Ephemeral Darkness

Capítulo 22

De regreso a Camberwell, Black me aconsejó recoger algunas de mis cosas del dormitorio a hurtadillas. Ya era de noche y parecía que el edificio estaba desértico.

—Prefiero no arriesgarme—dije, hundiéndome en el asiento del coche. Y sentí su escrutinio.

—No hay nadie, se puede entrar forzando la puerta.

—Inténtalo y luego me llamas cuando logres entrar—lo desafié.

—Perfecto. Cuando la puerta ceda, entrarás conmigo para continuar lo que dejamos pendiente en Snowshill en tu dormitorio, Cereza de Otoño.

Sin darme tiempo replicar, Blackburn descendió del viejo coche y se encaminó a la puerta del edificio y recordé nuestro verdadero encuentro, porque el primero él ni si quiera estaba lo suficientemente cuerdo para contarlo como tal, y el segundo encuentro, que no fue más que un momento alarmante en el que yo corría peligro, sucedió en este mismo sitio gracias a un vagabundo pervertido.

Por estar sumida en mis recuerdos, no me percaté de que Black ya había entrado al edificio y me estaba llamando con el dedo índice, y una sonrisa traviesa en los labios en medio de la tenue oscuridad.

Cohibida por la situación, bajé del vehículo y me acerqué con pasos inseguros, mirando a todas partes. Había bastante frío en Camberwell.

—Tal como te lo dije, Cereza de Otoño, el edificio es nuestro—me dijo en cuanto estuve a su lado y cerró la puerta detrás de mí.

—Me impresiona que no haya nadie. Siempre se quedan alumnos en las vacaciones decembrinas—observé el polvo de las revistas y periódicos del colegio sobre un taburete que iluminaba la breve luz del pasillo.

—Estoy seguro de que el abandono al edificio se debe a la muerte de Amber Wright—repuso Black, fisgoneando en algunos cajones de la prefecta y como seguramente no halló nada interesante, los dejó por la paz.

—De solo pensar en ella se me parte el corazón. No merecía morir—me estremecí.

—Me pregunto por qué le afectó tanto mis palabras a esa chica—dijo él con preocupación. Era la primera vez que se refería a ella con respeto—es decir, muchas personas, además de mí, debieron haberle dicho algo similar y no lo sintió tanto como para dejarse morir de hipotermia, ¿o sí?

—No sé qué me sorprende más: el hecho de que ya no dices la palabra “humano” para referirte a todos o que hables de Amber como Dios manda.

Él se encogió de hombros y suspiró.

—Dejemos las banalidades a un lado.

Volteé a verlo por encima del hombro y en menos de un segundo, se acercó detrás de mí y me abrazó cariñosamente. Literalmente Blackburn podía volver a abrazarse a sí mismo teniéndome entre sus brazos. O yo era diminuta o él muy grande.

—Vamos a tu dormitorio y me enseñas con lujos de detalles cada pliegue de tu cama…

Solté una risilla cuando me besó la parte trasera de mi cuello y empezamos a caminar abrazados hacia la escalera.

—Por ahí está el ascensor—señalé con la barbilla la puerta de doble hoja.

—Dudo mucho que esté en funcionamiento—replicó él—subamos por el camino difícil.

—Será muy cansado—bromeé.

—Suerte que yo amo ejercitarme.

Y dicho eso, me tomó desprevenida y me cargó en sus brazos.

Coloqué mis manos alrededor de su cuello y Blackburn sonrió de oreja a oreja.

—Eres muy liviana, eso me agrada.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque no necesito usar más que tu cuerpo para ejercitarme y no me refiero al ejercicio convencional.

Me ruboricé.

—Te has convertido en un chico promiscuo.

—Me has convertido en un chico promiscuo—me corrigió, guiñándome un ojo de manera seductora.

Recargué mi cabeza en su hombro y reí.

—Pasaste de ser un idiota irónico que odiaba el sexo a alguien muy pícaro que insinúa tener relaciones sexuales a cada segundo, eso es asombroso.

—Jamás he odiado el sexo, sino la manera en la que los humanos lo practican sin cesar. Es una necesidad fisiológica, pero tampoco vas a morirte si no lo haces—acotó, subiendo los escalones con lentitud porque me miraba la mayor parte del tiempo.

—¿Tú ya has estado con alguien en la cama? —me atreví a preguntarle y alcé la mirada a él, pero esta vez Blackburn apresuró el paso y desvió la vista de mí—y me refiero al sexo, por si sales con alguna ironía.

—¿Por qué quieres saberlo? —respondió con otra pregunta. Ya estábamos por llegar a mi dormitorio.

—Simple curiosidad.

—¿Acaso yo alguna vez te he preguntado si eres virgen?

—No, pero asumes que lo soy y que solamente puedo tener sexo contigo.

—Y es verdad—aventuró a mirarme de nuevo—solo puedes estar conmigo o mandaré al infierno al pobre infeliz que te ponga una mano encima—me regaló una sonrisa torcida y rodé los ojos.

Él se detuvo frente a la puerta del dormitorio y me bajó al suelo. Abrí y una sensación de desasosiego me invadió. Encendí la luz y todo estaba intacto. Me pareció extraño que la familia de Amber no hubiese llegado a recoger sus pertenencias.




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