Equinox

CAPÍTULO CINCO

Hoy era el gran día. Había perdido totalmente cualquier interés en ello pero Louis insistió en que fuéramos. No quería que me quedara en casa sola, lamentándome por lo de mi madre. Además, seguía desconcertada desde lo del otro día. Yo, Evanora Bishop, era una bruja. Ya era oficial.

Era una bruja, no dejaba de repetir mi mente estos días. Todavía sonaba imposible, una locura, pero era cierto. Quizá, mi madre lo fue y me transfirió sus poderes antes de fallecer en mis brazos. Todo lo que nunca creí, al final, resultó ser real. Intentaba todavía encajarlo, aceptarlo. Incluso para Louis fue complicado, pero, como siempre, fue un gran apoyo para mí.

Esos días, había estado practicando algunos hechizos del libro con él y, la verdad, estaba fascinada. Aún no controlaba muy bien mis poderes pero trabajaría en ello durante las vacaciones. Buscaría información, practicaría y perfeccionaría estos, además de encontrar algo sobre el aquelarre Equinox, del cuál por ahora no teníamos nada. Todavía estaba en casa de Louis. No quería dormir sola sabiendo que alguien trataba de encontrarme y él estaba bastante protector conmigo. Lo entendía, estaba preocupado por mí. Ni siquiera sabíamos quién quería venir a por mí, aunque no tenía interés alguno por descubrirlo. Estuvimos encerrados en su casa, esperando que fuera suficiente por ahora.

 Ya estaba preparada y tan sólo quedaba vestirme. Saqué el vestido que él me había regalado para mi cumpleaños y me lo puse. Me sonreí frente al espejo, pensando en la suerte que tenía de tenerle en mi vida. Louis era el mejor amigo que cualquiera pudiera tener. En este punto, no podía imaginar mi vida sin él. Era lo único importante que quedaba en mi vida: él.

Al estar finalmente lista, recoloqué por última vez el vestido, salí del cuarto y bajé las escaleras. Pude verle al final de estas, esperándome con una sonrisa. Sonreí de vuelta, algo tímida. Era extraño asistir con él a un evento como este, pero a la vez, el mejor compañero que hubiera podido encontrar para una noche como esta. Al llegar abajo, él sacó una rosa y me la colocó con delicadeza en la muñeca. Me sonrió una vez más y me tendió su brazo.

—Estás preciosa, Nora —dijo suavemente. Dejé escapar una pequeña risa y tomé su brazo.

—Tú tampoco estás nada mal, Norwood —respondí burlona. Él llevaba un sencillo pero elegante traje negro, con una flor a juego a la mía en él. Debía reconocerlo, cualquiera podía ver el atractivo de Louis. Incluso, no entendía cómo no podía tener novia a estas alturas. Cualquier chica se enamoraría de un chico como él. Quizá, tan sólo, era como yo, una persona solitaria.

Ambos salimos de casa y partimos en coche hacia la fiesta. Estaba algo nerviosa. Todo el mundo sabía ya sobre la muerte de mi madre y seguramente hoy, todos los que no vinieron a su entierro, me darían el pésame. La idea me molestaba bastante. Odiaba que la gente te viera con esa pena con la que te miran cada vez que te dicen frases como "Lo siento, era una gran mujer" "Era realmente buena" O, la mejor de todas, "¿Por qué lo hizo?" Rodé los ojos ante esa última.

Sin darme cuenta, habíamos llegado ya y Louis había aparcado el coche. Él salió, lo rodeó llegando hasta mí y me abrió la puerta caballeroso. Salí y tomé el brazo que él me había tendido y comenzamos a andar juntos hacia la entrada.

—Quiero que lo pases bien, pero también quiero que sepas que podemos irnos cuando quieras —me miró, notando en sus ojos un resquicio de preocupación, algo que me calmó. Entendía que hoy debería afrontar a mucha gente y no me apetecía en absoluto.

—Gracias —dije en un suspiro—. Vamos a intentar pasarlo bien. Al fin y al cabo, hoy es una noche única —añadí, tratando de animarme un poco. Él me sonrió débilmente.

Nada más entrar, como era de esperar, algunas personas se acercaron a mí, saludándonos y me dieron el pésame por lo de mi madre. Traté de poner mi mejor cara y no dejar que aquello fastidiara mi noche.

«Tan sólo sonríe y asiente.» Continué diciéndome a mí misma mientras todos me miraban con falsa tristeza y daban pequeños toques en mi hombro. Quince eternos minutos después, Louis y yo conseguimos librarnos de todo aquello y pudimos comenzar la fiesta. Nos dirigimos hacia las bebidas y nos servimos un poco. Él, sacó algo de su chaqueta y abrí los ojos ampliamente al ver lo que era.

—Vamos a celebrarlo como se debe —movió la petaca que tenía en su mano, sonriendo de lado.

—Norwood, no sabía que fueras un chico malo —bromeé.

—Un día es un día —respondió. Abrió la petaca y sirvió algo de alcohol en nuestras copas. La guardo de nuevo y alzamos nuestros vasos, brindando.

—Por un nuevo comienzo, supongo —dije.

Él simplemente asintió con una sonrisa.  Ambos dimos un trago a nuestra bebida. Decidimos unirnos a la fiesta y paseamos por esta.  La tenue luz iluminaba el lugar, todos parecían pasar la mejor noche de sus vidas; pasándolo bien, sonriendo y causando una en mí. A veces desearía ser tan feliz como ellos parecían ser. Mi vida había sido muy tranquila, sin nada emocionante, pero con Louis, todo se tornó menos aburrido. 

Al terminar nuestra copa, decidimos bailar y unirnos al resto de gente.

Por un momento, después de varios días, sentí que estaba disfrutando un poco y olvidé mis problemas por completo. Nada más importaba en ese momento.  Tan sólo éramos dos jóvenes en una fiesta de graduación, celebrando que iban a ir a la universidad.

La música de los ochenta inundaba el instituto, causando a todos bailar como si hubiéramos regresado a aquella época. Louis era un bailador nato, no como yo. Resulté ser un completo desastre, aunque con él, parecía fácil aprender. Sus manos entrelazadas con las mías me guiaron por la pista de baile mientras seguíamos la música.

Por primera vez en días, sentí una pizca de felicidad.

La melodía cambió, dando un giro total y comenzó a sonar una canción lenta así como nuestros pasos se ralentizaron. Nuestras miradas se cruzaron y él me tendió su mano, provocándome para bailar con él Eternal Flame de The Bangles. Ahogando una risa, agachando mi cabeza ligeramente, uní mi mano a la suya. Él me tomó por la cintura y mi otra mano cayó sobre su hombro. Nuestros pies danzaron lentamente, siguiendo el ritmo de la canción mientras nos deslizábamos por la pista.




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