—Lo encontraron flotando en el Río Este, venía con el casco puesto, y con el peso de la armadura, los testigos dijeron que se hundió sin remedio. Un par de chicos lograron sacarlo, pero estaba inconsciente —contó uno de los paramédicos.
Dejé a un lado mi parálisis y me dediqué a revisar su pulso y su ventilación: nada.
—¡Código azul! —exclamé—. Preparen la sala y el desfibrilador.
Él estaba muriendo y, por extraño que parezca, la idea me pareció demasiado angustiante para soportarlo. Ni siquiera lo conocía, pero verlo resultaba… triste y desolador. No iba a permitir que muriera.
Comencé a quitarle la armadura para dar masajes cardíacos mientras el equipo y el Dr. Lee preparaba la intubación. A los segundos, Mei colaboró con la preparación de los medicamentos mientras un paramédico me reemplazaba. Yo realicé la extracción del resto de su vestimenta, que era muy sofisticada y pesada; no podía creer que alguien llevara algo así. Mientras lo desnudaba, lanzando al suelo las diferentes piezas, me pregunté por qué llevaría algo así. Parecía irreal. ¿Quién, en pleno Brooklyn, usaría algo como esto? ¿Alguna fiesta de disfraces? Quizá venía de una fiesta temática y se cayó borracho al río. Pero ¿dónde vendían armaduras de aspecto tan real? Si era así, entonces debían costar una fortuna.
Cuando saqué su espada, con mucha dificultad, el equipo médico se quedó perplejo, al igual que yo. Debía pesar unos cuantos kilos y las piedras que tenía en la empuñadura se veían muy reales.
—¡Primera descarga! —señaló el médico, acercando las paletas del desfibrilador al pecho del hombre que reposaba sin vida.
Todos nos alejamos y cuando la descarga finalizó, todos reanudaron su trabajo, incluida yo, que una vez que lo dejé completamente desnudo, pude apreciar una herida sangrante en su abdomen, como si una lanza lo hubiera atravesado sin temor.
—Herida penetrante en flanco derecho de aproximadamente tres centímetros de diámetro —informé.
Corrí hacia la despensa y busqué algunas compresas para comprimir lo más rápido que fuera posible. Pero, por Dios, la herida era muy profunda. Mientras lo presionaba, empapando con rapidez las gasas, miré al monitor, concentrada en el ritmo que se marcaba en la máquina. Él seguía sin responder.
—Adrenalina cargada —exclamó Mei.
—Siguiente ciclo —dijo el Dr. Lee.
La siguiente descarga pronto recayó en el hombre desconocido, lo que nos alertó de su ritmo.
—Fibrilación ventricular persistente. ¿Control de Exposure?
—Solo la herida ya especificada —respondí.
—Bien. Intubación preparada y lista para su instalación.
Yo fui hacia el médico y colaboré en la instalación, manteniéndome con el corazón en un hilo, mirando a ese hombre extraño de cabello sedoso y rubio.
—Capnografía cercana a valores normales —informó el médico—. Revisen pulsos.
Miré nuevamente el monitor mientras suplicaba que volviera a la vida. Fue sorprendente ver que su corazón volvía a latir con normalidad.
—Retorno circulatorio espontáneo —comunicó Lee.
Boté el aire y me perdí en cómo su respiración comenzaba a aparecer, vivo nuevamente.
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—Lo mantendremos monitorizado antes de enviarlo a cuidados intensivos, este caso es bastante llamativo. —Lee suspiró, cerrando la ficha entre sus manos—. Volveré en un momento.
El hombre yacía en la cama, completamente inerte, pero respirando.
El médico quería observarlo antes de enviarlo a otra sala, temeroso por su estado y muy curioso por lo que le había ocurrido.
Caminé hacia la cama de ese hombre con la excusa de ver cómo estaba el suero. Una vez que estuve a su lado, fue inevitable quedarme mirándolo atentamente, preguntándome de dónde había salido. Ya no estaba usando su armadura, su pecho ahora se encontraba desnudo y la respiración parecía ir en su curso normal. Mientras tomaba la vía venosa para revisarla, mis ojos se perdieron en sus facciones, como si entrara en un sueño muy profundo.
Vaya que era guapo, con el cabello seco su color se volvía más intenso. Me resultó tan triste no poder saber qué le había pasado, menos aún por qué había llegado a este punto. Y por poco pierde la vida, justo en Navidad, cuando las cosas parecían doler mucho más.
—¿Quién eres? —le pregunté, tocando suavemente su mano, que reposaba sobre la cama.
De su piel desprendía calor y por un momento sentí que lo había tocado antes. Entonces tomé aire y me alejé, sintiendo una punzada dura en mi pecho.
—¿Cómo llegaste ahí? —insistí, llevando mi atención a su herida ya cubierta y a sus manos magulladas.
¿Cuál era su nombre? ¿De dónde venía?
—Hola, Naomi —me saludó el Dr. Lee, quien venía con Kim Kingston.
La mujer, muy seria y fría, revisó al hombre sin pedirme permiso para quitarme y simplemente comenzó a anotar las constantes.
—¿Vas a trasladarlo? —le pregunté al médico, ignorando a la mujer.
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Editado: 27.12.2024