Entre tu & yo

15.

Capítulo 15: La dignidad no se suplica

La campana sonó marcando el final de la jornada, pero en el Instituto Arceo nadie se movió de inmediato. Todos esperaban ver qué haría Olivia.

Las miradas la seguían como sombras. Pero ella, con la frente en alto, guardó sus cosas con una calma que desafiaba la tensión en el aire. A su lado, Edward se puso de pie sin apuro, como si no existiera la presión silenciosa que los rodeaba.

Cuando Olivia se levantó, él le tomó la mano con naturalidad. Sin exagerar, sin poses. Solo firme, seguro. Y juntos salieron del aula, caminando entre susurros y cuchicheos, como si fueran una escena de película a cámara lenta.

—¿La vieron? —murmuró alguien—. Tiene la cara marcada… y aun así sale como si nada.

—Y tomada de la mano de Edward… ¡Qué descaro!

—¿No se supone que debería estar escondida?

Lucía, sentada en la última fila, apretó los labios. Su mandíbula tembló de furia al ver cómo Olivia pasaba entre todos como si fuera intocable. Como si la violencia, las acusaciones y el repudio no la hubieran tocado.

Se puso de pie de golpe, tirando la silla hacia atrás con un golpe seco.

—Esa perra me las pagará —escupió entre dientes—. Lo juro.

Caminó por el pasillo con pasos firmes, casi violentos. Los estudiantes se apartaban a su paso. Ainara la miró desde la puerta, su expresión era una mezcla de preocupación y desconcierto.

—Lucía… —comenzó a decir, pero la otra no se detuvo.

Pilar se acercó, notando el rostro angustiado de Ainara.

—¿Por qué tienes esa cara? —preguntó con fastidio—. Olivia es una traidora, no merece tu angustia.

Ainara dudó. Luego, con voz baja, casi temerosa de lo que iba a decir, respondió:

—Creo que están siendo extremistas. No hemos escuchado su versión.

Pilar frunció el ceño.

—¿La estás defendiendo?

—No la estoy defendiendo. Solo… —suspiró—, no estoy de acuerdo con la violencia. Y es evidente que la golpearon entre varias. ¿Eso también está bien ahora?

Lucía se detuvo al escuchar eso. Se giró lentamente, con una mirada que quemaba.

—Y se pondrá peor —advirtió, su tono lleno de veneno—. Olivia ha desafiado a todos. Es becada, y sale con Edward Valverde.

—¿Y qué? —susurró Ainara—. ¿Eso la hace menos persona?

Lucía no respondió. Solo siguió caminando, con la furia mordiéndole los talones.

Porque lo que más le dolía no era la traición. Era que Olivia no se hubiera roto. Que, después de todo, siguiera de pie.

Y eso… eso era imperdonable.

Edward apreto el puño y suspiro.

—¿Estás bien? —preguntó, preocupado.

Olivia no respondió. Se limitó a caminar.

Afuera, el aire frío la golpeó en el rostro como una bofetada.

Edward abrió su coche sin decir nada.
Ella subió en silencio.

Todo el trayecto fue mudo, salvo por el sonido de sus respiraciones tensas.
Cuando llegaron a su casa, Edward se detuvo frente a la puerta.

—¿Quieres que entre? —preguntó, dudoso.

Olivia negó con la cabeza.

—Gracias por traerme.

Su voz era un susurro quebrado.

Edward quiso decir algo más, pero la vio tan rota que no se atrevió.

Se quedó mirando cómo ella entraba, pequeña contra la enormidad del mundo.

—¡Olivia! —la voz de su madre la recibió apenas cruzó la puerta—. ¿Qué te pasó en la cara?

Olivia se llevó la mano al pómulo sin pensarlo.
Un leve raspón. Una pequeña hinchazón que ni siquiera había sentido en el momento.

—Me caí —mintió, forzando una sonrisa.

Su madre frunció el ceño, preocupada.

—¿Te duele? ¿Quieres que te ponga hielo? ¿Quieres comer algo?

Olivia negó todo.

—Estoy cansada. Solo quiero dormir.

No esperó más preguntas.

Subió las escaleras, cerró la puerta de su habitación, y entonces, se permitió caer.

Se dejó deslizar por la puerta hasta el suelo, abrazándose las rodillas.

Y lloró.

Lloró por todo lo que había perdido.
Lloró por todo lo que había soportado.

Lloró en silencio, como quien no quiere que el mundo la oiga romperse.

Hasta que ya no le quedaron lágrimas.

Hasta que solo quedó ella.

Vacía.

Pero viva.

(...)

Abajo, Edward seguía en el coche.

No se movía. Solo miraba la casa como si pudiera protegerla con la vista.

La noche había caído por completo cuando la puerta principal se abrió.

La madre de Olivia salía apurada, con el uniforme blanco de enfermera, una coleta desordenada y el cansancio tatuado en el rostro. Se detuvo al ver el coche aún estacionado. Frunció el ceño y caminó hacia la ventanilla, golpeándola suavemente.

Edward bajó el vidrio.

—¿Valverde?

—Buenas noches, señora Velázquez.

—¿Qué haces aquí?

—Tenía que hacer deberes con Olivia. Tenemos un proyecto de Historia sin terminar, pero… —tragó saliva— no está de humor esta noche.

La mujer suspiró largo, apoyando las manos en la cintura.

—No sé qué diablos está pasando entre ustedes dos… Pero mi hija es una buena chica. Sé que lo sabes.

Edward asintió con la cabeza, en silencio.

—Y tú… —agregó ella, entre resignada y molesta— tú tienes mala fama. Eres el ex de Lucía, el que la ha hecho llorar por horas.

Él la miró a los ojos. Había una sombra diferente en su expresión.

—¿Eso les dijo Lucía? ¿Que yo la hice llorar?

—No lo ha dicho. Lo he visto —respondió la mujer, seria.

Edward respiró hondo antes de hablar.

—¿No se ha puesto a pensar que lloraba por sus propios errores?

Ella lo miró sorprendida.

—Sé que tengo mala fama —continuó él, con honestidad—, y no estoy muy orgulloso de ella ahora mismo… porque Olivia realmente es una buena chica. Mucho mejor de lo que cualquiera cree. Pero Lucía… no lloraba precisamente por mí. Lloraba por lo que hizo con Ares, y porque yo lo descubrí.
Lloraba porque la dejé.
Y porque Ares también lo hizo.




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