza, observándola como si estuviera descubriendo algo fascinante en ella—. No lo hago por cualquier razón. Me gusta burlarme de ti. Es interesante.
—Eres una maldita peste —murmuró.
Edward sonrió.
—Y sin embargo, aquí estás.
La sangre le rugía en los oídos. No. No iba a seguirle el juego.
Así que, sin decir una palabra más, se dio la vuelta y comenzó a alejarse.
Olivia se dio la vuelta con la intención de largarse de ahí, pero no llegó lejos. Edward la tomó del brazo y, en un movimiento rápido, la jaló hacia él. Su cuerpo chocó contra el suyo con un impacto que la dejó sin aire.
—¿A dónde crees que vas? —su voz baja y ronca le erizó la piel.
Ella intentó apartarse, pero él la sujetó con más firmeza, su agarre era fuerte, seguro. Se inclinó hasta su oído, su aliento cálido acariciándole la piel.
—Te lo puedes imaginar, Olivia. —Su tono fue pura provocación, un susurro que se deslizó dentro de ella como veneno dulce—. Estamos tú y yo en la pista… bailas conmigo, así como bailabas con Aitor.
Olivia abrió la boca para protestar, pero entonces sintió sus manos deslizándose por sus caderas, sujetándola con la misma posesividad con la que lo había hecho Aitor en la fiesta. Solo que no era Aitor. Era Edward.
—Pero no —susurró él, su voz derritiéndose sobre su piel—. No se siente igual. Se siente diferente.
Ella cerró los ojos, intentando bloquearlo, pero en su mente ya podía verlo. La música sonando. Su cuerpo moviéndose junto al de él, pegados, enredados en una danza que no tenía nada de inocente.
Las manos de Edward deslizándose por su espalda, bajando lentamente. Su boca cerca, demasiado cerca.
—Te doy vuelta… y te beso en los labios —continuó él, su tono demasiado suave, demasiado íntimo—. Lento. Suave.
Olivia sintió un calor abrasador recorrerle la piel.
—Nuestras lenguas bailan también —sus palabras se mezclaban con su respiración, con su olor—. Nuestros corazones laten de forma apresurada… Te gusta.
—No.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.