Entre tu & yo

8.

Capitulo 8: el pesó de la traición.

Olivia restregó el trapo contra la mesa con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos. Sus brazos dolían, el cansancio le pesaba en los hombros, y sin embargo, el polvo parecía aferrarse a las superficies con terquedad. Bufó, arrojando el trapo con frustración y enderezándose.

Volteó hacia la otra esquina del laboratorio y ahí estaba él. Edward, plácidamente dormido en una silla, con los brazos cruzados sobre el pecho y el rostro relajado, como si no tuviera ni una sola preocupación en el mundo. Olivia sintió una punzada de rabia. ¿Cómo podía estar tan tranquilo después de haber roto el corazón de Lucía y, peor aún, después de jugar con ella como si fuera un simple entretenimiento?

Apoyó las manos en la mesa y lo observó con el ceño fruncido. Sus pestañas largas proyectaban sombras sobre su piel, su cabello negro caía rebelde sobre su frente y su respiración era tan pausada que casi parecía que nada podía alterarlo. Pero lo que captó su atención fue el tatuaje en su brazo. Se inclinó un poco más, intentando descifrar las palabras entintadas en su piel.

"Por siempre..."

Frunció el ceño. ¿Por siempre qué? Antes de que pudiera seguir leyendo, Edward se movió bruscamente y abrió los ojos.

—¿Qué haces? —su voz ronca y adormilada la tomó por sorpresa.

Olivia dio un respingo, llevándose la mano al pecho.

—¡Eres un imbécil! ¡Casi me matas de un infarto!

Edward sonrió de lado, divertido por su reacción.

—Te gustaba lo que ves.

Ella rodó los ojos.

—No digas estupideces.

—Puedo quitarme la camisa si quieres ver más —dijo con suficiencia, deslizando sus manos hasta el primer botón de su camisa.

—No, gracias —respondió Olivia, mordaz, cruzándose de brazos.

Pero Edward, como siempre, hizo lo que quiso. Con movimientos pausados, comenzó a desabotonarse la camisa, revelando poco a poco su piel bronceada y el tatuaje que Olivia intentaba leer antes.

—¡Para! —dijo ella, dando un paso adelante y agarrándolo de los brazos para detenerlo.

Edward aprovechó el movimiento y, con un solo tirón, la atrajo hacia él. Olivia cayó contra su pecho desnudo, su respiración se cortó. Su mirada se perdió en los ojos azul acero de Edward, que la observaban con una intensidad peligrosa.

—Siempre tan mandona —murmuró él.

Su camisa, medio desabotonada, dejaba entrever los músculos de su abdomen y la tinta oscura de su tatuaje. Olivia sintió su piel arder cuando Edward deslizó sus manos por debajo de su blusa, rozando apenas su cintura. Un escalofrío la recorrió, y sin querer, soltó un jadeo ahogado ante el contacto.

Edward sonrió con satisfacción y la pegó más contra él.

—¿Te gusta? —susurró contra sus labios.

Olivia abrió la boca, pero ninguna palabra salió. Su corazón latía desbocado, su cuerpo traicionándola con cada roce, con cada centímetro que sus pieles compartían.

Edward se inclinó sobre ella, sus labios apenas rozando los suyos en un beso tentativo. Pero cuando Olivia, sin pensarlo, entreabrió los labios, Edward tomó el control. Su lengua se deslizó dentro de su boca, enredándose con la de ella en un baile lento y profundo. Olivia se aferró a su cabello, dejándose guiar, descubriendo sensaciones que jamás había experimentado. El beso la envolvía, la devoraba, la hacía olvidar todo lo demás.

Él sabía lo que hacía. Y Olivia, sin querer, se estaba perdiendo en él.

Cuando se separaron, Olivia sintió el aire regresar con violencia a sus pulmones. Su piel ardía, sus labios estaban hinchados, y entonces la realidad la golpeó como un tren.

Lucía.

Su mejor amiga.

El engaño.

Ella era una basura.

El pánico se instaló en su pecho, y sin pensarlo dos veces, se apartó de Edward de golpe. Él la miró, aún con la respiración agitada, con una expresión que parecía debatirse entre confusión y deseo.

Pero Olivia no dijo nada. No podía.

Se giró y salió corriendo del laboratorio antes de que Edward la viera derrumbarse...

El aire quemaba en sus pulmones. Sus pasos eran torpes, apresurados. Olivia no veía a dónde iba, solo sabía que tenía que salir, alejarse, escapar antes de que la culpa terminara de devorarla.

El beso de Edward aún hormigueaba en sus labios. Su lengua aún ardía con el sabor de él.

Y lo odiaba.

No. Se odiaba a sí misma.

Cuando chocó con Aitor en el pasillo, apenas registró su rostro sorprendido antes de aferrarse a él con desesperación.

—He hecho algo horrible —sollozó contra su hombro—. Por favor, ayúdame.

Su cuerpo temblaba sin control. No podía respirar. No podía pensar.

Aitor la sujetó con firmeza.

—Eh, Olivia, cálmate. ¿Qué ha pasado?

Pero ella negó frenéticamente con la cabeza. Las imágenes se agolpaban en su mente como un látigo contra su piel.

Unas piernas enredadas entre sábanas blancas. Un perfume ajeno a su hogar. La voz de su madre llamando a su padre, sin saber lo que estaba a punto de encontrar.

Olivia tenía diez años cuando lo vio.

Cuando vio a su padre con otra mujer en la cama de su madre.

Cuando entendió, sin que nadie tuviera que explicárselo, lo que significaba la traición.

Y ahora, ella era igual.

Su respiración se volvió errática. Su pecho subía y bajaba descontroladamente, buscando oxígeno que no llegaba.

—No… no puedo… respirar… —jadeó, llevándose las manos a la garganta.

Aitor maldijo en voz baja y la sostuvo con más fuerza.

—Olivia, escúchame. Tienes que respirar. Respira conmigo.

Pero no podía. No podía.

El peso de la culpa la aplastaba. La asfixiaba.

“Eres una traidora.”

“Eres una mentirosa.”

“Eres igual que él.”

—Me quiero morir —soltó en un susurro ahogado.

Aitor la agarró de los hombros, sacudiéndola un poco.

—No digas eso. Mírame. Mírame, Olivia.

Ella levantó los ojos, nublados por las lágrimas, y se encontró con la seriedad en el rostro de Aitor.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.