Ephemeral Darkness

Capítulo 10

De camino a casa, no pude evitar mirar el cielo para relajarme antes de enfrentarme al interrogatorio de mis padres. A pesar del embriagante frío, se podía ver perfectamente la luna y las estrellas. Deseé poder saber más acerca de las constelaciones para algún día tener un buen tema de conversación con las personas, pero únicamente sabía los nombres con vaguedad, más no la historia de ellas y mi favorita era la constelación de Andrómeda por la historia triste que trae consigo, según la mitología griega. Como el viejo cementerio frente a mi casa tenía un pequeño muro de piedra, decidí limpiar la nieve y sentarme ahí a continuar contemplando el cielo estrellado, aunque me muriera de frío. Sabía que Blackburn no tardaría en aparecer y quería que lo hiciera, ya que, sería terrible que él y Jake de verdad se hubieran agarrado a golpes sin sentido alguno.

—Esta situación amerita un cigarrillo…

—Si quieres desarrollar cáncer de pulmón, adelante, pero aléjate un kilómetro, por favor—le dije a Blackburn, sin molestarme en mirarlo. Por el rabillo del ojo noté su silueta sentarse a mi lado, sobre la nieve helada.

—Esa misma respuesta esperaba que le dieras a ese mundano—manifestó Blackburn con recelo.

—¿Por qué te desagrada? Apenas lo conociste hace unas horas.

—Porque es un humano promiscuo, como Amber Wright, solo que ella ya está pagando por su lujuria en el río Aqueronte, a manos de Caronte.

—¿El barquero del infierno? —volteé a verlo y noté que sus peculiares ojos tenían un extraño brillo.

—Me fascina saber que sabes al respecto—esbozó una media sonrisa—esa es una de las tantas razones por las que me estimulas demasiado, Cereza de Otoño y, por ende, me tienes a tus pies.

Asentí, complacida por su respuesta y regresé a mi afición de minutos atrás: ver las numerosas estrellas y la hermosa luna adornando el cielo oscuro.

—¿Te sabes la historia de las constelaciones? —pregunté.

—Los dioses fueron malditamente brutales con las personas en quienes están inspiradas las constelaciones—aseguró Blackburn con aspereza—es muy triste la historia detrás de esas hermosas estrellas.

—Mi constelación favorita es la de Andrómeda.

—Andrómeda. Condenada a morir devorada por un monstruo gracias a su inexplicable belleza—murmuró él y yo asentí—pero por el enamoramiento de Perseo, sobrevivió.

—Jamás entenderé porque la envidia conllevó a la muerte a muchas diosas—arrugué la nariz— ¿Dónde estaba la sororidad en las mujeres?

—En la antigüedad, esa palabra no existía y mucho menos practicaban el significado de esta. Y Medusa ha sido la más desdichada, ¿sabes? —nuestras miradas se cruzaron y rápidamente miré al cielo, ruborizada—porque era una hermosa y joven mujer, digna de admirar y enamorarse de ella, pero infortunadamente, el imbécil de Poseidón la quería para él, y pienso que solo para un rato, ya que solo bastó con violarla para abandonarla a su suerte y la ultrajó en un templo de Atenea—espetó, molesto—y lo más irónico de todo fue que la diosa Atenea, en vez de proteger a Medusa por el daño que le causó Poseidón, lo tomó como ofensa y la castigó, dándole la apariencia que conocemos, desgraciándole la vida para siempre—sacudió la cabeza y chasqueó la lengua—la feria de las casualidades es que gracias a que Perseo la degolló, él pudo acabar con el monstruo que amenazaba la vida de Andrómeda convirtiéndolo en piedra.

La manera en la que Blackburn se expresó fue como si de verdad él hubiera estado presente en esos hechos tan atroces. Incluso empezó a respirar agitadamente. Y llegué a la conclusión de que probablemente se debía a que su madre, e incluso yo, estuvimos a punto de sufrir lo mismo que Medusa.

—Por lo visto, amas muchísimo la mitología griega—susurré.

—Es un pasatiempo—se excusó, tratando de calmarse—lo lamento, Cereza de Otoño, no quería arruinar el momento.

—No lo arruinaste, de hecho, hiciste que me llamara más la atención.

—¿En serio? —se le iluminó el rostro e incluso sonrió genuinamente, de oreja a oreja. Nueva expresión desbloqueada. Asentí. Inconscientemente, me froté los brazos y mis ojos se desviaron a algún punto lejano. De pronto, sentí una calidez sobre mis hombros y espalda. Giré el rostro hacia él y lo encontré colocándome su abrigo encima—te vas a resfriar, está bajando la temperatura.

—Deberíamos entrar a la casa porque el que va a resfriarse serás tú—intenté devolverle el abrigo, pero se negó.

—¿Es verdad que ese humano degenerado obtuvo tu primer beso? —preguntó con curiosidad. Parpadeé, perpleja.

—¿Qué tanto escuchaste de nuestra conversación? —me estremecí y el abrigo de Blackburn me adormiló por lo tibio que estaba gracias a su cuerpo.

—Lo suficiente.

—Bien, no tengo nada más que añadir. Fue exactamente, así como escuchaste. Me besó cuando teníamos catorce años—eludí—nada con importancia, de hecho. Fue más bien un juego de adolescentes.

—¿No fue importante para ti? —enarcó su rubia ceja que estaba perforada y me miró de soslayo.

—Por supuesto, de haber sido lo contrario, habría aceptado salir con él—me encogí de hombros y moví los pies para no acalambrarme.




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