Ephemeral Darkness

Capítulo 18

Blackburn no me dio el tiempo para cuestionarle los sucesos antinaturales que sucedieron ante mis ojos. Me agarró de la mano y echó a correr, llevándome consigo. Cogió a Atwood del brazo con tal facilidad y lo levantó sin esfuerzo, echándoselo al hombro sin dejar de correr. Mi hermano y yo no sabíamos que estaba pasando, pero tampoco podíamos detenernos a verlo.

Después de casi salir de Snowshill, Black se detuvo en la carrera. Dejó a Atwood en el suelo y después me abrazó con fuerza.

—¿Qué está pasando? —susurré, muerta de miedo.

—No puedo responderte eso ahora, Sophie—dijo. Escuchar mi nombre de sus labios me estremeció. Él siempre me decía “Cereza de Otoño”—tengo que alejarme de ti lo más que pueda.

Fruncí el ceño y me aparté de él para mirarlo.

—¿De qué hablas? ¿Cómo que te vas a alejar? Pero acabas de volver—balbuceé—si quieres no preguntaré más cosas estúpidas, pero no te vayas.

—Por supuesto que tenemos que hacerle preguntas—interrumpió mi hermano con desasosiego—abrió el maldito suelo con los puños, ¿Qué clase de chico eres tú?

Blackburn lo ignoró y buscó algo en sus bolsillos.

—Parece que el día en que fui devorado por el cráter, me llevé conmigo esto—me sonrió cálidamente y tomando una de mis manos, depositó mi collar con el dije de la Constelación de Lyra.

—Y yo me quedé con esto—me quité su collar de amuleto extraño y se lo coloqué en su cuello—aun no entiendo por qué me lo pusiste antes de caer.

—Si te cuento toda la verdad, estarás en un peligro mortal, más del que ya estás.

—Puedo entender…

—¡Sophie, nos vamos a casa! —Atwood se limpió el polvo de los pantalones y me agarró del hombro.

Blackburn volteó a ver a mi hermano y le regaló una mirada mortífera, haciendo que Atwood parpadeara y tragara saliva.

—Es mi hermana, imbécil. Quiero cuidar de ella—logró decir—tú mismo dijiste que corría peligro.

—Debí haber dejado que te tragara la tierra con los demás mundanos—siseó Black a Atwood—para ser hermanos, no se parecen en nada. Tu maldito cerebro es como el de una arveja, comparado al de Sophie. Ella es brillante.

Atwood iba a replicar y tuve que intervenir.

—Déjame a hablar a solas con Blackburn—sentencié—ve a casa e inspecciona si ya llegó más policías al viejo cementerio.

—Estás loca si piensas que voy a dejarte sola con este lunático…

—Espero funcione al igual que mi fuerza—susurró Blackburn para sí y me miró—Sophie, apártate.

—¿Qué vas a hacer? —murmuré, temerosa.

—No le dolerá. Solo aguarda.

Black se colocó frente a mi hermano y este hizo una mueca de desagrado ante su cercanía, y antes de que pudiera objetar alguna grosería, Blackburn chasqueó los dedos a la altura de sus ojos y Atwood parpadeó.

—Vuelve a tu casa y cerciórate de que no haya testigos de los sucesos. En cuanto cumplas con tu deber, olvidarás lo que viste y esperarás tranquilamente a Sophie en la noche—dijo Blackburn y volvió a chasquear los dedos, pero ahora en la oreja derecha de mi hermano.

Y sin previo aviso, Atwood sacudió la cabeza y asintió. Empezó a caminar en dirección a mi casa sin voltear atrás ni una sola vez.

—¿Qué le hiciste? —pregunté en un hilo de voz.

—No te asustes, Cereza de Otoño, jamás te haría daño a ti ni a ningún pariente tuyo—dijo—solo lo alejé de nosotros. No te preocupes—se volvió a mí y acunó mi rostro en sus manos—no sé por cuanto tiempo estuve desaparecido, pero quiero que sepas que lo siento.

Se me formó un nudo en la garganta y me puse de puntillas para alcanzar sus labios con los míos. Pero él situó su dedo índice en mi boca, haciéndome para atrás suavemente. Había rechazado un beso mío.

Tuve que ignorar el hecho de que me había dolido su rechazo.

—Quiero que me digas todo lo que ha pasado y no aceptaré una negativa como respuesta—mascullé, muy afectada.

—Entre más me relaciono contigo, más dolorosa será la despedida—manifestó, retrocediendo varios pasos de mí—y por nuestro bien, en especial el tuyo, será mejor que me marche y olvides quien soy.

—A mí no me vas a hipnotizar como a Atwood—reduje la distancia entre nosotros a grandes zancadas—yo quiero la maldita verdad.

—¿Qué parte de “peligro” no has entendido? —me miró ofendido.

—La parte en la que no me explicas qué pasa—repuse con desdén— ¿acaso eres un maldito hombre lobo o vampiro que está luchando contra sus propios demonios para no hacerme daño? —la mera idea estúpida me causó gracia y solté una carcajada que lo asustó—escucha, Black, la fantasía no existe. Explícame todo y estaremos bien.

—No soy un vampiro y tampoco un hombre lobo—dijo con aire deprimido.

—Obviamente—lo miré con escepticismo—pero lo que no entiendo es de donde sacaste tanta fuerza para abrir esos agujeros que se tragaron a los policías, a menos que supieras que el suelo estaba propenso a abrirse y aprovechaste la situación.




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