Entre Veleros Y Papel

CAPÍTULO 1

No quería seguir escuchando a la profesora, que no dejaba de parlotear sobre cosas que ya sabíamos. ¡O que al menos todos debíamos saber, si es que al menos los demás se dispusiesen a prestar atención! Suficiente había tenido ya con tener mis vacaciones repletas de clases particulares que no me habían enseñado nada nuevo. Lo mismo que esos profesores me habían dicho, ya lo había leído o estudiado años atrás, pero mis padres no me escuchaban.

Jamás lo hacían.

Porque en efecto, para ellos, siempre debía ser la mejor. Debía tener las mejores calificaciones, el mejor comportamiento. Ser el vivo reflejo de lo que ellos habían deseado para sus vidas y que les había costado tanto ser.

– Pueden retirarse ya, jóvenes. – Dictó y sentí la liberación recorrer mi cuerpo. Pese a ello, no podía sólo huir corriendo como quería. Tenía que aparentar, claro está, que no tenía el trasero hecho una tabla de tanto estar sentada escuchándola, que no estaba desesperada por salir de esa clase y que necesitaba ir al baño con urgencia. Así que esperé a que todos salieran, y fui la última en acercarme a la puerta.

Hasta luego, profesora.

¡Que tengas un excelente año una vez más, Isa! – Sí, era su favorita de la clase. ¿Cómo no, si era la única que lograba tener sietes en sus evaluaciones y la única que, al menos, simulaba prestarle atención? A veces la empatía y compasión por los docentes me ganaba. Odiaba verlos esforzarse por dar sus clases y que absolutamente nadie los escuchara.

Así que, por eso, aunque muriese de sueño y estuviese a punto de dejar caer mi baba sobre mis cuadernos, hacía un esfuerzo por mantener los ojos abiertos y mis oídos atentos, para responderles cuando lo único que se escuchase tras sus preguntas fuese un grillo. Además, mis compañeros de clase confiaban en mí para ello.

Era algo así como una misión designada secretamente.

Salí de la sala de clases haciéndome pequeña entre el ajetreo que significa el primer día. Era un nuevo “gran lunes de marzo”, donde todos parecían vueltos locos por ponerse al día con sus compañeros y amigos, como si dos meses fuesen una vida entera repleta de aventuras, cuando en realidad no eran más de lo mismo, al menos para mí. Alumnos iban y venían por allá y por acá, algunos nuevos perdidísimos entre las aulas de clase, sobre todo aquellos que apenas empezaban el primer año. A mí, en cambio, sólo me quedaban un par de meses y al fin saldría de aquí, sería libre.

Deseaba muchísimo terminar la enseñanza media rápido, dar la prueba de selección universitaria para la que me había estado preparando tanto y poder entrar a una universidad prestigiosa para estudiar biología. Eso, seguramente, era lo que haría que mis padres se sintiesen orgullosos. Estaba segura de que una vez que lo lograse, podríamos compartir comidas a gusto, conversando sobre nosotros y no sobre todo lo que se esperaba de mí, como cada día. No hablaríamos de notas, de ser el primer lugar, de a quiénes le habían dado premios que a mí no y mucho menos de lo prohibido que estaba tener novio hasta al menos mis dieciocho años y lograse ingresas a la carrera que yo deseaba, o que al menos ellos me habían enseñado a anhelar.

Caminé por el extenso pasillo del primer piso del instituto, en dirección a la biblioteca. Todos pensaban que iba ahí siempre a estudiar, pero lo que no sabían – y que era un secreto bien guardado entre la bibliotecaria y yo – era que en realidad corría cada recreo para poder leer libros románticos, escondida entre las estanterías. Me avergonzaba la sola idea de que alguien descubriera que además de una cerebrito, era una romántica empedernida.

Una muy soñadora.

Pobre sujeto sería aquel que decidiese ser mi primer novio. Probablemente se aburriría de mis romanticismos técnicos y expectativas basadas en libros.

Aunque en realidad, de todas formas, quizá nunca encontrase a alguien que me quisiera o lograse alcanzar expectativas tan surrealistas como las mías. ¡Por Dios! ¡Estábamos en Santiago de Chile! Seguro que nunca encontraría un sujeto que se acercase siquiera un poco a lo que era un personaje literario. Aquí no había más que sujetos que su mayor romanticismo era escuchar a Maluma y creían ser geniales así. Puaj.

¿Acaso no podía existir alguien inteligente que le gustase la música chilena, o la clásica? ¿O algo un poco más bonito y diverso, que no fuese reggaetón donde sólo cantaban acerca de culos y tetas? ¡De verdad que no pedía demasiado!

Y no era para nada superficial.

Para nada.

No, hasta que le vi caminando en mi dirección en cámara lenta, como aquellas series románticas que no sabía si eran coreanas, chinas o japonesas. Así de cool.

Jamás había visto a ese chiquillo delgado, con el cabello castaño claro y ondulado que parecía ser peinado sólo con el viento. ¿A qué curso habría llegado? Porque estaba claro que al mío no. ¿Cuántos años tendría? ¡Era guapísimo, weón!

Caminé embelesada por su belleza, olvidando que mis pies tenían que coordinarse para no tropezar, pero lo recordé demasiado tarde. Así, con mis libros para “estudiar” y todo, caí de bruces sobre unos brazos que me sujetaron con rapidez antes de tocar el suelo. Eran unos brazos fuertes, suaves, cubiertos por un suéter de color azul característico de nuestro uniforme. Me sostenían unas manos ásperas, mucho más grandes que las mías y de un tono pálido. Parecía que no había tocado la luz del sol en mucho tiempo. Era él, el sujeto bonito que había visto caminar hacia mí, rescatándome cual príncipe azul.




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