Ephemeral Darkness

Capítulo 8

El funeral de Amber Wright fue el lunes a las nueve de la mañana en punto en el enorme gimnasio del colegio. La temperatura era tan baja, que era insoportable mantenerse quieto, teníamos que estar moviendo continuamente los pies para no tener algún calambre. Casi nadie asistió a despedirla, contándome a mí, éramos solo veinte personas, incluyendo al sacerdote, la prefecta, dos docentes, el rector, sus padres y hermano. Ni si quiera el bastardo de Elliot Jackson se presentó, mucho menos los demás con quien ella amanecía bebiendo en las fiestas. Y ahí me di cuenta cuan desgraciada había sido Amber. Para embriagarse y tener sexo, abundaban las personas detrás de ella, pero para su funeral, brillaban por su ausencia, porque jamás la consideraron una amiga. Y lamentablemente, yo tampoco.

El resultado de la necropsia arrojó que, en efecto, sufrió un colapso por el frío y se desmayó, muriendo congelada. Nadie supo de ella hasta que un hombre empezó a mover la nieve con una pala para abrir el camino vehicular. Amber había quedado debajo de la acerca, detrás un coche cubierto de nieve y quedó sepultada, sin que nadie se diera cuenta.

En cuanto terminó el funeral, la familia se llevó las cenizas consigo y me sentí devastada. ¿Ahora quién reñiría conmigo todas las noches y me repetiría hasta el cansancio que debía tener una vida, además de la universidad y el trabajo? Varias lágrimas rodaron por mis mejillas y sollocé, sintiendo como se congelaban al contacto con el aire. Al salir del gimnasio, tomé la decisión de ir a Snowshill. Me daba igual que el tiempo no estuviera en su mejor momento. Yo quería estar con mi familia. Necesitaba urgentemente el abrazo de mi mamá.

—No desperdicies tus lágrimas, Cereza de Otoño, ya tendrás la oportunidad de usarlas cuando sea importante.

De todas las personas que no pensé encontrar ahí, Blackburn fue el menos esperado. Yacía afuera del colegio, de pie sobre una banca metálica cubierta de nieve y aparentemente esperándome. Todo su atuendo era negro, como el de todos, pero lo que llamó mi atención fue que tenía un nuevo piercing, uno en la ceja derecha.

—No estoy de humor para tus comentarios sarcásticos—gruñí. Y era cierto. Amber Wright había muerto gracias a la discusión en la que él estuvo inmiscuido también y se me hacía desagradable que tuviera el descaro de continuar con su ironía. Pasé a su lado a grandes zancadas, en dirección al dormitorio que no estaba tan lejos. La nevada había aminorado, pero las calles seguían cubiertas con su manto helado y el frío espeluznante calándome los huesos.

—Nunca dije que fuera un sarcasmo—repuso, dando un salto a la nieve y corriendo tras de mí— ¿por qué percibo irascibilidad en ti? ¿acaso lo que te compartí hace un momento te incomodó?

—No quiero hablar contigo ni con nadie, ¿entiendes? Quiero estar sola—mascullé sin detenerme a mirarlo.

—Irradias demasiada ira en tu ser—le oí decir, siguiéndome muy de cerca—y yo no tengo la culpa de que te sientas así, Sophie.

Sentí extraño cuando me llamó por mi nombre, ya que, había estado llamándome “Cereza de Otoño” y decidí echarle un vistazo a través del rabillo del ojo. Su expresión era neutra. No sonreía, pero tampoco estaba enfadado.

—¿Podrías dejar de acosarme?

—Si estuviera acosándote, ya me habría insinuado a ti de forma sexual o pasado la mano en alguna parte de tu cuerpo sin tu consentimiento—eludió, perplejo— ¿te molesta que quiera acompañarte al dormitorio?

No respondí. Continué andando, con la esperanza de que se aburriera y desistiera de seguirme, pero no fue así. Caminó conmigo a una distancia apropiada y evitó mi caída dos veces en el camino. Me ruboricé demasiado y no podía si quiera ocultar el rubor de mi rostro porque él tenía sus peculiares ojos sobre mí. ¿Cómo era posible que Blackburn no se daba cuenta de su presencia influía muchísimo en mis emociones?

—Supongo que vas a quedarte aquí en las vacaciones, ¿verdad? —dijo en cuanto llegamos al edificio de los dormitorios. Él se recargó en la puerta principal, evitando que yo entrara. Técnicamente tenía bloqueándome el paso.

—Supones mal—repliqué. Él frunció el ceño y su nuevo piercing se contrajo en su rubia ceja—porque justo ahora me marcho a casa.

Lo empujé con suavidad y abrí la puerta. Había dejado mi valija lista en la recepción porque planeaba escaparme cuanto antes, sin tener que volver a ver las cosas de Amber en la habitación, tal como lo había dejado.                                                

—Debes estar bromeando—siseó. Por primera vez, en los escasos días de conocernos, vi la expresión de desasosiego en su rostro y desesperación.

—¿Por qué habría de estarlo? Voy con mi familia, ¿Cuál es el problema? —arrastré mi maleta de rueditas hacia el porche—el clima mejoró un poco y no me puedo dar el lujo de esperar a que retome el ritmo.

—¿En qué te irás? —preguntó con severidad.

—Probablemente en tren. Es más barato que en autobús y tardo menos en llegar.

Me impresionó que se quedara callado y no es que yo esperara una respuesta de su parte, pero él jamás se quedaba sin algo qué decir. Su mirada estaba perdida en el horizonte y me pregunté qué era lo que estaba pensando en aquel instante.

—Si te dijera que te esperes una hora más para marcharte, ¿lo harías? —habló de repente y bajó su mirada a mí.




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