Encontró a Oriol en el porche de su casa, aun con el uniforme deportivo de la escuela. Su cabello estaba desordenado como de costumbre, mientras que sus lentes gruesos parecían caerse un poco de su nariz.
Una sonrisa -por supuesto-, se encontraba en su rostro.
—¿Llegué tarde? No alcancé a cambiarme de ropa. Espero que no te moleste.
—Nah —Se hizo a un lado y lo dejó pasar.
Oriol había dicho que tenía que ausentarse un poco para hacer unos trámites, por lo que la clase se había atrasado unos treinta minutos. No es que le diera mucha importancia de todos modos; sin embargo, quiso preguntarle si se trataba de algo especial, pero prefirió suprimir la duda ante una posible charla de horas explicando tal asunto. Oriol hablaba demasiado, y lo cierto es que en ese momento no tenía muchos ánimos de escucharlo.
Ese día sería su primera clase de “Autodescubrimiento artístico” como lo había llamado Oriol.
Sí, había aceptado su propuesta de ayudarla. Su vecino había estado tan entusiasmado con el tema unos días atrás en su auto, que tenía curiosidad de saber como abordarían el tema. No lo admitía, mucho menos frente a él, pero la verdad es que estaba ansiosa de que empezaran.
La tarde pasó más lenta de lo usual. Honestamente, Chastin tenía la cabeza en cualquier lado menos en la explicación que Oriol hacía sobre la “Teoría de los números”. Pareció leer su mente, porque de un momento a otro, dejó el marcador sobre la mesa y sonrió un poco.
—Muy bien. Eso fue todo. ¿Preparada para tu primera sesión de autodescubrimiento artístico?
Chastin levantó una ceja, pero no pudo evitar sonreír.
—Eso suena ridículo, lo sabes.
Su vecino soltó una carcajada que terminó convirtiéndose en un bostezo. Apoyó los antebrazos en la mesa.
—Está bien. Lo es —Miró a su alrededor y levantó las cejas— ¿Tu madre no tiene problema de que quede más tarde?
—Tiene turno en el hospital. Llegará hasta mañana —Sin embargo, Chastin descubrió que la forma en la que lo había dicho, sonó como si le estuviera diciendo a un interés amoroso, algo del tipo “Mi mamá tiene turno. Podemos enrollarnos sin problema”; así que se aseguró por aclarar—. Por supuesto. Sabe que estás aquí.
—Oh, perfecto —Los ojos de su vecino volvieron a fijarse sobre los suyos de una forma que empezaba a resultarle familiar, pero que no dejaba de estremecerla un poco. Su mirada algunas veces disminuía de intensidad mientras entrecerraba los ojos y se fijaba en ella con una sonrisa de medio lado. Detrás de sus gafas podía percibir el brillo de sus ojos que identificaba como ¿curiosidad?
No entendía por qué lo hacía. Había estado analizando a su vecino de una forma más específica los últimos días, descubriendo detalles que había pasado por alto. Como el hecho de que Oriol fruncía el ceño cuando le prestaba atención, o la forma en como movía las manos en el aire con un lapicero cuando intentaba corregirla o explicarle un tema que no comprendía.
Había algo que no podía negar sobre él: era muy paciente
Se dio una bofetada mentalmente al estar pensando de nuevo en esos detalles, porque sí, no era la primera vez que analizaba los movimientos y expresiones de Oriol, la cuales por cierto eran muy dinámicas. Y cuando decía que eran muy dinámicas, se refería a que su vecino parecía tener la energía suficiente para estar moviéndose por todos lados. Así que resultaba imposible no percatarse de su expresión corporal.
El resto de la tarde, y parte de la noche, no fueron en absoluto lo que esperaba.
Creía que Oriol entraría a su taller, vería sus obras y le daría una opinión sobre como podría mejorarlas para que trasmitieran más emociones. Algo simple y sencillo. Incluso se tomó el tiempo de esconder esas extrañas pinturas que había hecho de su vecino en el pasado. Pero de nuevo, no podía estar más equivocada, algo que por cierto sucedía a menudo desde que empezó a interactuar con él.
No entraron al taller.
Oriol sacó libro completo de impresiones que había buscado en internet luego de pasar la noche, según sus palabras, “Maratoneando artistas”. Resultaba extraño, pero era tal cual lo que había hecho.
La carpeta contenía una recopilación detallada de varias obras en la que descomponía meticulosamente sus elementos clave, como los colores, formas, técnicas, y cómo todo eso combinaba para crear una impresión impactante. Todo eso resumido en una plantilla que él mismo había construido.
Oriol no era un artista, pero se había tomado el tiempo de profundizar un poco en la teoría, y aunque le hablaba muy empíricamente, lo cierto es que entendía cuál era su punto. Terminó tomando apuntes en su libreta, justo al lado de un diagrama que Oriol le había dibujado para explicarle la solución de un problema.
—Ahora. Si ves este cuadro, ¿qué impresión crees que el artista quiso transmitir? —Había dicho Oriol, mostrándole las meninas de Diego Velázquez— Recuerda. Todo es subjetivo en el arte, pero siempre hay algo de verdad en la subjetividad.
“Siempre hay algo de verdad en la subjetividad” ¿De dónde sacaba Oriol esas definiciones? Creyó que tal vez lo había leído, pero también se había dado cuenta de que Oriol no decía cosas al azar. Lo más probable es que haya salido directamente desde su propio concepto.