Mi corazón pareció ansiar el abandonar mi pecho. Aquél hombre, se acercó todavía más a mí, hundiendo su rostro en mi cuello así como jadeé agitadamente. Su nariz, rozándose contra mi piel. Inhaló fuertemente, oliéndome, así como su rostro se alzó y una sonrisa malévola se esbozó en su rostro. Apenas podía verle con claridad, pero aquella sonrisa... Cualquiera podría saber que no era buena señal.
—Es la hora de la cena —su ronca y malvada voz susurró sin apartar sus ojos de mí.
Todavía cogiéndome por el cuello, acortaba mi respiración, haciéndolo difícil. Sentía la fría pared tras de mí. Mi cuerpo reaccionó, queriendo liberarse, pero apenas logré moverme. Él dejó claro que no iba a soltarme y era mucho más fuerte que yo.
—Ni lo intentes, pequeña —sus labios se alzaron en una sonrisa de nuevo, mirándome directamente a los ojos de una forma hipnotizante. Sentí mi cuerpo calmándose, extrañamente haciendo caso a sus palabras—. Eres toda mía —relamió sus labios.
Alzó un instante su cabeza y en un rápido movimiento mordió mi cuello. Sentí sus afilados dientes clavándose en mi piel, desgarrándome. Mi mente no entendía qué estaba ocurriendo. Me sentí perdida y todo lo que pude sentir fue dolor, pero de nuevo, mi cuerpo no podía reaccionar. Aunque aquello no duró demasiado.
Mi vista se nubló gradualmente, sintiendo mis párpados pesar. Mareada, fuera de lugar. Todo se oscurecía a mi alrededor y tan sólo pude pensar en una cosa: Iba a morir.
Hasta que, una fuerza externa apartó a aquél hombre de mí. Mi débil cuerpo apoyado contra la pared cayó al suelo. Sintiéndome liberada de aquél extraño trance, llevé la mano hacia mi cuello y la sentí mojada. Mi temblorosa mano se movió y mis ojos se ensancharon al ver lo que tenía: Sangre.
—Madre mía... —balbuceé, asustada, casi en shock, Mi mente tan sólo pudo pensar en lo que para mí era una estupidez. Tanto, que no pude ni decirlo. ¿Era un...?
Mis ojos captaron la figura de un hombre que se acercaba hacia mí. Yo traté de alejarme, arrastrándome por aquél frío suelo, sintiendo que el corazón se me aceleraba más y más por momentos. Necesitaba salir de aquí cuanto antes.
—¡Louis! ¡Louis! —grité en busca de auxilio.
Aquella figura se detuvo frente a mí y se agachó. Apenas pude verle bien pero sentí que le conocía de algo. Entorné levemente mis ojos, tratando de enfocar la vista. Sacó lo que me pareció un cuchillo y se cortó la muñeca. La acercó a mi boca, poniéndola contra ella. Traté de apartarle pero él me sostenía por la cabeza, obligándome, y resultó imposible.
—Tranquila —su suave voz intentó calmarme—. Bebe, te curará.
Y eso hice. Sentí el hierro, el sabor metalizado de la sangre; su sangre. De algún modo, confiando, continué bebiendo. Resultaba ciertamente adictivo y cada vez me sentía mejor.
—¡Nora! —escuché la voz de Louis.
Aquél hombre se separó de mí y entonces pude verle. Mis labios e separaron, completamente sorprendida. Era el hombre del bar, el que estaba esculpido por Dioses. Alcé la vista hacia Louis y sentí un gran alivio al verle. Me giré de nuevo hacia él y había desaparecido, ¿Cómo era posible? Hace menos de un segundo estaba aquí.
—¡Nora! —repitió mientras llegaba hasta mí y cayó de rodillas junto a mí—. ¿Qué narices ha pasado? —tomó mi rostro, observándome, comprobando que estuviera bien.
—Un hombre... un hombre me atacó y él... él me ayudó —traté de explicar como pude. Todavía no entendía lo que acababa de pasar y la única idea que tenía resultaba absurda.
—Dios —me abrazó con fuerza—. No volvías y me preocupé.
Él me tendió su mano tras levantarse y yo la tomé, alzándome también. Me abrazó de nuevo y yo a él, con fuerza. Lágrimas lucharon por brotar de mis ojos. Había pasado miedo, incluso por un segundo pensé que iba a morir.
—Estoy bien —fruncí el ceño.
Louis me sujetó, pasando mi brazo alrededor suyo y comenzamos a andar.
—Louis... no he llamado a mi madre —busqué el teléfono y lo encontré tirado en el suelo. El me ayudó a cogerlo y lo revisé. Tenía mensajes de mi madre.
"No vengas a casa, quédate con Louis. Por favor, hazme caso."
—Louis —exhalé y le enseñé el teléfono—. Ha pasado algo, lo presiento. Tenemos que ir.
—Pero ella dice que no vayas.
—Louis, es mi madre. Si le ha pasado algo, no puedo ignorarlo.
—Está bien, vamos a casa, ¿Puedes andar?
—Sí —me solté de él y sacudí mi ropa. Increíblemente me encontraba bien, demasiado, de hecho. Y era extraño.
Andamos deprisa por las calles, volviendo hacia a mi casa. Mi mente no paraba de repetir lo mismo. «Que no esté en lo cierto, que no esté en lo cierto.» Ese mal presentimiento me hacía presión en el pecho y me quemaba por dentro. Nada más divisar mi casa a lo lejos, corrí sin dudarlo. El corazón empezaba a latirme todavía más deprisa. Llegué hasta la puerta y la puerta estaba abierta.
—¡Louis! —grité. El venía detrás de mí. Entré. La casa estaba oscura, no se oía ruido alguno—. ¿Mamá? —pregunté en alto.
Encendí las luces y me dirigí hacia el salón. Vacío. Caminé hacia la cocina. Tampoco había nadie. Era realmente extraño, ¿Se había ido? Decidí subir hacia su habitación. Quizá estaría dormida y sólo eran imaginaciones mías. Llegué hasta su cuarto y abrí despacio la puerta. Nada más terminar de abrirla, mis ojos se abrieron ampliamente y mi mano viajó hasta mi boca al ver lo que tenía frente a mí.
Me dirigí rápidamente hacia ella, dejándome caer a su lado de rodillas. Las lágrimas brotaron por mis ojos ante tal imagen. Estaba muriendo frente a mí. Mis temblorosas manos la acariciaron y sentí un gran alivio al ver que ella abrió los ojos. Estaba viva.
—Mamá —dije entre lágrimas—. ¿Qué ha pasado? —la observé. Tenía un cuchillo clavado en su estómago. Observé por un instante a mi alrededor. Estábamos en un círculo hecho con velas, todavía encendidas, ¿Qué estaba haciendo?—. ¡Louis! —lo llamé desesperada.
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Editado: 12.11.2021