– ¡Isabella! – Desde el más allá, en algún rincón profundo de la sala de clases, la profesora llamó mi atención nuevamente. Por enésima vez, mi mente estaba divagando entre ciencias y algo mucho más confuso, que apenas y lograba entender: el amor.
– Disculpe, profesora. La respuesta es Profase I. – Respondí, haciendo referencia a la primera etapa de la Meiosis I. Estábamos haciendo un repaso de lo visto el año anterior en la clase de biología.
En el verano, en esos momentos en que mis padres dejaban de tener el ojo puesto en mí y lograba huir de las clases particulares de ciencia, había leído dos tipos de libros: aquellos que les hacían sentir felices y me llevarían directo a ser una científica excepcional del área de la biología, y de esos que leía a escondidas fantaseando con un mundo de estrellas y rosas que me aceleraban el corazón, escondidos bajo el colchón de mi habitación. Me aterraba que se enteraran de lo mucho que me gustaban los libros románticos.
A veces, cuando mi mente se distraía pensando en esos últimos, la matemática, la química y la biología desaparecían de mi consciente, sobrepasadas por imágenes de un ser fantástico que podría amarme en toda su naturaleza.
Pero es que, ¿por qué nadie podía observarme, así como describían los libros? ¿Es que acaso la biología humana no había sido capaz de crear un ser que pudiese verme, así como Casteel Da’Neer a Poppy? ¡Me era insoportable!
Odiaba la idea de ser yo misma, de ser la sabelotodo de la clase.
De ser aquella que sólo servía para hacer trabajos, para que los demás aprobasen sus clases.
Odiaba ser utilizada siempre.
Y este año, de verdad, deseaba que fuese diferente.
¿Me sorprendería el destino por una sola vez?
La profesora me miró con el ceño fruncido una vez más, y sólo asintió. El año escolar comenzó, y un sinfín de nuevas versiones de mí misma comenzaban a abrirse paso en mi camino. Sólo debía elegir una.
Editado: 03.03.2025